Homosexualidad: extensión del fenómeno desde una perspectiva psico-social (M. Barceló Iranzo)

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             Las contradicciones que aparecen en la evaluación epidemiológica de¡ fenómeno homosexual son constantes en la literatura cientí­fica mundial.  Un ejemplo evidente puede ilustrarnos al respecto, y en este caso adquiere más significación pues aparece en un prestigioso tratado de Psiquiatrí­a, en una de sus últimas ediciones. MEYER (1) autor …

 

 

         Las contradicciones que aparecen en la evaluación epidemiológica de¡ fenómeno homosexual son constantes en la literatura cientí­fica mundial.  Un ejemplo evidente puede ilustrarnos al respecto, y en este caso adquiere más significación pues aparece en un prestigioso tratado de Psiquiatrí­a, en una de sus últimas ediciones. MEYER (1) autor del capí­tulo correspondiente a la homosexualidad egodistónica ‑el tí­tulo ya da una idea de las precauciones adoptadas por el que escribe sobre el tema‑, refiere las dificultades existentes para estimar la prevalencia e incidencia del fenómeno homosexual, desde los estudios de KINSEY en los años 40 y comienzo de los 50 hasta los años 80 y 90, aunque reconoce que en los últimos treinta años ha aumentado el grado de apertura de esta orientación homosexual. También reconoce que no existen variaciones en la distribución por culturas y naciones, pero, no obstante, elude hablar de las diferencias por razas e incluso por religiones.

         Las estimaciones de prevalencia de la homosexualidad masculina están entre el 4 y 5%, y de la homosexualidad femenina en torno al 2%.  En estas estimaciones, que provienen de los primeros estudios de KINSEY , se incluyen a los hombres y mujeres con orientación homosexual exclusiva o predominante, y no a los contactos ocasionales con personas del mismo sexo.  Estas nebulosas estadí­sticas y epidemiológicas, en mi opinión, complican el estudio del fenómeno de la homsexualidad desde una perspectiva psico‑social.  Parece claro que las creencias sobre la orientación sexual homosexual, tanto femenina como masculina, desde los puntos de vista cientí­fico y social, ha sufrido en las últimas décadas enormes transformaciones.  La tolerancia social hacia las prácticas y los que practican comportamientos homosexuales ha alcanzado cotas importantes en las sociedades avanzadas.  Desde que los movimientos de homosexuales se organizaron después de la II Guerra Mundial, su influencia en los grupos prestigiosos de los ámbitos jurí­dicos y cientí­ficos ha permitido desde cambios legislativos, hasta la desaparición de la patologí­a homosexual de los Manuales de Clasificación de los Trastornos Mentales y del Comportamiento.           Incluso los movimientos organizados fomentan trabajos sobre la integración de la religión y de la homosexualidad como arma en contra de internalizar la fobia a la homosexualidad (WARNER, G. et al (2)). 0 también se realizan trabajos que tratan de mejorar la imagen de la homosexualidad, antaño tenida como origen de abusos y degradaciones de todo tipo, quizá producto de una sociedad intransigente y puritana en sus formas.  Por ejemplo, se estudia la posibilidad de riesgo en poblaciones de niños de abuso por parte de homosexuales.  Por supuesto, se llega a la conclusión que es improbable que esto ocurra, aunque la muestra sea de apenas trescientos niños, de los cuales sólo setenta y seis son niños (JENNY, C. et al(3)).  Esta actitud en defensa de la homosexualidad da lugar a paradojas como la siguiente: en un estudio sobre numerosos asesinatos de hombres homosexuales mayores durante la década de los ochenta en Amsterdam.  La policí­a encontró que en su mayor parte los asesinos fueron varones jóvenes dedicados a la prostitución y que los motivos para tales crimenes son muy complejos dada la situación de marginación de ambos grupos de sujetos (VAN GEMERT, F. et al(4)).

         La situación se complica más si cabe cuando aparecen artí­culos recientes en donde se sugiere que muchos problemas que aparecen en las vidas de hombres y mujeres homosexuales jóvenes ‑ abuso de sustancias, prostitución, problemas escolares, fugas de casa, e incluso suicidio‑, son sugestivos de las consecuencias que origina una persecución verbal y fisica de sus iguales y de los adultos. (SAVINWILLIANS, R C et al(5)).

         Otras aportaciones son más sinceras y realistas: ROTHBLUM (6) aseguraba que es preciso fomentar la investigación de los problemas de salud mental de lesbianas y hombres gay, porque era evidente que se incrementaba el riesgo para determinados trastornos mentales y, según él, podí­an protegerse para otros. No obstante, los problemas que suscita la investigación biológica provienen de la manipulación que los grupos de presión social tratan de realizar de meras hipótesis de trabajo.

         Las fuerzas principales que crean la identidad sexual son la sensación de que el sexo psicológico concuerda con el anatómico, y que el género es congruente con lo que define la cultura como conducta aceptable para el mismo.  Son raros los verdaderos trastornos de género (GENDEL Y BONNER(7))

         Los primeros estudios biológicos apuntaban en el sentido de que los hombres homosexuales tení­an niveles inferiores de andrógeno circulante que los heterosexuales, no han sido avalados por la investigación ulterior. En 1981, ERHARDT Y MEYER(8) resumieron su revisión de las contribuciones hormonales en los siguientes términos: Las pruebas en favor del papel de las hormonas prenatales en el desarrollo de la orientación sexual no es concluyente.  Los datos disponibles sobre pacientes intersexuales indican que las hormonas prenatales no determinan la orientación sexual.  Si la homosexualidad humana fuera necesariamente un resultado de la vulnerabilidad en la modelización del cerebro mamí­fero, seria difí­cil comprender la ausencia de homosexualidad natural en otros mamí­feros.  Según los conocimientos disponibles, no parece haber una acción definida de los factores hormonales o biológicos de otro tipo sobre la identidad sexual o la elección de objeto.  Más bien, parece haber una compleja interacción entre los factores biológicos, ambientales y mentales que afectan a la expresión de las conductas sexualmente dimórficas.

         Los análisis de trayectoria (path analysis) de la relación entre las experiencias descritas por hombres y por mujeres homosexuales indicaron que la no conformidad con el propio sexo durante la niñez y las preferencias homosexuales en la adolescencia eran los factores que más se correlacionaban con la preferencia homosexual en la edad adulta (MEYER(9) , 1992).  Es interesante subrayar que los estudios de pacientes homosexuales revelan operaciones mentales y compromisos similares a los hallados en los estudios de pacientes con trastorno de la identidad sexual y parafilias.

         Estos datos reveladores sobre la í­ntima relación que se establece entre lo vivencial y el momento clave de estructuración de la personalidad, parece una constante en la opinión de los autores que más han estudiado los problemas de la identidad sexual.  Aunque la interpretación tienda en la mayorí­a de ellos a relacionar estas vivencias con un esquema previo de creencias psicodinámicas de orientación psicoanalí­tica y freudiana.

         La sexualidad en la etapa de la adolescencia se comporta con una dimensión sensualista muy desbordante.  De tal manera, que se puede decir que en esos momentos la sexualidad no tiene sexo, pues el adolescente sufre un verdadero bombardeo de estí­mulos sobre un terreno hipersensibilizado por la maduración hormonal.  La clave para que resuelva correctamente estas vivencias está en el ambiente y las influencias que emanen de él (BARCELO(10)).

         Es precisamente aquí­ donde nos encontramos con el nudo de la cuestión.  Hasta qué punto la experiencia sexual limita la capacidad de acceso a un completo desarrollo de la afectividad humana.  Es posible que se manifieste esta limitación en el caso de la homosexualidad, tanto femenina como masculina, en la aparición de nuevas actitudes ‑clara consecuencia de la estabilidad de las parejas, incrementadas desde la aparición del fenómeno SIDA‑, sobre todo la reclamación del derecho a la adopción y, de esta manera, tener acceso a una experiencia de paternidad; y de los sentimientos de alto rango que ello conlleva.  A pesar de que como advierte GOLD et al(11), los datos de su trabajo sugieren que los niños de padres gay o lesbianas tienen diferencias en algunos aspectos del desarrollo psicológico, social y sexual comparado con los hijos de familias heterosexuales y no precisamente a favor de los primeros.

         DEENEN et al(12) en un reciente trabajo sobre la intimidad y la sexualidad de parejas de hombres gay, llega a la conclusión que los hombres gay jóvenes valoran los aspectos emocionales de su relación más que lo hacen los hombres gay viejos.  De tal manera, que se confirma la importancia que tienen los aspectos pasionales en las edades precoces de la vida, precisamente en el momento en que se inicia la estructuración de la personalidad hacia la edad adulta.  Por tanto, y es mi opinión, las experiencias en estos momentos de adquisición de hábitos son determinantes en el posterior desarrollo de los estí­mulos que activan el comportamiento sexual.  La instintividad, la facilitación conductual y la fantasí­a cierran un circuito cerebral clave en la armónica afectividad del individuo.

         Por todo esto que venimos descubriendo en las aportaciones recientes de la bibliografí­a internacional, conviene que repasemos algunos conceptos sobre la afectividad, los sentimientos y las emociones o pasiones del hombre.  Según POVEDA(13), en una reciente revisión sobre el movimiento psicodinámico, refiere que KANT y WUNDT consideraban a los sentimientos como pensamientos confusos; en cambio, FREUD los entendí­a como instintos sublimados.  Los primeros autores, de una manera esquemática, acercaban los sentimientos a la racionalidad del hombre y, en cambio, el creador del psicoanálisis a la instintividad; no obstante, se cumple en ambos la intencionalidad de orientar la afectividad hacia un contexto interpretativo previo, que han postulado apoyados en su escuela ideológica correspondiente.

         DESCARTES, citado por MARIAS(14), pensaba que las pasiones son estados del alma, pero con una causa en el cuerpo.  La definición cartesiana de las pasiones es esta: “Percepciones, o sentimientos, o emociones del alma, que se refieren particularmente a ella, y que son causadas, sostenidas y fortificadas por algún movimiento de los espí­ritus”.  A manera de ejemplo, cabe citar aquí­ las principales pasiones, según DESCARTES, de las cuales se derivan un gran número de otras secundarias.  También hay que considerar sus contrarias ‑las que obstaculizan al hombre para la consecución de su felicidad terrenal‑.  La admiración y el desprecio, el amor y el odio, el deseo ‑que no tiene contrario‑, la alegrí­a y la tristeza.  Sin embargo, reconoce que existe un amor superior a la mera atracción sexual dirigido a un persona del otro sexo que puede convertirse “en otro uno mismo”.  Es indudable que DESCARTES plantea una magnificación de las pasiones, hasta el punto de rechazar la distinción entre el amor de benevolencia de los escolásticos y el amor de concupiscencia ‑muy inferior en el proceso de perfección y maduración humana‑.  Pero deja una idea clara este pensamiento racionalista de DESCARTES, y es el reconocimiento de que de las pasiones depende todo el bien y todo el mal de esta vida.

         Conviene señalar que después de lo planteado hasta ahora, se puede concluir que en la historia de la filosofí­a, y por parte de las mejores cabezas pensantes, son muy diversas las orientaciones y clasificaciones de todo lo que no es pensamiento racional y se puede considerar un sentimiento ‑sentido por la mente pero no necesariamente participado por ella‑.  Pero, en mi opinión, las verdaderas disensiones y enfrentamientos entre las escuelas filosóficas radican en la catalogación o no de las numerosas pasiones, emociones o sentimientos de la persona, en un sentido de responsabilidad por las consecuencias sobre los otros o sobre un ser supremo, Dios.

         En los momentos actuales se puede hablar de una tipologí­a de persona que está expuesta a enormes influencias socioculturales con intensa fuerza de modelaje.  De tal manera, que algunas funciones psí­quicas cobran más relevancia que otras.  La percepción y la afectividad dan la impresión que se encuentran saturadas de información y estí­mulos en determinados rangos o espectros de baja calidad, mientras que el pensamiento permanece centrado en propuestas tecno‑cientí­ficas y en la integración de las fantasí­as inducidas por el bombardeo sensorial, hasta el punto que oscurecen la maduración espiritual de la persona.

         La psicologí­a innovadora ha aportado una teorí­a al respecto que nos puede aclarar algunas circunstancias de los hombres y mujeres actuales.  La teorí­a del “efecto omega” que, en opinión de TAYLOR en un reciente artí­culo, considera que a la memoria humana no le interesan los hechos, sino las discrepancias.  La neurobioquí­mica cerebral posibilita distinguir las percepciones de los hechos cuando aparecen sobre todo rupturas vivenciales.  Ahora parece que lo que domina es lo inmediato y, en palabras de CARDONA(15): “se vislumbra una amnesia en la memoria trascendental”, que sólo en la Revelación y con la ayuda de la gracia, “eleva, sana y perfecciona la naturaleza, pero cabe no acogerla y obstinarse en el olvido”.  Vivimos tiempos en que ese olvido da la impresión todos los dí­as que se haya adueñado de los “mass media”, de los medios de difusión visuales y escritos.  Por tanto, la ausencia de discrepancia obliga a los individuos a enfriar sus capacidades de critica y a ser domesticados, casi sin conciencia de ello.

         La influencia ambiental en el desarrollo de la conducta sexual tiene tal fuerza, pero a la vez resulta tan marginada por las corrientes de pensamiento psicológico contemporáneo, que existen pocos trabajos al respecto.  Nadie quiere culpabilizar a otros sobre la patoplastia de las conductas sexuales en las últimas décadas, pero sí­ que se le responsabiliza al mundo materialista y consumiste de los cambios de hábitos de las sociedades avanzadas.  Existe un cierta fariseí­smo en muchos intelectuales representantes del mundo de las ciencias y de las humanidades. í‰stos aceptan nuevas visiones de la sexualidad humana antinaturales y, en cambio, condenan el modo como se estructuran en la sociedad estilos de vida a base de manipulación y saturación de los individuos.

         La psiquiatrí­a fenomenológica, en este caso representada por KíœLPE (citado por POVEDA, 1992), distingue la cualidad afectiva del ser psí­quico de la instintividad y de las facultades y potencias superiores: entendimiento, voluntad y memoria. De esta forma, la afectividad, como función exclusiva del ser humano, posee en sí­ misma unas expresiones concretas o posibilidades de expansión, a las que llamamos: el humor, los estados de ánimo, las emociones y los sentimientos.  Esta pluralidad expresiva, matiza y dirime las influencias que sobre la función psí­quica superior, que no es otra que el pensamiento o la razón, ejercen los afectos.  Y, como contempla en la actualidad la escuela psicológica del cognitivismo (BECK(16),]974), esta dinámica relaciona¡ es interactuante y mutuamente estructuradora, tanto para la afectividad ‑globalmente entendida‑ como para el pensamiento ‑en su vertiente de entendimiento y de conación o función de la voluntad‑.  En términos más coloquiales, se piensa como se siente, pero se acaba sintiendo de otra manera, si cambiamos los juicios sobre nosotros mismos y lo rubricamos con la conducta, lo que los cognitivistas llaman el estilo atribucional y conductual.

         GERGEN(17), un psicólogo estudioso del postmodernismo, define el concepto del yo saturado y la colonización del yo, para explicar esas nuevas realidades.  También hace referencia este autor a las soluciones aparentemente eficaces, pero improcedentes, de estos individuos que se adaptan con personalidades tipo “pastiche”, algo así­ como de piel de camaleón, cambiante y mimética con el ambiente.  En palabras de MULLER (citado por GERGEN, 1992): “estamos ansiosos por renunciar a ser lo que somos porque llegar a ser uno mismo es difí­cil y penoso, y porque anhelamos recibir las recompensas que nuestra cultura está dispuesta a ofrecernos a cambio de nuestra identidad”.

         En las siguientes palabras, transcritas de la Encí­clica Evangelium Vitae, se puede comprobar la importante repercusión en la vida de la espiritualidad de concepciones que atentan contra la Ley natural:”Hay amenazas que proceden de la naturaleza misma, y que se agravan por la desidia culpable y la negligencia de los hombres que, no pocas veces, podrí­an remediarlas.  Otras, sin embargo, son fruto de situaciones de violencia, odio, intereses contrapuestos, que inducen a los hombres a agredirse entre sí­ con homicidios, guerras, matanzas y genocidios”.

         Y sigue de esta manera tan sorprendente para muchos: “¿Cómo no pensar también en la violencia contra la vida de millones de seres humanos, especialmente niños, forzados a la miseria, a la desnutrición, y al hambre, a causa de una inicua distribución de las riquezas entre los pueblos y las clases sociales? ¿O en la violencia derivada, incluso antes que de las guerras, de un comercio escandaloso de armas, que favorecen la espiral de tantos conflictos armados que ensangrentan el mundo? ¿O en la siembra de muerte que se realiza con el temerario desajuste de los equilibrios ecológicos, con la criminal difusión de la droga, o con el fomento de modelos de práctica de la sexualidad que, además de ser moralmente inaceptables, son también portadores de graves riesgos para la vida?  Es imposible enumerar la vasta gama de amenazas contra la vida humana, ¡son tantas sus formas manifiestas o encubiertas, en nuestro tiempo!”.

         En estas palabras del Papa JUAN PABLO II podemos encontrar duras referencias a las cuestiones que enfrentan al hombre contemporáneo contra su gran prueba.  Pero lo que llama la atención es la equiparación que realiza entre situaciones tan dispares como son las guerras, la violencia, la injusticia directa, y las desviaciones sexuales.  Sin duda que el hombre ha cometido y sigue cometiendo pecados durí­simos contra la humanidad, auténticos genocidios directos; quizá algún dí­a descubriremos que nosotros hemos sido cómplices de obra o de omisión de atentados contra la humanidad, menos concentrados en un periodo histórico concreto pero de magnitudes mayores a las de aquéllos que han horrorizado a las personas que han tenido la desgracia de vivir en las décadas intermedias del siglo XX.

         Ahora no se habla de la selección de una raza, ni de expansiones imperialistas, ni siquiera del orgullo de un pueblo, ahora la excusa para no vivir con sentido de la fraternidad la relación entre los pueblos o el compromiso con una humanidad que está destinada a SER desde el inicio de los tiempos, es la comodidad del individuo, la satisfacción de las pasiones y el deseo de prevenir todas las contingencias.  De esta manera, la persona defiende los conflictos que le son cercanos, los otros pueden omitirse porque forman parte del proyecto de un ser lejano al que algunos llaman Dios.  Este Ser Supremo proyecta el destino del hombre a través del principio de la libertad y de la prueba del corazón, es decir, de la bondad del hombre.  Nos iguala a todos por el deseo de bien sin lí­mites, no por la validez de las inteligencias brillantes y despiertas, que tratan de controlar todas las contingencias, como si ellos mismos fueran seres no contingentes.

         Se atribuye a DISRAELI la frase: “Toda religión de lo Bello acaba en orgí­a”.  La humanidad que magní­fica el valor de la inteligencia y de los valores estéticos, en detrimento de los valores espirituales de la entrega y la fraternidad al cuidado de los otros, acaba ensimismada en sus propios errores, ajena a los principios que dieron sentido a su propia existencia: el don gratuito de la vida por el deseo de un Padre, que espera la correspondencia de la paternidad biológica o putativa del hombre para con el hombre.

         También es necesario que perdamos de vista todos, la falsa idea de que existen rangos en el pecado.  El perdón de Dios y la reconversión personal no distingue entre unos pecados u otros.  Y, por supuesto, la atenuación de la culpa tiene que ver con la colaboración de una sociedad en el mal, que incita al hombre con malicia, y con la naturaleza de la trasgresión.  Por tanto, los pecados contra la dignidad de las personas a través de su naturaleza sexuada se encuentran en un nivel inferior a los que nacen de la autosuficiencia de¡ hombre y de su obstinación soberbia.  Pues, de alguna manera, las personas se encuentran expuestas a la manipulación de los soberbios en su propio provecho, con la excusa de ayudar a liberarse de represiones fantasmales.  Los autosuficientes son todos aquellos que controlan los medios de comunicación para alienar, las corrientes de opinión de la sociedad para perpetuarse en el poder y las ofertas de consumo hedonista para enriquecerse.

         Hoy como ayer persisten las resoluciones sobre las claves que conducen a la verdad y a la felicidad.  Sólo hay algo claro para el hombre de a pie, el camino es accesible intelectualmente para algunos, pero todos tenemos nuestro nivel de felicidad accesible y abierto a través de la virtud, sin necesidad de entender los conceptos filosóficos que lo explicitan y lo argumentan entre escuelas filosóficas contrapuestas.  La virtud, como sabemos desde la infancia, es una disposición constante del alma que nos incita a obrar el bien y evitar el mal.

         Me gustaria poder trasmitir una escena de la pelí­cula Philadelphia, llena de emoción y dramatismo y que conduce a los dos protagonistas a una vivencia de gran patetismo y arrastran con ellos a los espectadores.  La interpretación se ve apoyada en en una banda sonora magistral, procedente de una ópera, que suena dentro de la habitación.  La escena la transcribo de esta forma.  De antemano les pido perdón por mi incapacidad de reproducir con las palabras, la fuerza emotiva de las imágenes y de la música en la cinta cinematográfica.

         En medio de una gran sala de estar, el protagonista se encuentra de pie y con el soporte del gotero para tratar su SIDA en una de sus manos, como si de un báculo se tratara.  Mientras su abogado, sentado en una mesa llena de papeles, quiere que repasen las declaraciones que al dí­a siguiente debe comunicar al tribunal y al jurado que dictaminará sobre su despido improcedente.  De repente, el protagonista se desvia de la conversación y le pregunta a su abogado un hombre de raza negra, hecho a sí­ mismo, práctico, socarrón, pero con estilos atribucionales tradicionales, es decir, con esquemas clásicos de funcionamiento social:

         ‑ Miller, ¿rezas alguna vez?.

         Miller responde, después de dudar unos segundos:

         ‑ Sí­, rezo.

         ‑ ¿Para qué rezas?, vuelve a preguntar el protagonista.

         ‑ Por mi mujer, por mi hija, porque gane mi equipo de

football.

         El protagonista da un giro a su interrogatorio y comenta:

         ‑ No sé si acabaré este juicio, he previsto algunas obras de caridad, la casa será para Miguel,…

         Mientras dice estas cosas, la banda sonora adquiere una fuerza creciente y esta percepción le centra en la música.  Y comienza a moverse con suavidad.  Y mientras comenta la ópera, él se extasí­a ante su belleza y los sentimientos que esa armoní­a le evoca en su alma.  En un momemto determinado dice:

         ‑ Es mi aria favorita.  Es Maria Callas en Andrea Chenier de Humberto Iordano.  Está es Madelaine.  Explica como durante la Revolución Francesa la chusma prendió fuego a su casa.  Y su madre murió salvándola a ella.  Mira, el lugar que me vio crecer está ardiendo.

         Luego comienza un diálogo en donde la emoción se decanta claramente por la melancolí­a y el llanto.  El protagonista sigue comentando el aria, pero a su vez interroga a su amigo y abogado, y quizá se interroga él mismo en su intimidad.

         ‑ Mira.

         Y traduce literalmente el aria:   

         ‑ Estoy sola.

         Le pregunta a su amigo:

         ‑ ¿No oyes la angustia reflejada en su voz?. ¿No la sientes Georges? (por primera en esta escena se refiere a él con su nombre de pila). Luego sigue comentando.

         ‑ Ahora entran los instrumentos de cuerda, y todo empieza a cambiar, la música se llena de esperanza. ¡Escucha!, vuelve a cambiar. ¡Escucha!.  Yo causo dolor a los que me aman ‑traduce‑. ¡Oh!, ese chelo solitario ‑comenta‑. Sigue traduciendo: Y es cuando de ese dolor, cuando me llegó el amor.

         – Una voz llena de armoní­a, comenta.

         Marí­a Callas sigue incrementando la fuerza interpretativa y la escena se transforma cada vez en más patética.  Los dos amigos lloran desconsoladamente.  Sigue traduciendo el protagonista.

         ‑ Decí­a, sigue viviendo.

         ‑ Yo soy la vida.

         ‑ El cielo está en tus ojos.

         ‑ Es todo lo que te rodea, es la sangre, es el barro…

 

         ‑ Yo soy divina.

         ‑ Yo soy el olvido.

         ‑ Yo soy el dios que desciende del cielo a la tierra para hacer de la tierra un cielo.

         ‑ Yo soy el Amor.

         ‑ Yo soy el Amor.

         El abogado, hasta entonces frí­o en la expresión de sus sentimientos, vuelve a casa.  Entra en la habitación de su pequeña hija, la coge entre sus brazos, y le dice:

         ‑ ¡Te quiero pequeña!.

         Luego la deja en su cuna, entra en su habitación y abraza a su mujer mientras ésta duerme.  En ese momento el aria alcanza su máximo esplendor.

         Más no se puede decir.  La música y la imagen se entrelazan para destacar, no sólo metafórica sino también realmente, el valor cumbre de una persona y la única manera de alcanzar el máximo esplendor de sus afectos: la familia y su comunidad de vida.

         Un enfermo, a través de su vivencia de sufrimiento, puede transmitir a otro hombre sano el valor excelso que éste tiene, pero que a lo mejor en ese momento subestima.  Y así­ mismo, el enfermo actúa como sujeto de expurgación y conciencia social.  El enfermo siempre es el más rico en sentimientos de alto rango. ¡Ayudémosle! Que alcance su máximo enriquecimiento, porque rozará con sus dedos las altas cumbres de la felicidad humana.

         MACINTYRE(18), profesor de filosofí­a, en un reciente libro se hace la siguiente pregunta: “¿Qué es lo bueno y lo mejor, tanto para los seres humanos en general como para esta clase especí­fica de ser humano en estas circunstancias particulares aquí­ y ahora?”.  Y se contesta:”Pero esta pregunta no se puede resolver sin aprender a catalogar y a caracterizar las excelencias humanas, la virtudes morales e intelectuales”.

         Aquí­ es donde entra la responsabilidad de los intelectuales, de los educadores y de los influyentes de los medios de comunicación contemporáneos (artistas, periodistas y charlatanes).  En las últimas décadas se ha perdido la brújula que orienta hacia el descubrimiento de las excelencias humanas.  La homosexualidad, como otras formas de uso de la sexualidad no naturales, son un obstáculo, nunca insalvable, para alcanzar las más altas cotas de felicidad humana.  Y sólo a través del sufrimiento y de la renuncia personal en favor de los otros se puede alcanzar la perfección.  La fidelidad en la vivencia homosexual, así­ como el deseo de la paternidad adoptiva por parte de las parejas homosexuales, son un remedo de lo que puede ser un camino hacia la maduración de la persona, en su diseño previo de ser familia con el resto de la humanidad ‑más ahora cuando la ciencia vislumbra que no existen razas y que todos los hombres procedemos de un tronco común‑; pero, no obstante, ese sucedáneo no puede suplantar al verdadero amor filial y fraterno.  Los mensajes que transmiten los padres adoptivos homosexuales son contradictorios: anteponen sus sentimientos homosexuales a la renuncia procreativa.  De tal forma, que parece como si se utilizaran a los hijos para compensar carencias de afectos.  Estas interpretaciones pueden originar grandes desajustes en el deseo de conjugar la educación bienintencionada de los hijos con los modelos de vida que se transmiten realmente.

         Desde mi punto de vista, la homosexualidad practicada y consentida representa un problema personal para alcanzar las más altas cotas de perfeccionamiento humano y de maduración afectiva.  Con el más profundo respeto a la intimidad de las personas, siempre un terreno inaccesible para el extraño, considero que no deben darse unas condiciones sociales y psicológicas que promuevan conductas o experiencias en los jóvenes hacia esta forma de contactos sexuales.

Comments 3

  1. Marta says:

    Esto no está de moda. El tiempo pondrá a cada uno en su sitio.

  2. Noelia says:

    Qué suerte que encontré una gran contradicción
    Sr. Manuel B. Iranzo: “La homosexualidad, como otras formas de uso de la sexualidad no naturales, son un obstáculo, nunca insalvable, para alcanzar las más altas cotas de felicidad humana. Y sólo a través del sufrimiento y de la renuncia personal en favor de los otros se puede alcanzar la perfección”. Según Ud. Hay que renunciar a las conductas homosexuales para alcanzar la felicidad. Pero luego dice que a través del sufrimiento en favor de otros, se alcanza a perfección. Ud. es un canalla religioso, Dr. QEPD sus postulados.

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