Estaba en la peluquería y mientras el peluquero desempeñaba su oficio comentábamos los principales titulares de las noticias de estos días. Inevitablemente surgió una información que hacía referencia a las modificaciones genéticas que se habían introducido en un ratón para hacerle producir una hormona humana. Su comentario fue una exclamación …
Estaba en la peluquería y mientras el peluquero desempeñaba su oficio comentábamos los principales titulares de las noticias de estos días. Inevitablemente surgió una información que hacía referencia a las modificaciones genéticas que se habían introducido en un ratón para hacerle producir una hormona humana. Su comentario fue una exclamación de sorpresa pero a la vez de desconfianza ante lo que podría depararnos el futuro. Pensaba que se nos escapa de las manos lo que puede ocurrirnos sin que nosotros seamos capaces de controlarlo.
Ciertamente los recientes avances de las ciencias relacionadas con la vida y la salud están siendo espectaculares. Hasta tal punto que con frecuencia utilizamos términos: Tac, células madre, blastocisto, fivet, clonación”¦, que nos resultaría difícil definir. Aparecen en los medios de comunicación y son difundidos por toda la sociedad. Sin embargo, dejando aparte los científicos implicados en esos procesos biotecnológicos, pocas personas están en condiciones de seguir los avances o retrocesos en esas investigaciones. Es lógico que esto sea así, ya que la especialización científica necesariamente aparta de estar al día a los que no participan en esa línea determinada de investigación.
¿Significa esto una autonomía total para los científicos de tal modo que la sociedad no tenga nada que decir? Pienso que ningún científico que lo sea tal respondería afirmativamente a esta pregunta. Resulta reconfortante recordar el ejemplo de lo que ocurrió en los inicios de la investigación genética. En el verano de 1974 Paul Berg y otros tres premios nóbel levantaron la voz de alarma en un artículo publicado en Nature, pidiendo una moratoria en las investigaciones con ADN recombinante, hasta que no se reflexionase sobre las posibles consecuencias de sus investigaciones. Un año más tarde se reunieron 150 biólogos moleculares y acordaron la Declaración de Asilomar (California), que fijaba unas medidas de seguridad física y biológica para todo este tipo de investigaciones. Aplicaron lo que después se ha conocido como el “principio de contención” o “de precaución”. En esta ocasión se actuó con ética científica no sólo con afán científico.
¿Fue seguida esta moratoria por todos los científicos, o se han cumplido siempre las normas de seguridad previstas? Ya entonces hubo personas que trabajaban en la ciencia, y ahora también las hay, que pusieron por encima de todo la resonancia social de sus experimentos, y no las siguieron.
Todos estaremos de acuerdo en que la ciencia debe estar al servicio del hombre. Sin embargo, ¿por qué en ocasiones el hombre tiene miedo a lo que la ciencia pueda hacer con él? Quizá porque piensa que a veces puede haber hombres que consideren su ciencia como un valor absoluto en la teoría, o en la práctica.
Este problema alcanza unas dimensiones peculiares cuando aborda los campos de la vida biológica del hombre, de su ser íntimo genético, de su salud, de su enfermedad, o del entorno necesario para su subsistencia.
Estamos hablando de la necesidad de que estas cuestiones se planteen en un horizonte bioético, no sólo científico. Otros horizontes se hacen también presentes: el económico (rendimiento de las nuevas tecnologías), político (asumir una línea científica porque se piensa que es más progresista o conservadora), social (el papel estelar que determinadas investigaciones pueden representar para sus protagonistas). Sin embargo puede olvidarse que la primera pregunta a hacerse es si esta investigación ayuda al hombre a realizarse con dignidad, si le ayuda a ser más feliz.
Las diversas motivaciones que hoy día concurren para el avance de la ciencia deben ser tenidas en cuentas, pero nunca debes olvidar el aspecto ético. La bioética es esa ciencia nueva que llamamos multidisciplinar porque convoca a las ciencias relacionadas con la vida biológica a sentarse en la mesa para dialogar sobre cómo contribuir a evitar lo que produce mal al ser humano y a la sociedad.