A las tres semanas de que se anunciara la clonación del primer embrión humano por un equipo de la Universidad Nacional de Corea del Sur, el editor de «Science», la prestigiosa revista en la que se dieron a conocer estas experiencias, publicaba un Editorial (12, marzo, 2004), en el que …
A las tres semanas de que se anunciara la clonación del primer embrión humano por un equipo de la Universidad Nacional de Corea del Sur, el editor de «Science», la prestigiosa revista en la que se dieron a conocer estas experiencias, publicaba un Editorial (12, marzo, 2004), en el que según él «éste es un momento oportuno para una revisión: pues el intervalo de tres semanas ha sido un buen tiempo de gestación para las reacciones». Indudablemente hay que agradecer su oportuna reflexión, y sobre ella quiero añadir la mía.
El primer aspecto que, a mi juicio, merece ser destacado de la reflexión de Donald Kennedy, el editor de «Science», es que se reafirma en que el producto obtenido, tras inyectar a un óvulo enucleado células somáticas de la mujer donante del óvulo, era un blastocisto, es decir un embrión humano de entre 60 a 100 células, aspecto este decisivo para evaluar éticamente el uso de las células madre obtenidas a partir de él. Ciertamente, en el momento de la publicación del artículo de «Science» se puso en duda por algunos investigadores, tanto nacionales como extranjeros, que el producto de la clonación conseguida fuera un verdadero blastocisto humano, por lo que consecuentemente, si no lo era, sus células podrían utilizarse para investigaciones biomédicas sin limitación ética alguna. Parece que Donald Kennedy se reafirma en que en la clonación del equipo coreano se obtuvo un verdadero blastocisto humano, por lo que su destrucción para obtener las células madre merece la calificación ética atribuible a cualquier acción que termine con una vida humana, aunque sea de pocos días. Es verdad que en el referido editorial se comenta que no se puede descartar totalmente que el blastocisto fuera obtenido por partogenésis, división asexuada del óvulo femenino, pero ésto, aunque muy improbable, no cambiaría la valoración ética de su destrucción, sea cual fuera el método utilizado para generarlo, si dicho blastocisto fuera viable.
Otro aspecto fundamental a considerar tras la publicación del artículo de «Science», es la falsa esperanza transmitida a diversos colectivos de enfermos sobre la posible aplicación inmediata de estas experiencias para curar sus dolencias. En relación con ello, en el mismo editorial, se recogen unas palabras de Rudolf Jaenisch, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, destacado investigador en el área de las células madre, afirmando que la aplicación del trabajo del equipo coreano para ser utilizado en técnicas de trasplante es todavía muy lejana. Es decir, coloca las cosas en su punto, al dejar bien sentado, en contra de lo que se ha escrito y escuchado en nuestro país, y también en otros, que no se puede esperar una inmediata aplicación clínica de estas experiencias, por lo que, a nuestro juicio, manipular los legítimos deseos de curación de estos pacientes para apoyar unas investigaciones, que por el momento solamente pueden tener aplicación en la investigación científica básica, es una gravísima manipulación del dolor de unos enfermos, al margen de su propio bien. Algo éticamente reprobable.
Además, como también se destaca en el editorial de «Science», estas experiencias se han logrado utilizando óvulos y células somáticas, donantes del material genético, de la misma mujer, por lo que no se sabe si la clonación podría lograrse si se utilizaran células donantes de un sujeto distinto al que proporciona el óvulo. Por ello, hasta el momento, y utilizando el método experimental del equipo coreano, el embrión clonado solo podría ser hipotéticamente utilizado para curar a las mujeres, algo verdaderamente limitante; pero además la necesidad de obtener óvulos de la paciente que requiere el trasplante, dificulta, aún más si cabe, su posible aplicación en el ámbito de la medicina regenerativa y reparadora.
Otro aspecto que merece una especial consideración ética es la propuesta realizada en el mismo editorial, por otro destacado investigador, Irving Weissman, de la Universidad de Standfor. Weissman propone que con esta técnica, si se utilizaran células somáticas portadoras de un defecto genético, es decir de un paciente con una enfermedad hereditaria, trasfiriéndolas a un ovocito enucleado, se podrían generar embriones enfermos de los cuales se podrían obtener células madre, útiles para investigar sobre la enfermedad del paciente donador de las células somáticas. Es decir, defiende la creación de embriones humanos enfermos para ser utilizados como material biológico de investigación. Insistiendo en ello, Weissman apostilla que por esta razón la publicación de las experiencias del equipo coreano es una buena noticia, la mala noticia es que no se pueden llevar a cabo ahora en nuestro país. Es decir, la mala noticia es que la administración norteamericana prohíbe crear embriones enfermos para ser utilizados como cobayas en aras de unas hipotéticas experiencias científicas. Difícilmente puede un científico llegar a más locura ética y una revista, que al parecer apoya la propuesta de Weissman, a mayores desatinos. Todo al servicio de la ciencia elevada al grado de categoría moral máxima. Por ello, otro destacado investigador de la Universidad de Harward, Douglas Melton, el que ha dirigido el equipo que con fondos privados acaba de obtener 17 líneas celulares de embriones humanos disponibles para investigaciones biomédicas, apoyando a Weissman, afirma, también en el mismo editorial, que «la vida es corta, y yo no quiero desperdiciar el resto de la mía leyendo sobre excitantes avances en mi campo científico, que únicamente pueden llevarse a cabo en otro país».
Creo que cualquier comentario sobre el juicio ético que estas palabras merecen es innecesario.
Ciertamente no es fácil comprender a esta progresía científica, nacional y foránea, que en aras a poder realizar sus propias investigaciones (hay que recordar como Melton se refiere en sus afirmaciones a «sus» investigaciones), no tiene inconveniente alguno en destruir un embrión humano o, incluso algo más grave aún, crear un embrión enfermo para utilizarlo como material biológico, lo que, a mi juicio, como investigador, no tiene la más mínima justificación ética.
Publicado en La Razón, 2004-05-20