Autor: Pierpaolo Donati
Título original italiano: Generare un figlio. Che cosa rende umana la generatività (Cantagalli, Siena 2017).
Traducción al castellano: Carlos Ojea y Carlos Granados.
Introducción
De un tiempo a esta parte se están difundiendo varias modalidades de tener un hijo que prescinden de las relaciones entre los dos padres naturales. El proceso generativo tiene lugar en un laboratorio. Sucede combinando los gametos masculinos y femeninos recibidos de varias personas, y manipulados con diversas tecnologías. La gestación se confía a una mujer de la que no se sabe si asumirá el rol de madre o no. Uno se pregunta entonces: en estas condiciones, ¿Quién o qué engendra un hijo? ¿Quién es “progenitor”? ¿Lo es quien da el material biológico, o bien los técnicos del laboratorio, o quien asume la tarea de tomar consigo y educar al no nacido? La paternidad se vuelve un proceso indeterminado. Cabe preguntarse en qué aspecto la generación de un hijo es algo todavía humano.
La pregunta sobre quién engendra no se refiere evidentemente a los aspectos técnicos. Se refiere al sentido del engendrar para quien asume la responsabilidad de ser padre pero también (y este es el lado oscuro que aquí interesa explorar) para el hijo. La tesis de fondo es que la pregunta sobre quién engendra un hijo debe hacerse desde el punto de vista del hijo, desde el lado de la filiación, y no sólo desde el punto de vista de la paternidad.
Los estudios empíricos, psicológicos y sociológicos indican que la identidad personal del hijo hace referencia, ciertamente, a las aportaciones biológicas y afectivas de los individuos que lo han querido, pero su sentido más profundo (¿Quién soy yo?) se halla en otra parte. Está en la relación entre las personas que lo han engendrado.
Que la situación es así lo testimonian los mismos hijos. Ellos deben responder al enigma de la filiación (¿Por qué existo?, ¿Dónde estoy situado en el mundo?). Hay una gran diferencia entre saber que se ha nacido de una relación interpersonal entre un padre y una madre o que se ha nacido de una técnica de laboratorio y de varios procesos que han implicado a muchos. Estos, por mucho afecto que hayan puesto en su acción, no pueden ofrecer una relación intersubjetiva que responda a la necesidad de pertenencia que está en el hijo, como, en cambio, sí que pueden hacerlo los dos padres naturales. Porque lo humano se halla en la cualidad de la relación interpersonal generativa entre un hombre y una mujer, con todos sus límites y defectos.
Quienes engendran no son los individuos como tales, sino su relación. Este es el punto que es necesario comprender. Lo que cualifica como humana la generación de un hijo es la estructura hombre-mujer y la cualidad intersubjetiva de dicha relación. De hecho, el hijo puede interactuar con un progenitor solamente a través de la relación que este tiene con su cónyuge, lo cual pone en juego la relación entre ambos progenitores. Como demuestran los casos de adopción, al crecer, el niño se pregunta por su identidad, no solo respecto de quien le ha cuidado, sino también y sobre todo de quienes lo han engendrado. El sentido de haber sido engendrado debe encontrarlo, si es posible, en la estructura y en la cualidad de aquella relación de la que ha nacido. Debe confrontarse con dicha relación para saber cómo y por qué existe. Si ignora quiénes son sus padres naturales, uno de ellos o los dos, su existencia está marcada por el vacío. Debe saber si aquella relación ha sido de amor o de violencia, si aquella relación ha sido hermosa y sólida o bien dolorosa y hecha pedazos, porque el hecho de que haya sido de un tipo o del otro influye tremendamente en la vivencia del curso de su vida. Es por esto que el sentirse engendrado en una cierta forma más que en otra influye grandemente en la propensión de una persona a engendrar o no, en un modo o en otro, a su vez. Y es por esto que la relación generativa decide sobre el destino y la cualidad humana de las nuevas generaciones. No existen determinismos, es oportuno advertirlo. De hecho, no es posible decir cuál será el resultado de una “buena” relación generativa o bien, al contrario, de una relación generativa defectuosa o carente de cualidad humana. Pero lo que es cierto es que el hijo nace de aquella relación generativa que, aun conteniendo mil factores que concurren, ofrece al hijo el sentido primario de su existencia.
El problema y las tesis: leer “relacionalmente” la generación
Es un hecho ya conocido y difundido que la generación de seres humanos sucede cada vez con más frecuencia a través de una variedad de nuevos métodos que separan la procreación/ filiación humana de la relación sexual natural entre un hombre y una mujer como progenitores del concebido. Estos métodos usan algunas tecnologías médicas y biológicas que pueden actuar sólo en presencia de algunas condiciones sociales, culturales y legales, esto es:
- Si el contexto permite que una serie de actores (médicos, biólogos, donantes de gametos) hagan una serie de operaciones previas al proceso de fecundación y formación del embrión (retirada y tratamiento artificial de los gametos masculinos y femeninos de potenciales progenitores y/o donantes).
- Si el mismo contexto permite después que el embrión sea implantado en diferentes mujeres (madre biológica o madre subrogada), en tiempos y lugares discrecionales, dentro de un marco de reglas más o menos definidas que deben ayudar a la consiguiente atribución, una vez llevado a término el embarazo, de las relaciones legales de paternidad, que varían mucho entre un país y otro.
Se está frente a una bio-política de control de la procreación/filiación que no tiene precedentes en la historia. Esta refleja la fuerza persistente del mito faustiano de la modernidad, expresada en la búsqueda de la superación de lo humano en lo trans-humano, en el organismo cibernético (cyborg), en lo posthumano. Pero esta tendencia tiene algunos problemas y empuja hacia algunas alternativas. Como ha observado Edgar Morin1, “lo que muere hoy no es la noción de hombre, sino una noción insular del hombre, aislado ante la naturaleza y de la propia naturaleza; lo que debe morir es la auto-idolatría del hombre, que se admira en las imágenes convencionales de la propia racionalidad”.
Yo querría insistir en la estructura relacional de la generación de seres humanos en el marco del “contexto relacional” compuesto por relaciones sociales entre varios actores que actúan con diferentes modalidades reflexivas para llevar a cabo el proceso biológico que va desde la formación del embrión al parto del nasciturus y después a gestionar la inclusión del recién nacido en el contexto social. La expresión “modalidades reflexivas” no tiene connotación alguna de valor positivo o negativo: se refiere simplemente al hecho de que los actores justifican sus propias acciones en base a una reflexividad personal y relacional que puede ser dependiente, autónoma o meta-reflexiva, pero que también puede ser fracturada o impedida.
Preguntarse por “la naturaleza humana de la procreación” implica cuestionar los símbolos primarios de la existencia humana, es decir, los símbolos que cualifican una civilización respecto de otra, en cuanto que toda civilización interpreta de forma distinta lo que se quiere decir (y no solo indicar con marcas y signos) cuando se habla de “naturaleza”, de “humano”, de “generación”. Se trata de comprender cómo son reelaboradas las distinciones entre natural y no-natural (¿artificial?), entre humano y no-humano (¿no de especie/específico?), entre lo generativo y lo que no lo es (¿Cómo llamarlo?, ¿“reproductivo”?): precisamente la dificultad para definir estas cuestiones y, en particular, para indicar el término contrario de generativo, indica la dificultad de nuestro problema.