Aborto y salud de la mujer

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Estos últimos días ha aumentado el número de denuncias de centros de interrupción del embarazo, porque en su actividad no cumplen los requisitos que marca la ley para que un aborto no esté penalizado. Hemos visto imágenes sangrantes –en su más estricto sentido- de los resultados de la actividad de estas instituciones, que, sin duda despiertan nuestra conciencia acerca de la conveniencia de mantener estas leyes.

Sin embargo, yo querría fijarme hoy en la situación de la mujer que decide llevar a cabo un aborto. Conocemos las cifras de estos últimos años: el 97 % de los casos en los que se realiza la interrupción del embarazo es bajo el supuesto de riesgo para la madre. Es evidente que, en su gran mayoría, como se ha conocido en los informes que se han requisado en estos centros, el peligro es para la salud psicológica de la mujer, no para su integridad física. Se entiende que se está ante un riesgo de daño mental. Sin embargo nadie habla de lo que puede ocurrir después: ¿qué pasa después del aborto?, ¿tiene éste algún efecto sobre la salud mental de las mujeres?

Para contestar a estas preguntas, quiero traer a colación el trabajo publicado por David Fergusson en el Jour Child Psych Psychiat (47, 1, 16-24, 2006). Se trata de un investigador nada sospechoso: él mismo se declara partidario del aborto y ateo. En su trabajo estudió la evolución, en Nueva Zelanda, de 1.265 niños desde 1977. Descubrió que, con el tiempo, el 41 % de las mujeres del grupo habían quedado embarazadas antes de cumplir los veinticinco años, que el 24,6 % habían abortado y que estas tenían una tasa mayor de problemas psíquicos, un 35 por ciento más que las que decidieron seguir adelante con el embarazo. Otros problemas detectados eran ansiedad, tendencias suicidas y abuso de alcohol y drogas. Según este equipo de investigadores, el 42% de las mujeres que interrumpieron voluntariamente el embarazo  antes de los 25 años, experimentaron una depresión en los cuatro años siguientes.

Hay unas manifestaciones de Fergusson a la prensa que son muy interesantes: “Por hacer un paralelismo, si hubiéramos descubierto un efecto secundario negativo de un medicamente, tendríamos la obligación de publicarlo. Hemos tenido que acudir a cuatro publicaciones, lo cual es insólito, pues normalmente la aceptan a la primera. Nadie puede acusarme de creencias religiosas, pero es probable que haya revelado unos datos que favorecen las perspectivas a favor de la vida. No actúo al dictado de intereses ideológicos, hago lo científicamente posible con un problema difícil” (TNZH, 5.01.2006).

Este equipo tuvo que defender su buen hacer investigador ante dos dificultades: sus propias previsiones, y la renuencia de sectores de la sociedad a aceptar los resultados. Sin embargo, como ellos mismos dicen: “La salud de la mujer está en juego. Es escandaloso que la operación quirúrgica que se realiza en una de cada diez mujeres esté tan poco estudiada y evaluada. Nuestro estudio demuestra una fuerte relación entre someterse a un aborto  padecer una depresión y algún otro tipo de alteración psicológica”.

El conocimiento del antes y del después permite tener una visión más científica del problema. Quizá nuestra sociedad está acostumbrándose demasiado a contemplar los problemas solamente en su vertiente técnica, por eso cuando se habla del aborto, tan sólo se atiende a que se pueda realizar con el máximo de garantías médicas para la salud física de la gestante. Es fuerte la tentación de olvidarse de la persona una vez se le han ofrecido los servicios técnicos que demandaba. El bien común,  por el contrario exige que, a la hora de dar la información que las personas podamos necesitar para tomar nuestras propias decisiones, se nos faciliten todos las consecuencias que puedan comportar nuestra elección. El respeto a la dignidad humana y a la autonomía requiere de esta información completa.

Publicado en Canarias7, el 16 de diciembre 2007 

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