El reciente fallecimiento del ex presidente norteamericano Ronald Reagan volvió a traer a primer plano de la actualidad la cuestión del alzheimer y la investigación con células troncales obtenidas mediante la destrucción de embriones. En efecto, su mujer Nancy, admirada por su ejemplo de entereza durante la enfermedad, ha venido …
El reciente fallecimiento del ex presidente norteamericano Ronald Reagan volvió a traer a primer plano de la actualidad la cuestión del alzheimer y la investigación con células troncales obtenidas mediante la destrucción de embriones. En efecto, su mujer Nancy, admirada por su ejemplo de entereza durante la enfermedad, ha venido criticando la decisión del también republicano presidente Bush de acoger la propuesta de la Comisión Kass y oponerse al empleo de fondos federales en la investigación destructiva con embriones. Tras la sentida muerte del ex presidente, con cierto oportunismo, un grupo de científicos y artistas de cine han vuelto a la carga con el tema.
No deja de ser paradójico que el hombre al que llamaba la atención que todos los partidarios del aborto hubiesen ya nacido y que intentó el cambio de la mayoría que impuso el aborto en el Tribunal Supremo, sea utilizado para favorecer la reducción de los embriones humanos a la condición de objetos que serán destruidos para investigar.
En España, la pasada campaña electoral mostró cómo el debate sobre la destrucción de embriones se intentaba manipular para atribuir a la oposición el carácter de organización supersticiosa que por razones religiosas no aceptaba los beneficios de la ciencia.
El argumento ha sido utilizado en menos de un mes por el ministro de Justicia, la ministra de Sanidad, la vicepresidenta primera del gobierno, el eurodiputado Borrell y el propio primer ministro Rodríguez Zapatero. En su actitud sectaria les basta tachar un argumento como religioso para librarse de tener que aportar la carga de la prueba en la modificación legislativa. En definitiva, si los creyentes se oponen por la razón que sea a la investigación destructiva con embriones humanos, es síntoma de que deben realizarse las prácticas.
Paralelamente, el Stem Cell Group del International Centre for Life, de la Universidad de Newcastle (Gran Bretaña), ha solicitado a las autoridades británicas, específicamente a la Human Fertilisation and Embriology Authority, que se autorice un experimento que incluye un intento de clonación humana por un procedimiento similar al de la oveja Dolly. En palabras de su promotor, Miodrag Stojkovic, la intención es la terapia de la diabetes. Pero los críticos, como David King, del grupo científico Human Genetics Alert, han señalado el nulo efecto terapéutico del experimento que se pretende. Hace más de dos años que Gran Bretaña decidió autorizar la posibilidad de clonación humana ““precisamente durante el debate en la ONU”“, de momento con fines experimentales.
Otros países como Corea del Sur o Singapur tampoco recogen la protección del embrión en este punto y hasta ahora lo único que tenemos son experimentos sin aplicación directa o mediata en la terapia de una serie de enfermedades, desde la diabetes al alzheimer, que de forma arbitraria se han ligado con la destrucción embrionaria.
Si en su momento la excusa reproductiva permitió a un grupo de investigadores manipular la vida humana en sus fases iniciales, de una forma que no hubiese sido posible sin esta coartada, ahora nos encontramos en un nuevo peldaño de este proceso.
Con fines experimentales, sin suficiente desarrollo en modelos animales y sin explorar las alternativas del uso de células procedentes del propio sujeto adulto, se quiere avanzar en la destrucción del estatuto del embrión humano.
Para ello se pretende rodear el obstáculo de la protección constitucional del embrión, que no tiene carácter supersticioso, a menos que lo tengan los propios conceptos de persona, dignidad humana o derechos inalienables. La pretensión investigadora, que sigue la lógica productivista de la fecundación asistida, y los fuertes intereses ligados a los laboratorios, no son las únicas razones de este proceso.
Especialmente en España, los laicistas pretenden desviar la atención de las cuestiones constitucionales y de derechos humanos para crear una especie de polémica religiosa, tal como han hecho con la educación e incluso con la objeción de conciencia.
Por supuesto, hay razones políticas en este súbito entusiasmo por un tipo de investigación frente a otras. Se quiere colocar a la oposición en una postura incómoda, supuestamente alejada del centro político, sabiendo que no está dispuesta a iniciar una polémica de derechos humanos en este punto, como mostró su candidato en los pasados debates. Igualmente, se crea un tópico político, que no implica coste económico, en el que se juega con los conceptos de progreso y reacción, y donde el progreso es la reducción de sujetos de la especie humana a la condición de objetos productivos, mientras se manipulan las expectativas de los enfermos.
Publicado en Aceprensa, 86/04