Mañana lunes se discute en el Congreso la reforma de la Ley de Reproducción Asistida. Esta nueva ley va a decidir el destino de 200.000 embriones que están congelados, cifra bastante más real, según me escribe el profesor César Nombela, que la que hasta ahora se barajaba de 40.000. Pero …
Mañana lunes se discute en el Congreso la reforma de la Ley de Reproducción Asistida. Esta nueva ley va a decidir el destino de 200.000 embriones que están congelados, cifra bastante más real, según me escribe el profesor César Nombela, que la que hasta ahora se barajaba de 40.000. Pero además se va a dejar abierta o a cerrar la posibilidad futura de congelación de otros embriones que se pudieran producir. La cuestión no para aquí sino que se complica porque algunos plantean que el destino de muchos de esos embriones sea la investigación. Entendiendo por investigación la utilización de los embriones ““y su destrucción consiguiente- para avanzar en el conocimiento de los procesos celulares y el descubrimiento de nuevas terapias.
Los partidos ejercerán su derecho democrático presentando enmiendas, y discutiendo y promoviendo diversas soluciones legislativas para el problema. Sin embargo, cuando escuchamos a sus representantes, da la impresión de que el trato que se dé a los embriones va a depender exclusivamente de la ideología que se tenga. Es más que la realidad de qué sea un embrión depende principalmente de la ideología política que se profese. Esto me parece un craso error.
Si miramos al embrión desde la biología, que es desde donde debemos partir, lo que nos encontramos es que estamos ante un nuevo ser que procede de la fecundación de dos gametos, y que es distinto de ellos. Con la fecundación se produce ese nuevo ser, que empieza su camino de desarrollo siguiendo las pautas de su genoma e interactuando con el ambiente que se va encontrando. En el caso del embrión humano, su realidad viene determinada por el ADN que nos dice que se trata de un homo sapiens sapiens, un hombre. Además sabemos que ese ser humano cuando es embrión tiene por desarrollar tejidos y órganos y capacidades de organización y de actuación que en ese momento todavía no ejerce pero que está con capacidad de hacerlo, tan sólo con que se le deje desarrollarse. Entre el embrión y el hombre adulto no hay ningún cambio de realidad biológica. Si que hay un progresivo desarrollo y deterioro en el paso de embrión a feto, y después a niño, más tarde a joven y después a adulto y anciano, pero siempre permaneciendo hombre. Otra cosa distinta es el tratamiento que puede dar la sociedad a ese hombre.
Recordando brevemente nuestra historia observamos que tanto en Grecia como en Roma, junto a la condición de hombre estaba la de ser ciudadano de la polis, o la de ser romano. En función de este reconocimiento social se gozaba de unos derechos u otros. Y así teníamos los esclavos y los ciudadanos.
Posteriormente nuestra civilización occidental aceptó como premisa que todos los hombres por el hecho de serlo gozaban de la misma dignidad. Esta afirmación teórica de hace dos mil años, ha necesitado muchos siglos para pasar a la realidad práctica y ser aceptada por todos. No hace falta remontarse a los tiempos de la esclavitud en América, basta recordar que no hace muchos años en Sudáfrica todavía estaba vigente el apartheid, y por tanto los derechos sociales de cualquier hombre dependían del lugar de nacimiento y del color de su piel.
El planteamiento de investigar con embriones no para su curación y salud, sino para su utilización como medio para otros fines, pone de nuevo sobre el tapete el tratamiento que la sociedad quiere dar al ser humano, no su realidad biológica. Si no basta tener ésta para que sea reconocida su dignidad, sino que además debe cumplir otras características que la sociedad determine, como que tenga desarrollado el sistema nervioso, o que sienta dolor, o que sea autónomo, etc. entonces estamos volviendo a establecer diversas categorías de seres humanos: los que cumplen esas condiciones y los que no las cumplen.
Nos encontramos ante una importante decisión bioética: mantener o romper esa intocabilidad que afirmábamos por el hecho de ser hombre. Si le exigimos otras cualidades., abandonamos una forma de tratar a los seres humanos, y en definitiva de concebirnos a nosotros mismos, para pasar a otra.
Este cambio, ¿nos va a conducir a una sociedad más justa y solidaria donde todos los hombres seamos más felices, o estamos iniciando un racismo de nuevo cuño, pero racismo al fin y al cabo? Este es el trasfondo de las decisiones que se están tomando.