Desastre natural en Valencia: Vulnerabilidad sobrevenida

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Para Martha Nussbaum, la vulnerabilidad corporal de los seres humanos está íntimamente vinculada con la inherente sociabilidad de la vida humana, con su innegable interrelación para sobrevivir. No en vano, el ser humano es a la par vulnerable a las acciones de los otros y dependiente de sus cuidados y apoyo a lo largo de la vida.

El concepto de vulnerabilidad ha sido ampliamente estudiado en el campo de la bioética por diversos autores. En este artículo, en particular, se prestará atención al más que recomendable libro Vulnerability: new essays in ethics and feminist philosophy de Catriona Mackenzie, Wendy Rogers y Susan Dodds. En sus páginas, la extrema vulnerabilidad a la que alude Nussbaum se estudia con detalle y se plantea desde diversas perspectivas. De hecho, estas autoras presentan su propia taxonomía de vulnerabilidad que dividen en:

  1. Inherente, que alude a las fuentes de vulnerabilidad que son intrínsecas a la condición humana. En su mayor parte, proceden de la corporeidad, la necesidad, la fragilidad, la dependencia de los demás, la naturaleza social y afectiva y el cuidado. Cualquier persona puede sufrir a causa de la sed, el daño físico, moral y psicológico, el aislamiento social, y un largo etcétera.
  2. Situacional, que alude al contexto específico relacionado con situaciones personales, sociales, políticas, económicas o medioambientales para individuos o grupos.
  3. Patológica, que está muy relacionada con la precariedad institucional y la protección de los derechos humanos, los cuales están específicamente destinados a dar respuesta a la vulnerabilidad humana. Para Mackenzy, Rogers y Dodds, la vulnerabilidad patológica puede tener su origen en las relaciones interpersonales, pero también en las estructuras institucionales. En concreto, se refiere a todas la situaciones relacionadas con el dominio social, la opresión, la violencia política e incluso el abuso de poder en personas dependientes. La paradoja es que, en ocasiones, algunas intervenciones destinadas a paliar y a mejorar una situación de vulnerabilidad situacional o inherente pueden tener el efecto contrario. Sería el caso de una persona dependiente cuyo cuidador no fomenta su autonomía, sino que puede incluso infantilizarlo más o ejercer un abuso de poder.

La teoría sobre la vulnerabilidad presentada identifica las obligaciones de todas las partes implicadas en su tratamiento y gestión: agentes sociales, instituciones gubernamentales, ONG, pero también familia, amigos, vecinos e incluso compañeros de trabajo. Todos los órdenes de la vida están sujetos a situaciones que escapan al control de las personas y que pueden desembocar en situaciones injustas, en las que la fragilidad humana se muestra en toda su crudeza.

El caso de Valencia constituye, sin duda, un buen ejemplo de todos estos tipos de vulnerabilidades. De hecho, aglutina situaciones conectadas con la vulnerabilidad situacional que puede adquirirse a corto plazo, de manera intermitente o incluso de manera permanente, pero también con la inherente debida a la propia fragilidad humana y con la patológica debida a la dependencia de las instituciones públicas para paliar sus efectos.

No obstante, en este artículo es posible permitirse la licencia de denominar a la vulnerabilidad, en su conjunto, relacionada con Valencia como “sobrevenida”, dado que ha aparecido de la nada de la mano de la mayor riada del último siglo acaecida en España. El epíteto “sobrevenida” sirve para ejemplificar que un hecho totalmente repentino, una gran riada, ha generado unas consecuencias inesperadas en la vida de muchas personas. Así lo demuestra la destrucción de hogares, negocios, infraestructuras, pero sobre todo la muerte de 222 personas, lo que supone un punto y aparte en el análisis de la vulnerabilidad y especialmente, de la fragilidad humana. Todos los afectados por la gota fría del pasado 29 de octubre de 2024 tardarán mucho tiempo en recomponer sus vidas, absolutamente atravesadas por este fenómeno natural tan mortífero.

En este escenario, Mackzenzie, Rogers y Dodds manifiestan, en concreto, que la vulnerabilidad situacional generada por la pérdida del hogar por un desastre natural puede verse exacerbada por la respuesta o falta de ella de las compañías aseguradoras, la seguridad financiera, es decir, los recursos propios y ajenos (públicos) disponibles, el buen funcionamiento de las infraestructuras y el apoyo gubernamental.

En el caso de las familias que ya parten de una situación económica precaria, las consecuencias pueden ser incluso más graves, dado que su vulnerabilidad inicial se verá aumentada por este desastre sin las ayudas gubernamentales correspondientes.

La cruel realidad de Valencia es que la destrucción provocada por las inundaciones no solo ha afectado al ser humano, sino que se ha hecho extensiva a la fauna, flora y espacios naturales de Valencia. Como bien apunta la revista científica valenciana Mètode, después de un mes, se pueden empezar a analizar las consecuencias del paso de la DANA por la Albufera, el río Turia y la costa. Con 78 municipios afectados por las inundaciones en la infausta tarde del 29 de octubre, el desastre tiene muchos niveles, incluido el ambiental. Un extremo que cabe tener muy en cuenta para la futura reconstrucción de las zonas más afectadas.

Por otra parte, el drama humano continuará lamentablemente durante mucho tiempo en esta región, dada la falta de coordinación entre administraciones y los más que limitados recursos de los que disponen los ciudadanos. La bioprecariedad en términos farmacológicos y asistenciales es otro efecto colateral que puede conllevar este desastre, teniendo en cuenta la escasez manifiesta de medicamentos, de asistencia médica y de cuidados a personas dependientes por los problemas de transporte y logística derivados de las inundaciones. De hecho, muchas de las víctimas de la DANA han sido personas de movilidad reducida y ancianos que vivían en plantas bajas en sus domicilios o en residencias, y que no han podido escapar a la violencia del agua.

Pero, dejando a un lado la más que cuestionable actuación política, el análisis bioético de este desastre sin parangón es más que necesario. La solidaridad que ha emergido en el pueblo español es el efecto más reseñable y esperanzador de esta desgracia. Sin duda, esta virtud que constituía uno de los pilares del famoso libro de Victoria Camps, Virtudes Públicas, ha servido para mostrar que en una sociedad más digital que humana, donde los vínculos sentimentales se están perdiendo sin remedi, las virtudes propias del ser humano son una herramienta de unión y cohesión social.

En este contexto, las palabras de Victoria Campos siguen estando hoy vigentes:

“El virtuosismo consiste en ese saber hacer capaz de manifestar todas las posibilidades de un arte. Si cada cosa, pues, tiene su «virtud», de acuerdo con el fin para el que ha sido hecha, también los seres humanos, en tanto que son personas, han de poseer unas cualidades, unas virtudes, que pongan de manifiesto su «humanidad». Y la moral —o la ética— no es sino el conjunto de las virtudes o la reflexión sobre ellas: la serie de cualidades que deberían poseer los seres humanos para serlo de veras y para formar sociedades igualmente «humanas» (fuente: Virtudes Públicas).

Las virtudes humanas son las únicas que en momentos de crisis profunda pueden extraer lo mejor de las personas. En esas situaciones, cualidades como la solidaridad, la responsabilidad y la empatía pueden marcar la diferencia.

La falta de empatía y de humanidad que también han exhibido algunos políticos en los momentos más trágicos demuestra que la sociedad actual debe aprender lecciones de vida de los errores cometidos. La destitución de la consellera Núria Montes, cuestionada desde el principio por su trato a las víctimas, es buen punto de partida no solo para aprender, sino para dar lecciones de comportamientos éticos en situaciones desesperadas como la de Valencia.

La educación sentimental y ética, y como diría Camps “la sensibilidad moral” es una asignatura pendiente que no parece estar en los currículos de la enseñanza más básica, pero que debería considerarse una asignatura troncal y obligatoria. Suspenderla implica que la sociedad se sitúa más allá de los márgenes de la moralidad.

A partir de ahora, además de la solidaridad de los ciudadanos españoles que han apoyado sin fisuras a sus vecinos cercanos y lejanos, es necesario que funcionen todos los resortes públicos para que la situación se pueda reconducir. En este contexto, se aglutinan los servicios sociales, la sanidad que también tendrá que aportar ayuda física y psicológica, las compañías aseguradoras para paliar las pérdidas materiales, los empresarios que tendrán que partir de cero y la sociedad en su conjunto.

La reflexión ética sobre el modo de afrontar un desastre natural de esta magnitud no es tarea fácil, pero es perentorio que esté presente. Sin garantías morales difícilmente será posible salvar una situación crítica que demanda lo mejor de todos los sectores, tanto públicos como privados.

Decía Emil Cioran que uno tras otro, he adorado y execrado a números pueblos; jamás se me ha ocurrido renegar del español que me hubiera deseado ser….

Hoy más que nunca parece que las palabras de Cioran resuenan como ciertas y aportan algo de esperanza. Cabe esperar que, en el futuro, todos los actores implicados posibiliten una reconstrucción de las zonas más dañadas no solo con recursos económicos y materiales, sino con herramientas éticas y sentimentales para afrontarla. La vulnerabilidad sobrevenida que acompaña a esta tragedia lo hace no solo deseable, sino necesario.

 

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