Los últimos cincuenta años de avances en ciencias de la vida encadenan el conocimiento científico con las posibilidades técnicas de actuar sobre las células y los organismos. La Biología se hace Biotecnología y se vislumbran aplicaciones que -no siempre- se materializan para resolver problemas o mejorar nuestra calidad de vida. …
Los últimos cincuenta años de avances en ciencias de la vida encadenan el conocimiento científico con las posibilidades técnicas de actuar sobre las células y los organismos. La Biología se hace Biotecnología y se vislumbran aplicaciones que -no siempre- se materializan para resolver problemas o mejorar nuestra calidad de vida. En Biomedicina hoy es necesario el esfuerzo de miles de investigadores de todo el mundo para configurar un marco de desarrollos paulatinos que convierta los descubrimientos sobre la enfermedad, en métodos de diagnóstico, procedimientos terapéuticos y estrategias de prevención. No es lógico esperar un hallazgo milagroso que suponga la curación de las numerosas enfermedades necesitadas de tratamiento o la mejora de los que están en uso. Las circunstancias que rodean a la investigación sobre las llamadas «células madre» compendian todos los aspectos que definen el impacto social de la ciencia, así como la necesidad de un debate sereno y decisiones meditadas. Importa mucho, especialmente en España, que definamos con precisión las vertientes científica y clínica, así como que todo ello se enmarque en el contexto de unos principios éticos irrenunciables. No hay que olvidar que la Bioética surge como un compromiso con el futuro de la especie. Encauzar el avance de la ciencia en ese marco es una exigencia para la Humanidad, cuya principal conquista es sin duda el reconocimiento del valor de los derechos de todos y cada uno de los integrantes de la especie. Surgen los dilemas éticos y es fundamental el análisis riguroso, que empiece por considerar, con claridad y sin demagogias, las posibilidades de la ciencia y los caminos que puede utilizar. El hombre y los demás mamíferos se desarrollan a partir de una célula única, el cigoto, que al multiplicarse origina millones de células diferentes -hasta más de 200 tipos- constitutivas de los distintos órganos y tejidos. Se obtienen células madre cuando se logran cultivos de laboratorio de estas células, capaces de multiplicarse y diferenciarse. El tipo de células madre -embrionarias o adultas- con el que se trabaje no es un fin en sí. Lo importante es conocer el desarrollo de las células y poder dirigir su potencial de originar diversos tipos celulares en la dirección que se desea. Con fines de investigación, se pueden obtener células madre del embrión, antes de su implantación en el útero, del feto en diferentes estadios y también del organismo adulto. Cierto es que las capacidades de multiplicación y diferenciación son distintas y en buena medida están por conocer. La idea de una posible medicina reparativa, mediante terapia con células cultivadas, al objeto de regenerar órganos o tejidos dañados por la degeneración patológica, se convierte en una hipótesis plausible. Sin embargo, cualquier posibilidad de utilizar estos hallazgos para tratamientos médicos requerirá una investigación clínica rigurosa -sobre su eficacia y seguridad- como la que se exige siempre para aplicar cualquier otro tratamiento farmacológico o quirúrgico a seres humanos. El debate actual no se plantea por tanto sobre la aplicación de un tratamiento consolidado a enfermos de cualquier tipo, sino sobre cómo investigar la reprogramación del desarrollo de las células. No se puede transmitir la idea de que se esté negando un tratamiento médico ya disponible para grupos concretos de enfermos si no se investiga con embriones humanos. Desde el punto de vista de la práctica clínica ya establecida y consolidada, lo más próximo a la terapia celular está en algunos tratamientos mediante trasplante, por ejemplo, de células de la médula ósea, es decir células madre del adulto. Resultados recientes revelan un potencial inesperado de multiplicación en algunas células madre adultas, aunque con menores capacidades de multiplicación que las embrionarias. Desde un punto de vista exclusivamente científico se anticipa que las células madre embrionarias pueden multiplicarse más, pero su implantación podría causar tumores y, en algunos casos, problemas de compatibilidad inmunitaria. La investigación con células madre de animales -embrionarias o adultas- debe seguir proporcionando datos, incluidos los que se derivan de la clonación, para que el objetivo de reprogramar el desarrollo de las células sea una realidad. El progreso científico continúa a diario. Las reservas éticas surgen cuando se plantea manejar embriones humanos viables, con fines exclusivos de investigación, lo que conlleva su destrucción para obtener células madre embrionarias. La legislación más común, así como un número elevado de acuerdos internacionales, todo ello producto de una cultura de protección de la vida humana, establecen, como principio, la consideración del embrión humano viable desde sus inicios antes de la implantación, como un bien a proteger. Este principio representa una garantía para las sociedades más avanzadas, compatible con una visión pluralista desde el punto de vista filosófico o ideológico. Se prohíben en general la construcción de embriones humanos con finalidades exclusivas de investigación y otras prácticas que lo instrumentalizan. En este marco, la investigación que supone destrucción de embriones humanos viables choca con la normas establecidas, por lo que el debate planteado requiere un análisis riguroso. De ese debate no pueden estar ausentes las consideraciones sobre cada decisión y las consecuencias que puede tener, las puertas que se abren si se admiten excepciones en ciertos principios, o el futuro previsible si se extiende la comercialización de materiales derivados de embriones humanos. Igualmente importante es tener en cuenta el objetivo de contribuir al conocimiento para que algún día sea realidad la curación de muchas enfermedades cuyo manejo reclama nuevos remedios, todo ello en el contexto del conjunto de las posibilidades científicas. Creo que muchos estamos convencidos de que la ciencia tiene caminos diversos, alternativas frecuentes, a veces inesperadas. Igualmente creemos posible compatibilizar el progreso científico con el mantenimiento de principios que han inspirado el progreso de la humanidad. El análisis tiene que ser sereno para que la sociedad, representada por los poderes legalmente constituidos, pueda elegir. Hay elecciones que pueden significar mucho, en el presente y más en el futuro, para una Humanidad que puede tener en sus manos su propio destino genético. Mientras tanto cada día la investigación nos permite conocer más, lo que aumenta nuestra responsabilidad a la hora de optar. Para iluminar el debate, para plantear las opciones de avance y analizar las razones científicas y éticas que pueden justificar o no determinados trabajos, los comités asesores de í‰tica Científica deben jugar un papel importante. El Ministerio de Ciencia y Tecnología ha constituido un Comité Asesor de í‰tica en la Investigación Científica y Técnica, presidido por el autor de estas líneas, con la exclusiva responsabilidad de aconsejar en cualquier campo de la investigación. Además de quienes lo integran podrían formar parte de él otros muchos científicos y tecnólogos españoles, y sin duda lo harán en el futuro por las renovaciones previstas. Es de justicia afirmar que el comité se nutre de biografías plurales en las que destaca la dedicación científica, la honradez intelectual, la independencia y el compromiso con la verdad. No corresponde a los comités de esta naturaleza el tomar decisiones que en la sociedad democrática competen a los poderes ejecutivo, legislativo o judicial, según proceda. Sí pueden servir a la sociedad en el análisis de las cuestiones, basado en la consideración rigurosa de las opciones científicas y sus consecuencias. En eso estamos. (Publicado en ABC, 22-nov-2002) |
Catedrático de la Universidad Complutense