El principio de la responsabilidad de Jonas y el cambio de compromiso ontológico

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El presente ensayo trata de la relación entre el principio de la responsabilidad y la necesidad de un cambio del paradigma contemporáneo de la ciencia, el cual se constituye como necesidad ética en el marco del principio que nos impele a sentirnos responsables por la naturaleza, la especies vivientes así como por la humanidad, que se encuentra constantemente amenazadas por el peligro que significa el avance tecnológico exacerbado.

En la actualidad existe un debate entre ecologistas de todo el mundo sobre el principio de responsabilidad desarrollado por Hans Jonas y planteado por primera vez, en su libro “Principio de la Responsabilidad”. Dicho debate gira en torno a la incorporación del principio en las esferas de decisión estatal con el fin de servir como guía orientadora de las políticas públicas que en el presente y el futuro se asumirán. Francia es uno de los países en donde este proceso ha sido implementado por la decisión política de su anterior gobernante; lamentablemente el gobernante actual decidió retroceder lo avanzado eliminando nuevamente el principio de su orden constitucional.

Lo que parece una información de las decisiones políticas en el hermano país de Francia, es más que eso. Tiene que ver con el gran debate en torno a una posición de ser y estar en el mundo de hoy de manera humana. Es la posible respuesta a la gran pregunta de ¿somos o no somos responsables con nuestro planeta y nuestro futuro? Para contestarla, hay dos posiciones claras y distintas: o nos hacemos responsables o no. Parece que es casi obvia la idea de que debemos ser responsables porque, a ciencia cierta, es lo único que nos queda, pero la aplicación de nuestra decisión es la que nos presenta los mayores problemas.

En primer lugar, nadie está dispuesto a asumir las nuevas condiciones de vida que le propone el hecho de ser responsable con el planeta. Nos cuesta vivir sin mucha energía y asumir prácticas estatales de ahorro de la misma. En líneas generales lo que se quiere decir es que, nos cuesta dejar el consumismo para sólo consumir equilibradamente. Nadie quiere ser regulado y por otro lado, tiene mucho miedo de regular a los demás por el temor de ser regulado por aquellos. En segundo lugar, nuestros intereses externos que se encuentran en cuestión (el cuidado de nuestro planeta y con él, la opción de nuestro futuro) nos colocan en una situación complicada al momento de concretar nuestra responsabilidad.

Parece ser, que los intereses hegemónicos, económicos y políticos, tampoco nos dejan muchas opciones alternativas al respecto. El sistema debe continuar si o si y para ello, las formas de producción y consumo deben mantenerse. Aliado a este punto, aparece el tercero, que especialmente señala el gasto económico que acarrea promover el cambio de vida de los habitantes de cada país de este planeta. Tomando en cuenta el gasto, parece ser importante pero no sustancial, ya que, ese cambio produciría también una modificación de nuestros modelos de consumo que provocaría perder más dinero del que ya perdimos iniciando el proceso. En pocas palabras, el cambio, no es rentable.

Todo parece indicar que estas tres razones, desaniman a los regímenes políticos de instaurar al interior de su marco normativo el principio de responsabilidad, terminando como en el caso de Francia, atados para seguir haciendo uso, sea excesivo o no, del planeta. Allí quedan las ilusiones de la responsabilidad que nuevamente reposa en las páginas de un libro de hace más de 20 años. (Nos referimos al Principio de la Responsabilidad, escrito en 1979) Y es que hace 20 años las amenazas, no eran tan marcadas como ahora, en donde la predicción más catastrófica, se ha hecho realidad y las posibilidades de vida de nuestro planeta se acortan acerada y drásticamente. Hace 20 años sólo se podía vaticinar lo que en la actualidad se encuentra conviviendo con nosotros: la extinción del planeta.

Por todo ello, Jonas creyó conveniente enunciar lo que en el presente amenazaba al futuro, sobre todo al de nuestra especie humana. Por esta razón escribe un libro al respecto y analiza lo que se estaba sintiendo en aquella época. Para Jonas, la dominación de la técnica, devenida de la ciencia, era tal que se había no solo separado de la ciencia sino también de la utilización humana con fines más convenientes. La técnica pues, se había convertido en la dominadora del hombre, ocupando el sitial que siempre le ha pertenecido a aquel por derecho de creación. Es la humanidad la que se encuentra a los pies de la técnica y no viceversa. Dice Jonas:

“Así la tecnè, en su forma técnica moderna […] se supera a sí misma y […] cuyo éxito en lograr el máximo dominio sobre las cosas y los propios hombres se presenta como la realización de su propio destino” (Jonas 1979: 36)

Así también lo expone en la siguiente cita:

“…únicamente hemos examinado la aplicación de la tecnè al ámbito no humano. Sin embargo, el propio hombre se ve incluido entre los objetos de la técnica. El homo faber […] se dispone a rehacer innovadoramente al inventor y al fabricante de todo lo demás” (ibíd.: 49)

Jonas, atribuye esta nueva condición al compromiso ontológico o ideal metafísico que ha acompañado, y continua acompañando al hombre: la conquista de la naturaleza y la optimización de las capacidades humanas que convierten al hombre en un ser perfecto y omnipotente por encima de los demás. Este ideal, que Jonas lo muestra como el ideal de Bacon es una de las razones por las cuales los seres humanos llegamos a tener fe ciega en las maquinas, llegando al punto de ser guiadas por su avance. Jonas le llama programa baconiano:

“Lo que podemos llamar programa baconiano –poner el saber al servicio del dominio de la naturaleza y hacer del dominio de la naturaleza algo útil para el mejoramiento de la suerte del hombre – ha carecido desde el principio […] tanto de la racionalidad como de la justicia con las que de suyo hubiera sido compatible” (232)

No es mi intención realizar una caricatura de lo que puede sonar un argumento de una serie televisiva de terror, pero es parte de nuestra idea, poder preguntarnos hasta que punto estamos “totalmente conquistados” es decir, “dominados” por productos de la tecnología. Para esta condición no existe mejor aliado que el sistema de consumismo imperante.

El ideal baconiano es pues causante del proceso que tanto la humanidad como el planeta han padecido, pero no es el único; otro paradigma se encuentra también presente, colaborando eficazmente con nuestra desgracia. Se trata de la utopía, un ideal que a lo largo de los años, ha llenado de esperanzas vacías a un grupo de seres humanos que creen que sólo en el futuro, las condiciones de vida que nos llevan al desastre, cambiarán. Los hombres del presente apuestan por hombres del futuro para que éstos arreglen el desastre que ellos les dejaron. Una suerte de inconsciencia colectiva es la que se forja al creer en la utopía. Desde nuestra perspectiva, la utopía se relaciona también con la justificación de nuestros actos en declive del planeta. Necesitamos justificar nuestras prácticas sin necesidad de cambiarlas en el presente, saber que son prácticas que afectan al planeta pero aun así realizarlas, porque es la única forma que hemos heredado y aprendido, forma que podrá ser modificada en un tiempo futuro en donde los hombres estén dotados de más alternativas para desarrollar sin perjudicar al planeta. Jonas nos muestra un claro ejemplo de esta justificación al considerar al hombre del presente como un actor inauténtico viviendo una ética falsa,
“[…] el acontecer humano que mediatiza radicalmente todo lo anterior, esto es: lo condena a la provisionalidad, lo despoja de su valor propio […] las normas de la actuación son tan inauténticas” como lo es el estado que debe ser abolido por esa actuación y llevado a un estado superior” (48)

Si alguna carga moral tenemos esta es subsanada con un voto de confianza en el futuro, porque no queremos seguir haciendo daño al planeta y tenemos que detener este proceso de deterioro tenemos que pensar, que más adelante nuestras generaciones podrán llegar a salvarnos del desastre. Ellas serán más conscientes y adoptarán nuevas prácticas. El pasado, nuestro presente hoy, habrá sido un tránsito necesario de pasar con el fin de aprender de nuestros errores y soñar en un futuro mejor. Sin embargo, nada nos asegura que la utopía se cumpla, así como nadie puede afirmar que nuestras futuras generaciones serán mejores que las nuestras. El futuro del cual hablamos solo existe en nuestra fantasía, plagada de buenas intenciones así como los pasos programados por las corrientes utópicas para alcanzar lo soñado. En términos más simples, lo que pensamos que puede mejorar podría ser más desastroso de lo que podemos imaginar.

No obstante, habría que rescatar la esperanza como fortaleza de la utopía y con esta el hecho de preocuparse por el futuro dentro de sus posibilidades. Una esperanza que motiva individual y colectivamente a emprender acciones que modifiquen el rumbo de una historia de extinción. Un esperanza razonable, que busque concretizar las buenas intenciones en acciones concretas llenas de optimismo y veracidad. La esperanza es el mejor aliciente para el movimiento de la humanidad en pos de un cambio en el presente. Pero, la esperanza puede desencadenar rápidamente en utopías si estas son llevadas solo por el optimismo. Se hace necesario entonces, considerar también el temor al poder de la técnica y su tipo de progreso avasallador como complemento de la esperanza.
Lo dice Jonas: “El poder de la técnica sobre el destino del hombre ha rebasado incluso el poder de la ética del comunismo…” (48)

El miedo puede garantizar que el futuro se concrete en el presente y la esperanza se haga realidad en un hoy que necesita con urgencia un cambio. Además recuperar nuestro instinto de supervivencia, encaminando acciones en el día a día que puedan modificar nuestra situación. Es así como esperanza y temor se constituyen en aliados estratégicos del principio de la responsabilidad.

Pero ambos elementos serían inútiles si careciéramos del leiv motiv: nuestra propia y vulnerable condición humana. Es efectivamente, nuestra condición humana la que se encuentra en seria amenaza de ser destruida totalmente de la faz de la tierra, por nuestras propias creaciones técnicas. La consideración absoluta de respeto y protección de la vida humana es la que sostiene el principio de la responsabilidad. Este nuevo ideal metafísico recupera el hecho del “ser” humanos, tener capacidad para ser y existir en un mundo con condiciones de vida para crecer y desarrollar ese ser individual. Un ser con libertad para existir y tener dominio de sí mismo, que dialogue con los demás seres del planeta permitiéndoles existir tanto como él. Pero, no es sólo el ser que “esta-siendo” el que está tomado en cuenta sino el que “será” y todavía “no es”. Ese ser en potencia es el que también forma parte del conjunto de humanidad a la que queremos conservar, que se supone integra a las generaciones venideras de la especie humana de la cual, también nos hacemos responsables. Influenciado por Heidegger, Jonas se refiere a esta vulnerable condición humana al decir,
“ [el] primer mandamiento que se halla siempre en la base de aquella cuestión [del peligro total] de que deber ser, y ser, en cuanto hombre. Este en cuanto introduce la esencia en el imperativo de “que debe ser” como razón última de su incondicionalidad”(231)

Conociendo el leiv motiv sobre el que se basa el principio de responsabilidad podemos reconocer otro elemento en donde, según Jonas, posee su estrategia más importante: el ser un principio público más que un principio individual. En este punto nos encontramos en desacuerdo con el autor, cosa que explicaremos más adelante. Lo central aquí es que el principio de responsabilidad se establece como un imperativo que rige a nivel de políticas públicas:
 “…es evidente por otra parte, que el nuevo imperativo se dirige más a la política pública que al comportamiento privado, pues este no constituye la dimensión causal en la que tal imperativo es aplicable […] el nuevo imperativo apela a otro tipo de concordancia, no a la del acto consigo mismo, sino a la concordancia de sus efectos último con la continuidad de la actividad humana en el futuro”(41)

Al iniciar este ensayo comentábamos al respecto del orden político en el cual Jonas coloca su imperativo, esta ubicación le permite a dicho principio, ser considerado como formato evaluador de posibles acciones públicas que deban tomarse en el sistema estatal, asumidas y ejercidas por los integrantes de la sociedad. Si bien es cierto, esto puede resultar útil, tengamos en cuenta la experiencia histórica de los regímenes que normaron tiempo atrás, asumiendo el poder y el mandato verticalmente; muchos de ellos, cayeron, sutil o evidentemente, en formas de autoritarismo que, si bien funcionaron exitosamente al principio, fueron detenidos por los mismos integrantes de la sociedad y de otras sociedades a las cuales les parecía un error asumir los lineamientos políticos dictados. Casi de la misma forma, aquellos lineamientos que se desentienden de los intereses propios de sus ciudadanos y de los grupos de poder que al interior de la ciudadanía se mantienen, poseen el riesgo que quedar estancados como proceso político, eliminando cualquier intento de reforma o cambio en los circuitos sociales establecidos por los mismos ciudadanos.

Un observador lejano podría concluir, tomando como muestra estos dos complejos caracteres del estado y la sociedad, que el principio de la responsabilidad quedaría relegado al estudio de sus condiciones y posibles aplicaciones prácticas óptimas sólo en el campo teórico. Siendo así, el principio quedaría por completo desestimado y en franco desuso, inclusive antes de ser puesto en marcha. Nuestra alternativa complementaria que podría brindar una posibilidad de aplicatividad al principio, tiene que ver con el desacuerdo que tenemos con el creador al sostener, contrariamente a él, que el campo de acción del principio de la responsabilidad no sólo es el espacio público sino también, el espacio privado, del cual devienen la afirmación de todas las costumbres cotidianas que actualizamos cada vez que las ponemos en práctica. Estamos hablando entonces, de aplicar el principio de la responsabilidad complementariamente al espacio privado, intentando que el principio pueda constituirse en un saber y deber común de los seres humanos.

A través de esta posición recuperamos la esencia individual del principio y garantizamos su eficacia colectiva e institucional, al considerar el camino horizontal de propagación y practica del mismo unido al camino vertical de institucionalización y aplicación pública. Creemos sinceramente, que podemos establecer ambos canales de aplicación al mismo tiempo, teniendo operadores políticos en el espacio competente y actores sociales comprometidos en su escenario. Sólo así podemos establecer una dinámica real de modificaciones sustanciales en el entorno social e individual de la especie humana. Este es el mejor camino utilizado por las políticas públicas de mayor impacto mundial así como por los sectores interesados por un cambio paradigmático.

Ahora bien, este proceso puede hacerse posible desde las esferas más elementales de la vida social e institucional de la humanidad, pero parece ser que el cambio de paradigma en la ciencia tiene un proceso distinto. Como nos lo refiere Ballón,
“Los científicos […]no reflexionan sobre sus profundos compromisos metafísicos, para que no sean esclavos de alguna metafísica difunta pensando que son “independientes” o “científicos puramente prácticos” sin “compromisos metafísicos””(Ballón 1999:223)

Podemos darnos cuenta de ello, al estudiar la manera en como la ciencia a lo largo de su historia ha ido dejando paradigmas no por un pedido social o político de cambio sino más bien, por la insostenibilidad y poca simpleza de la propuesta, a la cual el sin fin de justificaciones la convertían en ineficaz. Llegando a:
 “un paradigma rigurosamente más amplio de cientificidad que el que nos proporcionaban las estrechas y dogmáticas nociones del paradigma metafísico representacionalista moderno […] un paradigma más apropiados para determinar situaciones y entidades, [(…)] fundado en un enfoque relacional y metafísico más amplio” (Ibíd.: 220)

Parece ser que la ciencia, independientemente de lo que suceda en el mundo social o político, asume sus propias posturas con respecto a sus avances y progresos. Es una disciplina que crece y se mantiene sola, cambia y desarrolla otras teorías o postulados solo en base a las necesidades que se le van presentando. Esta independencia queda demostrada totalmente al reconocer el avance de la técnica y su capacidad de manipulación de los elementos que se encuentran alrededor de ella.

Podríamos decir que la ciencia y su aplicación en la técnica han olvidado su punto de partida que es el servicio a la humanidad, pero, eso sería culparlos de algo que no les compete a las disciplinas sino a los que asumen la dirección de las mismas, hombres y mujeres con capacidad racional para decidir las aplicaciones y límites del desarrollo científico y tecnológico. El motivo por el cual desarrollamos ciencia y tecnología se nos ha olvidado a nosotros, que hemos pasado de asegurar mayor protección y confortabilidad a la humanidad a poner en riesgo su existencia en el planeta contaminando su biosfera hasta niveles alarmantes. De la misma forma, hacemos uso de los nuevos avances para diseñar y construir nuevas armas en contra de nuestros enemigos, que son nuestros propios especimenes, algo impensable en el mundo natural en donde las especies tratan de protegerse de las inclemencias del clima y de las demás especies que las amenazan, como la del hombre, que ocupa el primer lugar.

No deseamos presentar una culpa exacerbada de la situación, aunque así lo parezca; queremos en primer lugar, dejar en claro que los responsables del presente y el futuro de la humanidad somos nosotros, y nuestra tarea en estos momentos de la historia humana se encuentra enteramente relacionada con remediar las problemáticas vistas y descritas por nosotros mismos. En segundo lugar, nos parece un deber moral y ético tomar conciencia del tipo de paradigmas que rigen la ciencia y la tecnología hoy en día, estableciendo las condiciones negativas a la que no está llevando tal apuesta. Haciendo esta tarea será factible proponernos un nuevo compromiso ontológico que proteja a la especie pero también a las condiciones de su vida. El nuevo compromiso ontológico de la ciencia supone una aplicación del principio de la responsabilidad a todos los niveles de nuestra vida individual y colectiva, asumiendo la apuesta por el ser de manera radical, devolviendo el sentido originario a la ciencia y a la tecnología como protectores y facilitadores de una vida mejor y más duradera en el planeta.

Por esta razón, el principio de la responsabilidad y el cambio de compromiso ontológico se encuentran íntimamente ligados en una realidad que necesita de ambos para poder asegurar su permanencia en el tiempo. Para ello, la esperanza y el temor jugarán papeles preponderantes en la toma de conciencia de la humanidad, así como la práctica cotidiana que instaure nuevos hábitos en las personas y células básicas de la sociedad, como la familia y la escuela, las cuales se encontrarán complementadas con políticas públicas que regulen las actividades institucionales y propongan acciones a nivel macrosocial. Sólo así la utopía romántica se alcanzará en materialmente, dejando de ser una utopía para convertirse en toda una realidad.

Dicha consolidación puede ser comparada con el alcance de una revolución científica, y de alguna forma, es en sí misma una revolución, al nivel del cambio de paradigma científico y de modelos de desarrollo tecnológico. No obstante esta revolución no será comparada con los procesos sociales y políticos sino más bien tendrá que ir de la mano con el proceso revolucionario científico. Ambos elementos en la actualidad son indisolubles y necesarios para encontrar nuevas alternativas de continuidad de nuestra especie. Por esta razón Kuhn no estaba tan equivocado al tomar prestado del modelo social términos ligados a la “revolución” que supone un cambio brusco de ser y estar en el mundo. Validamos esta aplicación porque como Jonas dice
“si la esfera de la producción ha invadido el espacio de acción esencial. La moral tendrá entonces que invadir la esfera de la producción…” (Jonas 1979: 37).

Los cambios bruscos, parte del proceso revolucionario de la ciencia, se han venido desarrollando en tiempos actuales con mucha más frecuencia. En nuestra biosfera podemos observar muchos de ellos, integrándose al paisaje y configurándolo como nuevo, trasgrediendo nuestra mirada de la realidad estática, de forma más acelerada y dinámica posible. Parece en este punto que la naturaleza “nos impone” un paisaje producto de su intensa modificación natural, la cual es a su vez “impuesta por nosotros”. Pero este viejo conflicto de poderes, natural y humano, es posible porque ambas existen y con ellas, sus condiciones de vida en el mismo planeta. Las revoluciones se desenvuelven porque existen circunstancias especiales gracias a las cuales, pueden configurarse; pero estas pueden desaparecer un día y con ellas, la posibilidad de re-cambio de las especies y sus generaciones.

La tarea actual, nos supera, “imponiéndonos” algo mayor: la necesidad de cuidar lo que tenemos y preservar nuestros sistemas revolucionarios y de interdominación entre hombre y naturaleza[1]. Durante miles de años, no parecía que estos elementos podrían peligrar, ahora, es el momento en el que lo hacen y este momento, nos debe llegar conscientes y preparados por la defensa de los que están y los que estarán aquí. Así, nuestros paisajes podrán cambiar pero nunca desaparecer de la faz de la tierra, permitiéndonos proseguir nuestro camino, con temor, pero también con esperanza, al interior de una sociedad global enteramente responsable.

BIBLIOGRAFÍA
BALLON, José Carlos. El cambio de paradigma en la ciencia. Lima-Perú. CONCYTEC. 1999. 200 Págs.
JONAS, Hans. El principio de la responsabilidad. España. Herder.1989. 270 Págs.
KUHN, Tomas. Estructura de las revoluciones científicas. Buenos Aires. Fondo de cultura económica, 1992. 320 p.
[1] Al proceso de interdominación Jonas le denomina equilibrio simbiótico del hombre: “devorar y ser devorado es ley de la vida; ley precisamente de la diversidad, que afirma tal mandamiento en aras de sí” (Jonas 1979: 229)

2 de julio 2009 

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