El diario El País hablaba el 26 de Octubre de la existencia de tres casos más de niños “nacidos para salvar”, además del citado caso de Sevilla, cuya selección genética tuvo que hacerse en el extranjero ante las prohibiciones legales existentes en España. "¿Es más ético no hacer nada? ¿En qué moral cabe no hacer todo lo posible por salvar la vida de tus hijos? Encuentro absurdo no curarlos por los embriones que se puedan quedar por el camino", dice el periódico, citando las palabras de una de las madres afectadas.
No es mi intención juzgar la intención de unos padres que probablemente han actuado en su ignorancia o buena fe movidos por el mejor de los deseos de hacer lo mejor por sus hijos. En estas breves líneas trataré de justificar por qué considero que tales prácticas no pueden considerarse éticas, sino más bien reprobables, y deberían estar prohibidas, al igual que lo están la esclavitud o el asesinato.
Partimos de la base de asumir la buena fe de las personas: Lo que se busca es una solución médica a un problema de un hijo. Ante la inexistencia de medicamento mejor, la alternativa es tener un hijo compatible cuyos tejidos puedan usarse para salvar al hermano. Nada que objetar, en principio, con la idea de un hijo que salva a su hermano de una cruel enfermedad, a veces de una clara sentencia de muerte. No obstante, si profundizamos un poco más, nos damos cuenta de que el hijo no elige por él mismo salvar a nadie: Por el contrario, es utilizado como instrumento para curar al hermano sin contar con su consentimiento previo para ello (imposible de obtener, obviamente, por no existir aún). Con ello descubrimos dos problemas éticos fundamentales que refiero a continuación:
1. El hijo concebido es deseado, no como un fin en sí mismo, sino como un medio para lograr un bien mayor. No quita gravedad ética el hecho de que los padres quieran mucho a ese nuevo niño. Incluso que desearan darle al otro hijo un hermanito, aun en el caso de que no hubiera habido necesidad de lograr sus tejidos para salvarle.
2. Para lograr la “creación” de un embrión válido hay que fabricar otros muchos (se estima que hasta unos 50, si lo que se busca es un hermano 100% compatible), que después son desechados como meros residuos clínicos, o en el mejor de los casos se congelan a la espera de decidir cuál será su futuro.
Analicemos ambos problemas por separado, usando para ello dos principios comúnmente aceptados.
I.- El ser humano es un fin en sí mismo.
La dignidad del ser humano es el valor más alto que se puede predicar de él. Dicha dignidad viene dada porque el hombre tiene valor por sí mismo, no como instrumento para otras personas o fines. Como reza la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 en su artículo 2: “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
El hombre, como ser superior de la Naturaleza, tiene derecho a usarla en su propio beneficio. Por eso domestica a los animales de granja, cultiva de forma eficiente los vegetales, y deriva los recursos naturales en su beneficio. Por algo el hombre es el ser superior de la Naturaleza. El límite ético en el uso de la Naturaleza está en el respeto a su propio equilibrio ecológico, para garantizar la vida sobre la Tierra a las generaciones futuras. Lo único que el hombre no puede usar en ningún modo y bajo ninguna circunstancia para su beneficio es a otros hombres. No sería lícito ni moralmente aceptable por ejemplo que alguien matara a una persona que tiene un órgano compatible con él para realizarse un transplante de ese órgano literalmente robado, y mediante ello salvar su propia vida. Los medios de comunicación nos han sobresaltado a veces con noticias de este tipo que nos hacen temblar: Desaprensivos que son capaces de encargar la muerte de otra persona (habitualmente, sin recursos) para arrancarle un riñón u otro órgano compatible con el que curar su enfermedad. En todos los países civilizados está prohibido, por esta misma razón el comercio de órganos. Los transplantes han de realizarse siguiendo unos estrictos protocolos en los que, entre otras cosas, se garantice el altruismo y la confidencialidad de la donación. Resulta hoy universalmente aceptado que nadie puede usar la vida de otra persona en provecho propio. No varía la gravedad del asunto el hipotético hecho de que todos los órganos de una persona pudieran ser utilizados para salvar a varios enfermos. La oposición del valor de varias vidas humanas frente a una sola no quita gravedad al asunto: Jamás se legitima desde un punto de vista ético la utilización hasta la muerte de una persona para beneficio de otra u otras.
A mi parecer, la creación de un ser humano, buscado por su condición de ser compatible con otro ser enfermo para poderle curar es una clara utilización del hombre por el hombre. El niño así concebido se busca como un medio para un fin. Doy por supuesto que los padres también quieren a ese hijo (el así llamado por algunos autores “bebé-medicamento”). Sin embargo, no sabemos aún las repercusiones psicológicas que tendrá en el futuro para ese hijo el saberse seleccionado entre otros posibles hermanos por sus características genéticas. ¿Podemos estar seguros de que eso no supondrá una grave carga psicológica para esa persona en el futuro? ¿Podrá soportar la duda de si hubiera sido igualmente querido de no haber estado dotado de su peculiar carga genética?
Alguno podrá argumentar que otras muchas personas no vienen a este mundo queridas como un fin en sí mismas. Y se me echará en cara el ejemplo de los niños nacidos fruto de una violación, los bebés producto de un “error de cálculo” en los días fértiles de sus padres, o incluso el de los hijos engendrados buscando con tal excusa una mayor unión entre los progenitores. Pues bien, a pesar de tales ejemplos, afirmo que para el correcto desarrollo psicológico de la persona es fundamental saber cuál es el origen de cada quien. Saberse un hijo querido por uno mismo, por ser uno quien es, aporta un mejor componente para la estabilidad psicológica y emocional de la persona que tener la certeza de no haberlo sido. Y todavía tenemos que descubrir cómo afecta a la personalidad del ser humano el reconocerse, no como un fin en sí mismo, una persona aceptada tal y como viene, fruto del azar evolutivo, sino como un ser estrictamente seleccionado en los tubos de ensayo de un laboratorio con criterios utilitaristas. Poco tardaremos en comprobarlo, cuando los bebés que hoy se están engendrando de esta forma lleguen a la madurez. Aunque para ellos, por desgracia, ya será demasiado tarde.
II. No se puede matar a un hombre para salvar a otro
Derivado del punto anterior, puesto que el hombre es un fin en sí mismo, no es lícito matar a unos embriones (o condenarles al ostracismo del nitrógeno líquido y el incierto futuro) por ser literalmente sobrantes del proceso de selección, portadores del defecto genético o no compatibles para curar la enfermedad que se pretende.
La Declaración Universal de los Derechos del Niño proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1959 dice en su punto 10: “El niño debe ser protegido contra las prácticas que puedan fomentar la discriminación racial, religiosa o de cualquier otra índole”. Es evidente que la técnica de selección embrionaria discrimina a los niños que no cumplen los criterios de selección genética condenándolos, además, en la mayoría de los casos a una muerte segura. Por tanto, la creación de embriones que son luego sacrificados no sólo atenta contra el principal derecho de todas las personas (el derecho a su propia vida) sino también contra este derecho universalmente reconocido a no ser discriminado, por ninguna razón. También en su artículo 9 reza la citada Declaración: “El niño debe ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación. No será objeto de ningún tipo de trata”. A mi entender, no hay peor abandono que el que sufren los embriones no-válidos, a los que no se da la opción de continuar su desarrollo. Los cerca de 200.000 embriones congelados en espera de destino actualmente en España, una población equivalente a la de toda la ciudad de Santander, se encuentran claramente en situación de abandono, contraviniendo de este modo el citado artículo 9.
Se me tachará de exagerado por otorgar a “un conjunto de células” los derechos del niño. Alguno objetará que no son lo mismo, y que no se puede otorgar a un embrión los mismos derechos que a una persona ya nacida. Pero yo digo: Si no son lo mismo, ¿qué son? ¿Son acaso una entidad diferente? ¿Antes de ser una persona, qué es? ¿A qué especie pertenece eso que llaman “preembrión”? Es que no logro ver la razón de trazar una frontera que diferencia en el ser humano entre sus estadios iniciales de vida u otros, transcurridos unas semanas de vida, antes de salir del vientre materno, o ya fuera de él, asignando diferentes niveles de protección jurídica a la persona en unos estadios o en otros. Como si estuviéramos hablando ontológicamente de entidades diferentes. Es, además, una pendiente peligrosa que una vez iniciada no se sabe dónde puede terminar. Negarlo nos acerca a épocas afortunadamente ya superadas de la Historia, donde una raza se creyó superior a las demás y con derecho a imponer su patrón a todos el género humano. El Nazismo se aprovechó de los judíos para realizar las más aberrantes prácticas experimentales, al considerarlos seres inferiores, casi como algunos consideran a los embriones (o preembriones). La Ciencia actual nos permite intervenir en la estructura genética básica del ser humano, en el estadio vital de mayor dependencia, para transformarla, seleccionarla o destruirla. Con estas prácticas eugenésicas se pretende decidir qué vidas son dignas de ser vividas y cuáles no lo son.
No obstante, hace falta recordar que según afirma la ciencia, la vida humana comienza en el momento de la fecundación del óvulo por el espermatozoide, cuando se produce la fusión de los dos núcleos, dando origen a una nueva célula con una carga genética única y diferente de la de los padres, la cual conservará en todas y cada una de las células de su organismo durante toda su existencia. Como dice el profesor Nicolás Jouve, Doctor en Ciencias Biológicas y catedrático de Genética desde 1977, en su libro Explorando los Genes, “el embrión se constituye cuando existe un ente biológico con capacidad genética propia y suficiente para iniciar su desarrollo ontológico autónomo…El cigoto es de hecho la primera manifestación corporal humana” (págs. 191-192).
Por tanto, el punto crítico es afirmar que el cigoto YA ES un ser humano, que se encuentra en sus primeros estadios de evolución. Nuestra Constitución, en su artículo 15 afirma: “Todos tiene derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes”. Y el propio Tribunal Constitucional, en la sentencia 53/1985 afirma que “la vida del «nasciturus» es un bien jurídico constitucionalmente protegido por el artículo 15 de nuestra Norma fundamental”, ya que “la vida humana es un devenir, un proceso que comienza con la gestación, en el curso de la cual una realidad biológica va tomando corpórea y sensitivamente configuración humana”.
Pues bien, la Ciencia afirma con un irrefutable fundamento empírico que la vida humana comienza en el momento de la concepción. En el mismo instante de la fecundación se genera una nueva vida distinta de la de los padres. Y nuestra Constitución consagra el derecho fundamental de todo ser humano a su propia vida y afirma categóricamente que el ser humano comienza con la gestación. No hay ninguna razón, por tanto, para justificar la muerte de seres inocentes, aunque estos se encuentren en las etapas iniciales de su formación. Como suena cruel e inhumano, se pretende camuflar el crimen llamándole “preembrión”, en un argumento que a mi juicio resulta pueril. Una de las cuatro madres citadas en el reportaje de El País (26 Octubre 2008) se preguntaba, con toda su buena fe: “Deberían informarse bien, estamos hablando de pre-embriones, ¿cómo se pueden comparar con niños?" Es como afirmar que sí se está de acuerdo en que un embrión sea un ser humano, y como tal, sujeto de derechos (entre ellos, el primero el derecho a su propia vida). Pero como no hablamos de un embrión sino de un preembrión, queda resuelto el dilema ético: Ya no hay acto reprobable al acabar con la vida de un “preembrión”, puesto que en realidad todavía no es un embrión (o sea, todavía no es una persona). El argumento, por inocente, resulta grotesco: Cuando se pregunta a sus defensores, ¿cómo se define un preembrión?, la respuesta es: “Un preembrión es un embrión constituido por un núcleo de células resultantes de la división progresiva del óvulo desde que es fecundado hasta catorce días más tarde, cuando aparece en él la línea primitiva”. O sea, que un preembrión es un embrión con unas ciertas características… Es decir, ¡que es un embrión!
Amparo legal
Toda esta polémica viene amparada por la Ley 14/2006 sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida, la cual en su artículo 12 permite el diagnóstico preimplantacional para detectar enfermedades hereditarias graves “con objeto de llevar a cabo la selección embrionaria de los preembriones no afectos para su transferencia” y con el fin de detectar “otras alteraciones que puedan comprometer la viabilidad del preembrión” (entendiendo el término preembrión según he explicado más arriba, como el embrión de menos de catorce días). Con independencia de que la Ley ampare estas prácticas, hay que afirmar con rotundidad que desde un punto de vista ético se trata de una Ley que permite prácticas contrarias a la dignidad de la persona, al ignorar la dignidad intrínseca del embrión humano. Nadie debería escandalizarse si me atrevo a calificarla como una ley injusta y perjudicial para el bien común, que debe ser rechazada y que no debería haber sido aprobada (al igual que algunas otras, que no son objeto de esta reflexión).