La complejidad y la despersonalización creciente de las interacciones en la civilización contemporánea, junto a la constatación dolorosa de la fragilidad humana en el ejercicio del poder, han hecho surgir en la cultura actual una reivindicación de ‘transparencia’ en el actuar social. Bajo esta exigencia, dinamizada por un deseo de justicia, se encuentra también un trasfondo de desconfianza hacia las personas y las instituciones sociales.
Por otra parte, el afán, de distintos estamentos de la sociedad, por supervisar y controlar el desempeño de las acciones de los demás, bajo pretexto de optimizar los rendimientos económicos y políticos de lo ya realizado o por efectuar, está conduciendo a una carrera por el control de la información de las personas.
Frente a ello, la venerable tradición médica de la salvaguardia de la confidencialidad pareciera estar quedando fuera de época. ¿Cómo justificar una conducta basada en la confianza y la pretensión de sustraerse al control de quienes detentan el poder? Frente a estos desafíos se hace necesario reexaminar críticamente la vigencia del secreto médico, sus fundamentos, límites y la reserva de ciertos datos.
Lo íntimo
Probablemente, la indicación hipocrática de guardar silencio “acerca de aquello que jamás deba trascender”, es el primer testimonio expreso de una precaución que los médicos vendrían ejercitando desde tiempos inmemoriales. Las afirmaciones del libro bíblico del Eclesiástico (27,17 ss.): “El que revela secretos pierde la confianza y no encontrará a un amigo…” testimonian que la valoración positiva de esta conducta no se limitaba, ya en ese entonces, al actuar profesional, sino que abarcaba a las relaciones humanas en general. Así, no es de extrañar la permanente consideración que, tanto la sociedad como la profesión médica, han tenido a través de los siglos hacia las prescripciones del Juramento Hipocrático.
Se ha sugerido que aquello que busca proteger la conducta del secreto médico sería, en definitiva, lo íntimo. Siguiendo el argumento, ése no sería sino un aspecto de una conducta más amplia: el respeto a la intimidad. La custodia de la intimidad -conducta propiamente humana- tiene cierta analogía con la conducta animal instintiva de protección de la integridad física y del territorio. Sin desconocer la conexión que tiene el cuidado de la intimidad con dimensiones subconscientes o instintivas, es patente que en el ser humano esta conducta adopta el carácter de una protección inteligente y libre de la vida, como del desarrollo social y personal.