Trabajo en un colegio que tiene a gala formar en la libertad. No es que eso siempre se consiga, pero por lo menos se procura tener ese horizonte para orientar todas las tareas educativas en esa dirección.
La libertad es una característica esencial del ser humano que reviste gran importancia para llevar una vida feliz. Por ello es importante procurarse un conocimiento adecuado sobre lo que significa ser libre. Contra lo que pudiera parecer, la libertad no se tiene y ya está. Ser libres no es lo mismo que actuar con libertad. Si se considera que para obrar libremente no basta que no me obliguen, sino que es necesaria una específica manera de obrar, entonces se puede comprender que no todo lo que hacemos los hombres es ejercicio de verdadera libertad. Ser capaces de obrar libremente es una meta que supone, en ocasiones, un esfuerzo arduo.
Para algunos, ser libre consiste en pensar distinto de los demás. Lo importante es que sea propio, que salga de mí. Es una situación muy atractiva porque permite mirar por encima a los demás. Uno se caracteriza como conciencia crítica de la sociedad, y ya no tiene que hacer el esfuerzo de escuchar a nadie, y no digamos de rectificar. Ahora bien, ¿qué peso de libertad tiene una elección que no se hace movida por la verdad conocida? Aparecen otros impulsores de la libertad: el capricho, las fobias o las filias, los gustos, la obtención de poder…, y la persona queda aprisionada por esas fuerzas que acaban controlando su propia existencia. El descubrimiento de la verdadera realidad de las cosas, es lo único que me permite realizarme en libertad.
Una dificultad que fácilmente se plantea es cómo lograr el equilibrio entre mi libertad y la de los demás. Se han dado diversas soluciones. Frecuentemente se propone que los límites de mi libertad sean los de la libertad de los demás. Esto lleva a ver la sociedad como un campo parcelado en el que cada parcela es independiente de las otras. Es un modo de ver las cosas en el que lo que comparto con los demás lo pierdo para mí, y donde la libertad sirve -siempre que no se ejerza delictivamente-, para hacerse con el máximo de bienes. De este modo la libertad puede servir para tener muchos bienes o mucho poder, lo cual supuestamente nos hará felices, o para sentirse medio, o totalmente, fracasados, porque no hemos conseguido todo lo que nos gustaría tener.
Frente a esta solución –de tipo liberal individualista- se haya el polo opuesto: el socialismo estatalista. Alguien –en teoría la “sociedad-estado”, en la práctica un grupo de personas-, controla el ejercicio de la libertad por parte de los individuos para poder alcanzar un bien para todos que producirá el bien para cada uno.
En nuestras sociedades modernas, atemperamos estos extremos creando dos ámbitos de ejercicio de la libertad: el público y el privado. Se procura reglamentar al máximo la vida pública, lo cual ciertamente disminuye las posibilidades de obrar con libertad, dedicando a la vida privada -donde todo sería igualmente válido-, las máximas cotas de libertad.
Aunque se ha alcanzado logros sociales e individuales muy importantes, este tipo de soluciones parece que no acaba de encontrar el equilibrio entre la libertad de cada uno y la de los demás. En general porque, en la práctica, acaba imponiéndose la voluntad de los más capaces para controlar, o de los más fuertes para dominar.