Tras el debate de la eutanasia se ocultan historias que nada tienen que ver. Las hay aplicadas por organizaciones como «Dignitas», pero también otras ejecutadas por personas que pueden ocultar intereses y una personalidad sádica. Una clínica de Baviera ocultaba diez cadáveres; un psiquiatra suizo, Baumann, está procesado por «sadismo …
BERLíN. En Baviera siguen extrayéndose cadáveres para examinar el alcance de la obra declaradamente caritativa del enfermero en prácticas detenido. Ya van diez, pero podrían ser muchos más, según la policía, debidos a la tal vez excesiva compasión de un joven enfermero. Cada vez salen a la luz más casos, pero los expertos creen que la mayoría nunca son descubiertos. Los autores se ven como una ayuda, una mano blanca salvadora: «íngeles de la muerte» en los que los investigadores ven, cada vez más, premeditación, alevosía, adicción, sadismo, crimen…
Una docena de casos similares se ha descubierto entre la clase médica alemana en las últimas décadas. Según los expedientes judiciales, más que liberar a nadie del dolor, los autores buscaban huir ellos mismos de su incómoda y molesta presencia.
Motivaciones encubiertas
El director del Centro alemán de Criminología, en Wiesbaden, Rudolf Egg, teme que «bastantes más pacientes» de los sabidos sufren tal intervención unilateral de un «salvador» y difícilmente podrán ser descubiertos nunca, dice al «Sí¼ddeutsche Zeitung». Entre las motivaciones encubiertas, los investigadores federales citan desde la «captación de herencias» o la personal, de corte adictivo, por ver morir o determinar la muerte de alguien. Ello, «sin que medie petición del paciente -que también sería delictivo- o impulso caritativo alguno».
La confusión es grande y, así, el gusto moderno por derivar «lo prohibido» hacia «lo normal», según los sociólogos. En un reciente gallinero televisivo sobre la eutanasia, una madre contaba su atención a un hijo absolutamente impedido mental y físicamente, pero también de la felicidad de la relación lograda con una persona casi vegetativa. Una estudiante del público interpeló a la madre, sugiriendo incluso tendencias egoístas: «Para eso, ¿no sería mejor que le quitaran la vida para que no sufriera?».
La madre enmudeció y la perpleja presentadora tuvo que aclarar que la eutanasia no es poder decidir quitarle a otro la vida, que eso es homicidio, sino la posibilidad de permitir al individuo la opción de recurrir a ella en su caso. Y la estudiante aún: «¿Pero para qué sirve tenerlo así…?».
La aterradora confusión revela un resbalón por la pista de un desconocimiento bruñido de tolerancia. Puestos a disponer de la muerte, bien podría ser la de uno mismo o la de otro, tal vez más si éste estuviese enfermo, fuese inútil o incluso pensase distinto. Naturalmente en Alemania esto no son futuribles agoreros: es algo que sucedía hace sólo 60 años, en medio de un auge cientifista que logró relativizar como minucias conceptos seculares sobre el patrimonio de la vida. Así, la presión social llegó a forzar a deshacerse, por patriotismo y ahorro al Estado, de hijos con taras, parientes impedidos o elementos sociales indeseados.
Todo ello con el entusiasmo científico de médicos y enfermeros, como ha revelado Ernst Klee en «Los médicos de Hitler» y «Eutanasia en el estado Nacional Socialista, la eliminación de las vidas sin valor». Así es interesante que los Verdes y la izquierda alternativa sean en Alemania los principales opositores a la eutanasia (23,8% frente a un 42,2% de los liberales).
Algo no gusta al comisario Melzl de la compasión del doctor Baumann -el padre del «turismo funeral» en Suiza- y no tanto que haga gala de ella, sino que pareciera un proyecto inescrutable y, en fin, que en el vocabulario de un médico figurara tanto la palabra «morir» y tan poco la de «curar». Como en el caso del joven enfermero homicida, aprehendido hace días en Baviera, Melzl ha hecho que la fiscalía procese a Baumann por sadismo encubierto.
Los métodos de Baumann
La calle Feldeggestrasse de Zí¼rich es conocida en Europa por un grupo determinado de gente. Un parquet claro, una librería blanca, una bola hinchable roja para sentarse, un colchón cubierto con una colcha, dos butacas azules, una para el psiquiatra y otra para el cliente. Escena habitual en un psiquiatra, si no fuese porque la estantería está vacía: ni un Jung, ni un Adler, ni las obras de Freud, o un Piaget suizo, ninguno de los científicos comprometidos con mejorar los desarreglos del alma de la persona.
Alguien con dificultades buscaría antes, aquí, ayuda para recobrar el sentido de la vida en mitad del universo. Pero quienes visitan al doctor Baumann no buscan vida alguna sino su muerte: desaparecer cuanto antes mejor de la faz de la tierra. Y es que el psiquiatra más popular de Suiza no ha puesto consulta para arreglar nada ni a nadie sino para despacharlos de este mundo.
Como aquella mujer discreta, cercana a los 60 años, Heidi T., que el 2 de noviembre de 2002 entró en la consulta en silla de ruedas y con el único deseo de salir en ataúd. Baumann no la decepcionó. Su muerte fue lo más indiscreto de su vida entera, pues fue grabada por una televisión local mientras introducía su cabeza en una bolsa y se autoasfixiaba con gas.
Baumann estaba allí para ayudarla: sufría desde hacía tiempo parálisis lateral y una fuerte depresión. «Su muerte fue muy bonita», ha explicado Baumann, entre ingenuo y transgresor, en una entrevista al «NZZ». í‰l le sujetó la mano. Su muerte se televisó a la hora de cenar dos meses después: «El país entero se revolvió turbado». Baumann disfruta desde entonces de una popularidad nacional e internacional.
Si una mayoría mira hacia otro lado e intenta ignorar a Baumann, una minoría lo encuentra repugnante y aún otra dilecto y caritativo, pero hay quien ha empezado a sospechar que Baumann sería un sádico más que un transgresor; incluso un asesino en serie. Y no media cosa moral sino meramente policial. El fiscal general de Basilea ha abierto procedimiento contra el psiquiatra más conocido de Suiza por «colaboración a suicidio por motivaciones egoístas, en tres casos», incluyendo «muerte con premeditación».
Instrumentación política
En la Fiscalía de Basilea, en la Binningerstrasse, el comisario Melzl había inspeccionado todo el material filmado y empezaba a abrigar dudas: «No entendía que alguien calificara como «muy bonita» una muerte por asfixia». Melzl es comisionado especial en el caso y desde hace años la sombra del doctor Baumann. «Nos parece que el doctor no actúa por compasión como alega, sino como si tuviera un interés. Es claro que utiliza las muertes de otros para aupar y propagar sus propias ideas sobre la asistencia al suicidio».
Un juez deberá determinar si Baumann ha empleado muertes como la de Heidi T. como instrumento para sus objetivos políticos. Michael Marti, del «Neue Zí¼rcher Zeitung», que ha hablado con Baumann asegura que éste «entiende su campaña por legalizar sus métodos como su aportación personal a la sociedad». No está tan claro que la señora Heidi quisiera que su defunción acabara engrosando la aportación personal a la Humanidad.
Los objetivos de éste son tenidos por extremistas incluso por organizaciones de suicidios, como «Exit» o «Dignitas»: Baumann quiere eutanasiar a todo el que quiera, sin estadio terminal incurable alguno. Así también a alguien en un momento bajo o depresivo, como la señora Heidi T., a quien ni el propio Estado consideraría jurídicamente apta y dueña de sus actos.
Baumann había cooperado ya en 2001 al suicidio de una persona neurótica, de 45 años, como lo documentó su videocámara: aquella muerte no fue en modo alguno bonita. Durante minutos se revolvió el hombre en la bolsa de gas hilarante, hasta sacársela. Hubo que probar otra vez. Aquel hombre nunca había recibido asistencia psiquiátrica. La primera que encontró «no le ofreció un tratamiento sino un medio de quitarse de en medio». Ahora Baumann ya no recomienda aquel gas, sino helio.
Como la fiscalía alemana con el último caso bávaro, el comisario especial Melzl empieza a ver algo raro en la compasión, la videocámara y la Asociación para una Muerte Humana de Baumann. Tal vez diría, más un «hobby siniestro» que «avance social alguno». Legalismos penales al margen, al Melzl hombre -dice- le preocupa que en la vida de Baumann no haya espacio para otra idea que «muerte, muerte y muerte, es una obsesión».