La ética médica tradicional se centró en dos principios éticos, presentes desde el Juramento hipocrático: el principio de no maleficencia, no hacer daño al paciente, y el principio de beneficencia, hacer el mayor bien posible. El médico nunca debería utilizar su saber, su arte, para dañar a las personas, y por el contrario, debería tratar de hacerles el mayor bien posible. A estos principios, se han añadido en el último tercio del siglo XX otros dos, el de autonomía del paciente y el de justicia.
El principio de autonomía significa reconocer la madurez moral de cada paciente, que debe participar en la toma de decisiones que afectan a su salud y su vida, con voluntariedad, información y competencia, con respeto por su capacidad de autodeterminación.
El de justicia significa no realizar discriminaciones injustas en la atención de salud, por criterios de edad, creencias, nacionalidad, etc. y a la vez, distribuir con equidad los recursos disponibles en los sistemas de salud.
A finales de los años 70 surge la Bioética, como consecuencia de tres factores fundamentalmente:
- El primero es la aparición de la ética de la investigación biomédica, iniciada al terminar la primera Guerra Mundial, con el Código de Nüremberg, y consolidada después con la Declaración de Helsinki. De hecho, la primera formulación de unos “principios bioéticos” se debe al Informe Belmont, propuesta principialista que recogen enseguida Beauchamp y Childress para el ámbito de la ética clínica.
- El segundo factor es el avance de la propia Medicina, con adelantos técnicos extraordinarios, que le generan una capacidad mucho mayor de intervenir en la vida humana, en su inicio y en su final, y de curar las enfermedades, a la vez que le plantean dilemas éticos nuevos. También a partir de los 70 se desarrollan las técnicas de diálisis, cuidados intensivos, trasplantes, etc., que plantean dilemas en torno al tratamiento de pacientes terminales, a la “muerte digna”, la proporcionalidad de los tratamientos, los criterios de muerte, etc. Al inicio de la vida, los debates sobre la legislación del aborto en muchos países dieron comienzo a reflexiones éticas, que se extendieron después a la reproducción médicamente asistida, fecundación in vitro, manipulación de embriones, células madre, clonación, manipulación genética, manipulación cerebral desde la neurología, y el actual planteamiento de un mejoramiento humano y los límites del “enhacement” en una Medicina ya no es curativa sino mejorativa.
- El tercer factor que se suma a los anteriores, es el cambio en la atención de la salud con la creación de sistemas integrados de salud, como respuesta a la concepción del derecho humano a la salud, entendido como derecho a una atención de salud digna y de calidad, sostenida por el estado fundamentalmente, aunque se complemente con el sector privado. Del médico de cabecera o de familia se pasa a los equipos de profesionales de la salud en grandes hospitales cada vez más especializados, con una importancia cada
vez mayor de la gerencia económica de las instituciones de salud, y un proceso muy positivo de universalización de la atención en salud, que al mismo tiempo burocratiza y en cierto modo deshumaniza la relación entre los profesionales y los ahora considerados usuarios de los sistemas de salud, tanto en atención primaria como en la hospitalaria.
Capítulo en libro: Francisco Javier León Correa y Patricia Sorokin (Coord.) Bioética y Salud Pública en y para América Latina. Felaibe, Santiago de Chile, 2015. Pp. 9-15