El embrión preimplantado, ¿es un conglomerado de células o un individuo humano? (Dr. J. Aznar)

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keywords: embrión preimplantado, 14 dí­as, pre-embrión, DIU, pdd, fivet, genoma, epigénesis El criterio fundamental para definir la valoración ética de importantes actividades biomédicas, como pueden ser la clonación terapéutica, la selección de sexo, la fecundación in vitro, el uso de la pí­ldora del dí­a de después o del dispositivo intrauterino …


keywords: embrión preimplantado, 14 dí­as, pre-embrión, DIU, pdd, fivet, genoma, epigénesis


El criterio fundamental para definir la valoración ética de importantes actividades biomédicas, como pueden ser la clonación terapéutica, la selección de sexo, la fecundación in vitro, el uso de la pí­ldora del dí­a de después o del dispositivo intrauterino (DIU), la utilización de embriones congelados, y en general de la experimentación con embriones preimplantados, es conocer cuando se inicia la vida humana. Es decir, si el cigoto, y en general el embrión preimplantado, es un individuo humano o simplemente es un conglomerado de células sin valor, como afirman algunos investigadores y bioéticos que trabajan en este campo. Sobre este tema se ha escrito y debatido ampliamente, sin embargo, las posturas opuestas se mantienen inamovibles. Por ello, cualquier dato biológico nuevo que se publique sobre este asunto merece gran atención, tanto para los que defendemos que la vida empieza con la impregración del óvulo por el espermatozoide y la subsiguiente constitución del cigoto, como para que los que sostienen que empieza con la implantación del embrión en el útero.

En este sentido, unas recientes e interesantes experiencias realizadas por el grupo de Zernicka- Goet”™z (Development 128; 3739, 2001) apoyan que el desarrollo de los mamí­feros se determina ya en la primera división celular, es decir se define en las primeras horas de vida. Para demostrarlo, los autores, tiñen las dos primeras células del cigoto de una rata, de azul o de rojo. Después comprueban que a partir de una de ellas se va a formar el cuerpo del embrión, teñido de rojo, y de la otra la placenta, teñida de azul. Esto parece demostrar que desde la primera división celular, existe ya una especificidad celular que va a determinar para que va servir cada una de las dos células de ese embrión incipiente, lo que parece incompatible con la afirmación de que el embrión, en sus primeras horas o dí­as, es un conglomerado inespecí­fico de células. Pero ante este razonamiento, surge una pregunta que, en principio, no parece fácil de resolver. En efecto, si desde la primera división celular está predeterminado que una de sus células vaya a dar lugar al cuerpo del embrión y la otra a la placenta ¿cómo hacer ésto compatible, con el hecho biológico, claramente establecido, de que cada una de ellas, tomada aisladamente, pueda dar lugar a un embrión completo, con su placenta incluí­da, es decir que cada una de ellas sea totipotente?. Esto seguramente oscurecerí­a la validez de las experiencias de Zernicka-Goet”™z, que sugieren que la vida del ser humano se inicia con la primera división celular.
También en algunas experiencias realizadas a finales del sigo XIX, se manifestaba parecida contradicción. En efecto, en aquel tiempo, se manejaban las teorí­as preformista o epigenética para explicar el desarrollo del embrión humano. Los preformistas sostení­an que el embrí­on humano estaba prácticamente conformado como tal desde el principio y los epigenetistas mantení­an que, a partir de unas células de carácter muy inespecí­fico, se iba poco a poco desarrollando el embrión, hasta adquirir las caracterí­sticas morfológicas que posteriormente tiene. Pues bien, para defender sus ideas Roux, un preformista, realizó unas experiencias en las que destruí­a por calor una de las dos primeras células de un embrión tras su primera división celular. Después, pudo comprobar que la célula indemne continuaba dividiéndose, pero no daba lugar a un individuo completo de esa especie, en este caso un anfibio. Esto parecí­a desmentir el carácter de totipotencialidad de cada una de las dos primeras células del cigoto. Por otra parte Drierch, en 1891, realizaba otra interesantí­sima experiencia orientadas a la misma finalidad. Con un cabello separó cada una de las dos primeras células de un erizo de mar. En esta ocasión ambas células se pudieron desarrollar hasta formar a un erizo adulto completo. ¿Cómo explicar estos dos resultados, a primera vista contradictorios?.
Sin embargo, las más actuales teorí­as sobre el desarrollo epigenético del embrión, pueden dar luz a esta aparente contradicción. En efecto, hoy dí­a se conoce que para el desarrollo de un nuevo individuo, no solamente se requiere su genoma completo, que como se sabe se encuentra en cada una de sus células, incluido el cigoto, sino que se requiere también una serie de interacciones entre sus células, y entre sus células y el medio en el que están inmersas, que van a dar lugar a una información genética emergente, la denominada información epigenética, necesaria para que el nuevo organismo pueda auto organizarse y desarrollarse hací­a su estado embrionario primero y adulto después. En el embrión, incluido el de dos células, este cambio de información intercelular es absolutamente necesario para que cada una de ellas pueda especializarse y dirigir su desarrollo hací­a la formación del cuerpo del embrión o la placenta. Por esto, cuando una de las dos primeras células del embrión se separa de la otra, esta interacción celular desaparece y con ello la capacidad de especialización, circunstancia que se recupera cuando esta célula se divide en otras dos. Pero además de la interacción celular anteriormente comentada, el desarrollo epignético del embrión está también regulado por la situación espacial de sus dos primeras células dentro del propio embrión, situación que se establece en la primera división celular, y que a su vez está condicionada por la localización polar de su material genético y por el punto por el que el espermatozoide penetra en el óvulo. Esta primera división celular da lugar a dos células asimétricas, que, como se ha comentado, están especí­ficamente dirigidas a formar el embrión o la placenta.
Estos nuevos conocimientos sobre el desarrollo epigenético del embrión pueden, sin duda, dar luz a las experiencias anteriormente comentadas, de Roux y Drierch, y a reforzar el incuestionable valor biológico, de las también antes referidas experiencias de Zernicka-Goet”™z, que indican de forma fehaciente que ya en la primera división celular, cada una de las dos células tienen una finalidad biológica definida. En efecto, en el embrión de Roux, la célula que le quedaba después de eliminar a una de las dos iniciales, no podí­a crecer hasta dar lugar a un embrión completo porque le faltaba la interacción celular con la célula destruida, ya que como se ha comentado dicha información es indispensable para el desarrollo epigenético del embrión. Sin embargo, en las experiencias de Drierch, cada una de las dos primeras células, separadas por un cabello, podrí­an a su vez dividirse en otras dos, que contendrí­an toda la información genética, y que, al estar dentro de una unidad biológica común, podrí­an intercambiar la necesaria información, para que, a partir de cada una de ellas, se pudiera desarrollar un embrión completo, con su placenta incluida. En las experiencias de Zernicka-Goet”™z, a partir de una de las primeras células se desarrollará el embrión y de la otra la placenta, porque al estar incluidas dentro de la estructura biológica unitaria del cigoto, la interacción celular necesaria para el desarrollo epigenético del embrión estarí­a asegurada.
Luces nuevas, basadas en experiencias antiguas y recientes, que claramente apoyan la identidad individual de los embriones de los mamí­feros desde su primera división celular. Algo muy difí­cil de hacer compatible con el criterio de conglomerado celular con el que algunos cientí­ficos quieren definir a ese embrión incipiente, para quitarle todo el valor ontogénico que ese embrión tiene, y así­, sin trabas éticas, poderlo manipular libremente.

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