Resumen
El concepto de muerte natural ha estado presente en la reflexión filosófica, médica y social desde hace siglos, cumpliendo una doble función: comprender la finitud humana y esperar un modo deseable de alcanzar el final de los días. Hoy, esos objetivos han quedado desdibujados por la sensación de control sobre la muerte que da la alta tecnificación de la medicina, los sueños de inmortalidad alimentados por los medios y la confusa línea trazada entre la autonomía y la dignidad. En este artículo se estudia el concepto de muerte natural que en el pasado siglo XX fue objeto de debate entre sanitarios y bioeticistas y que hoy cobra un especial protagonismo. La “naturalidad” de la muerte pretendía ser una suerte de frontera ética frente a cualquier forma de violencia, injusticia, tecnificación excesiva o intromisión de la voluntad humana. Hoy, muchos de esos aspectos quedan desdibujados en un contexto tan poco natural como es el hospitalario. Además, también el ámbito forense ha encontrado serias dificultades para excluir cualquier intervención humana, voluntaria o involuntaria en buena parte de las muertes, puesto que poco hay ya de natural en aquello que respiramos, comemos o bebemos. A partir de todo ello, se ofrece una propuesta de redefinición que responda a una doble necesidad: la necesidad social de integrar la inevitable mortalidad y la necesidad personal compartida de llegar al final tras un proceso humanizador que excluya toda responsabilidad humana. Es la muerte natural antropológicamente posible y éticamente deseable.
Introducción
Pocas cosas hay menos naturales en las vidas del siglo XXI que el proceso de morir. Hoy morimos viejos, medicalizados, en contextos hospitalarios, con múltiples asistencias artificiales a casi todas nuestras funciones orgánicas. Pareciera que la medicina ha llegado a tener el control sobre la muerte, al menos, de las llamadas muertes naturales. No hay control que valga ante las muertes violentas, inesperadas o fruto de accidentes fatales, precisamente aquellas que el ámbito forense quiso distinguir bien de las causadas por la así llamada “muerte natural”. Pero hoy, resulta muy difícil encontrar dónde están esas muertes naturales que todos tenemos en nuestro horizonte de deseo. Es lo que hace ya más de cuatro décadas percibió Iván Illich al afirmar que “la medicalización de la sociedad ha puesto fin a la época de la muerte natural”.
Sin embargo, el concepto de muerte natural ha cobrado en los últimos tiempos un especial protagonismo ético por un doble y contradictorio motivo. Por un lado, es un concepto que ha marcado la propuesta ética de no pocas tradiciones morales que defienden la vida humana “desde la concepción hasta la muerte natural”. De esta forma, a la histórica controversia sobre el comienzo de la vida humana en torno al estatuto del embrión, ahora se une la ambigüedad del concepto que demarca el final. Por otro lado, la reciente entrada en vigor de la Ley Orgánica 3/2021 de regulación de la eutanasia ha establecido que será considerada muerte natural la sobrevenida por la prestación de ayuda a morir, sea en su modalidad de eutanasia como de suicidio médicamente asistido.
En este artículo se analizará el concepto de “muerte natural”, su fortalezas y debilidades y, desde ahí, se hará una propuesta para nuestros días que ilumine la reflexión ética en torno al cuidado de la vida que termina, en un momento en el que parece oscurecerse cada vez más su sentido.