En esta contribución sostendré que la afectividad es un modo de estar en la realidad en la que el sujeto se siente a sí mismo en su relación con el mundo real. En su grado más alto, en la persona, la afectividad supone una relación de segunda persona que de alguna manera posee una nota trascendental, en cuanto tiene que ver con el ser de los sujetos en su relación recíproca. Esta relación cognitivo-afectiva se cumple máximamente en el amor personal y se manifiesta positivamente como gaudium. Estos puntos pueden rastrearse en Tomás de Aquino y suponen una convergencia entre la metafísica, la antropología y la ética.
1. Intencionalidad cognitiva e intencionalidad apetitiva
Señala Santo Tomás que “la diferencia entre el intelecto y la voluntad está en que el intelecto se actualiza en cuanto la cosa entendida está en el intelecto según su semejanza, mientas que la voluntad se actualiza no porque esté presente en la voluntad una semejanza de lo querido, sino porque la voluntad tiene una inclinación a la cosa querida”. Se establece de este modo una asimetría entre la intencionalidad de la inteligencia y la de la voluntad, que se extiende en general al binomio cognición/inclinación afectiva (apetito).
El conocimiento, sin perjuicio de su versión realista, supone una incorporación intencional de lo conocido en la facultad cognoscitiva. El conocer se consuma en el sujeto que conoce (operación inmanente). No lo afecta de suyo físicamente, y ni siquiera psíquicamente, es decir, no entra a constituirlo ni a perfeccionarlo en su estructura ontológica, sino que se presenta objetivamente, de modo inmaterial, en el horizonte intencional abierto por la potencia cognitiva, remitiendo a la realidad conocida, pero sin entrar en contacto con ella de modo dinámico, por tanto sin comprometer al sujeto en su actitud vital ante eso conocido.
Aún prescindiendo de la explicación aristotélica “asimilativa” del conocimiento como posesión desmaterializada de la forma de lo conocido, se nota por experiencia que el conocimiento intelectual, pero incluso la percepción visual o auditiva, no cambia en nada a lo conocido y no se deja afectar por éste, esto es, no establece una relación dinámica entre cognoscente y conocido (salvo obviamente la base física).
La voluntad, en cambio (y en general toda potencia o acto apetitivo: inclinaciones, tendencias, emociones), tiene una intencionalidad en dirección inversa, en cuanto se orienta a la realidad previamente conocida o percibida para participar en su vida o dinamismo, o para…
Juan José Sanguineti. XLVI Semana Tomista. Buenos Aires, 5-8 de septiembre de 2022. “Las dimensiones de la afectividad”.