Los comentarios y reacciones que están suscitando las declaraciones, deformadas y sacadas de contexto, del político demócrata cristiano italiano Rocco Buttiglione sobre la familia, la homosexualidad y la mujer nos dan la medida de lo que es el nuevo canon de pensamiento político europeo. Un pensamiento, por llamarlo de alguna …
Los comentarios y reacciones que están suscitando las declaraciones, deformadas y sacadas de contexto, del político demócrata cristiano italiano Rocco Buttiglione sobre la familia, la homosexualidad y la mujer nos dan la medida de lo que es el nuevo canon de pensamiento político europeo. Un pensamiento, por llamarlo de alguna manera, que ha deformado la realidad hasta convertir la excepción en norma, lo extravagante en habitual, la deformación en sistema, la facilidad en regla de conducta, la ausencia de criterios morales en ética democrática. Todo hay que verlo y todo hay que juzgarlo por el mismo rasero y todo tiene el mismo valor. Las mayorías son igual que las minorías y, como consecuencia, deben admitir que éstas impongan sus criterios, sus costumbres y sus ídolos sobre aquellas. No importa que en un país, por ejemplo España o Italia, la mayoría de la gente tenga unas creencias o una sensibilidad religiosa determinada: habrá que hacer lo que sea posible hasta que se acostumbren a asumir el canon de las minorías.
Creo muy positiva, pues, la reacción que ha provocado el político italiano. Al menos servirá para que nos situemos con claridad frente a ese mundo esperpéntico que en Europa pretendemos edificar. Es evidente que hay homosexuales buenos y malos, igual que hay heterosexuales buenos y malos. El bien o el mal no están en la tendencia sexual que cado uno hemos recibido. No: ahí no está el debate. Cualquier persona puede hacer de su sexo lo que quiera; claro está, con las limitaciones que señalen las leyes. Cualquier persona puede, si quiere, contraer o no matrimonio; y si da ese paso, hacerlo bajo la forma del matrimonio civil o religioso. Cualquier persona, también, dentro del matrimonio o, si se prefiere, fuera de él, tendrá derecho a tener hijos reconocidos legalmente, y si por cualquier circunstancia no se pueden tener hijos, con determinadas condiciones, pensando siempre en el bien del menor, podrá adoptarlos. Y esto, que es puro sentido común en una sociedad libre y avanzada como la europea, desde hace unos años parece que no es suficiente. Había que ir mas allá. ¿Por qué no equiparar la homosexualidad a la heterosexualidad, el matrimonio a la unión de hecho, la paternidad a la maternidad, la fecundación artificial a la fecundación natural, o, ya en el extremo de la perversión, el aborto a un derecho fundamental de la mujer, como si el ser humano que depende de ella no tuviese valor individual alguno?
No sólo los políticos católicos, sino cualquier persona con sentido común debería plantarse ante tanta confusión y, también, ante tanta vulgaridad. Ahora ya casi nada nos preocupa. Casi todo nos parece muy divertido. La pornografía -y sólo hay que echarles una ojeada a los periódicos que llamamos serios, como el nuestro- invade nuestras vidas. El llamado «día del orgullo gay», a la vista de las fotografías que vimos publicadas, se ha convertido en lo más parecido a un desfile a mitad de camino entre el carnaval y un espectáculo sadomasoquista. El matrimonio, a través de las sucesivas reformas legislativas, se va descuartizando a cómodos plazos. Y la vida humana tiene el valor que quieran darle los científicos en los laboratorios o en los tanatorios. ¿Y ésta es la Europa -sin familia, sin hijos y sin religión- que proponemos al mundo como modelo para las futuras generaciones? ¿éste es el canon de pensamiento europeo?
publicado en ABC