kewywords: ética responsabilidad, consecuencialismo, aborto, fivet, ética convicción, absolutos morales, anticoncepción 1. í‰tica y “responsabilidad” Desde el punto de vista de la filosofía moral, el caso del aborto voluntario es el de una forma exacerbada de medir la moralidad de una acción atendiendo con exclusividad a sus consecuencias. En la terminología de Max …
kewywords: ética responsabilidad, consecuencialismo, aborto, fivet, ética convicción, absolutos morales, anticoncepción
1. í‰tica y “responsabilidad”
Desde el punto de vista de la filosofía moral, el caso del aborto voluntario es el de una forma exacerbada de medir la moralidad de una acción atendiendo con exclusividad a sus consecuencias. En la terminología de Max Weber, se trataría de una ética de la pura responsabilidad (Verantwortungsethik), o lo que técnicamente se entiende como consecuencialismo: toda acción que responde genéticamente a una decisión tomada con responsabilidad, en conciencia, ponderando bien todas sus implicaciones, es necesariamente buena, con independencia de su contenido objetivo (finis operis). Ello significa, en último término, que no hay normas morales de índole universal que obliguen absolutamente. Según esta concepción, señala F. Inciarte, “si de matar a un inocente se siguen bienes proporcionalmente mejores, o con ello se evitan males proporcionalmente peores, entonces la acción no es que quede justificada, sino que no necesita justificación. Ello se debe al hecho de que tales tipos de acción son en sí moralmente indiferentes, lo cual significa que, según el consecuencialismo, no cabe conflicto de deberes tal que, en un caso dado, el que actúa tenga necesariamente que obrar inmoralmente. Esto -en definitiva- es también la posición de la ética tradicional no utilitarista. Pero el consecuencialismo llega al mismo resultado por la vía más directa de considerar que no hay acción humana que sea en sí (intrínsecamente) inmoral”(1).
El contrapolo de esta tesis, a saber, la ética de la pura convicción (Gesinnungsethik, según el lenguaje weberiano), y el miedo que puede provocar el espectro de fundamentalismo (2) que ésta lleva consigo, obran claramente en favor del consecuencialismo, que en nuestros días ha reeditado con nuevo vigor la ética de situación de matriz existencialista, característica de la cual es la prevención contra los grandes ideales, el desdén frente a la “épica” de los valores y, en consecuencia, el modesto atenimiento a la “dramática” de los hechos, a lo que suele entenderse como “la vida misma”.
2. El aborto
Hace no mucho tiempo tuve ocasión de comprobar hasta qué punto puede la presión de los hechos conducir a una situación de ceguera ante la realidad. Una muchacha alemana, de unos veinte años, embarazada tras una relación ocasional con un inmigrante; le atormentaba la idea de tener un hijo ilegítimo y, sobre todo, el pensar que carecía de la madurez suficiente para desempeñar bien el papel de madre. En este caso hay que decir que no incidía ninguna presión de tipo familiar, como quizá en muchos otros en los que, por salvaguardar el buen nombre de la estirpe, se induce la eliminación del vástago “irregular”. Tampoco había problemas económicos que hicieran particularmente penosa su manutención. Sólo la creciente sensación de agobio por el hecho de que iba desarrollándose en su seno una vida que, de no ser “interrumpida”, llegaría a convertirse para ella en un permanente reproche. Y la idea, bien precisa, de que “cuanto más tarde, peor”. Intenté hablar con la madre tranquilamente para explicarle que el aborto no soluciona nada, que es un crimen horrendo, que debía superar la obcecación que eventualmente puede producir un drama interior, real -no me cabe la menor duda- pero igualmente subjetivo, y ello justamente para poder analizar la situación con realismo, es decir, atendiendo también a “otros” detalles que, aunque más ajenos a su drama, si que son objetivos y que quizá no había ponderado suficientemente. (Me refiero, como es lógico, al hecho de que el aborto voluntario supone la eliminación premeditada de una persona humana que no ha podido hacer todavía nada para merecerlo) … (3). Todas mis tentativas fracasaron. Ni siquiera aceptó la conversación. Ya había “decidido” y no se volvería atrás: en la siguiente semana viajaría a una localidad cercana donde hay un centro hospitalario especializado en realizar abortos.
Las mujeres alemanas llevan muchos años oyendo hablar, por activa o por pasiva, de tres obstáculos clave para la “liberación de la mujer” (Frauenbefreiung), las famosas tres “k”, a saber: “die Kirche” (la iglesia), “die Kí¼che”(la cocina), “die Kinder” (los niños). Parece que después de tanto tiempo en la emancipada escuela alemana y de todo el dinero que en ese país se ha empleado, tanto en propaganda abierta como en publicidad subliminal, para que la mujer llegue a ser “ella misma”, ya no tendría que resultar traumático el recurso al aborto, al igual que desde hace años no lo es tampoco el uso de procedimientos contraceptivos. Y sin embargo, ninguna propaganda edulcorante puede ocultar la barbarie del aborto voluntario, a no ser que llegue a provocar en la madre la más completa ceguera ante la realidad (4). Hay que reconocer que esto se ha conseguido en gran parte en la civilización occidental. Obturando los resortes críticos frente a una manipulación que ha logrado invertir completamente el sentido de conceptos como “libertad”, “progreso”, “modernidad”, “autonomía”, “autenticidad”, etc., la cultura actual ha llegado, con la indudable complicidad de ciertas inclinaciones humanas, a ornamentar con esos nombres la destrucción industrializada de vidas humanas. Las filias que un su día provocaron las proclamas de Wilhelm Reich, Herbert Marcuse y los profetas de la “revolución sexual”, han llegado a adquirir dimensiones realmente grotescas. Como afirma F. Suárez: “Se castiga a la madre que abandona en la calle a un niño de pocos días, pero se favorece con medios del Estado que una mujer mate al hijo que lleva en las entrañas sin otra razón que la molestia que le produce; los legisladores regulan el aborto para que no nazcan niños, pero también legislan para que puedan nacer artificialmente (niños probetas); los gobiernos permiten o propagan los anticonceptivos, pero a la vez en algunos países también premian la natalidad; se reconocen los derechos de las prostitutas y de los homosexuales, pero no los de los padres a educar a sus hijos en los centros que prefieran (5).
Manifiesta aquí su presencia una idea muy central del positivismo sociológico que se ha convertido, ya desde hace años, en una auténtica vigencia colectiva: la mentalidad que lleva a pensar que el valor de las cosas no es otro que la valoración que de ellas hacen mayoritariamente las gentes en cada situación socio-histórica. También la vida humana sería un valor relativo y cambiante, una cuestión de cada época: hoy puede ser más, mañana menos. Si una mujer “decide” que la vida de su hijo es valiosa para ella, para su propia realización personal, bien. Incluso la virtual incapacidad biológica para engendrarlo puede hoy en día ser subsanada por la tecnología: si no se tiene por el procedimiento ordinario, se fabrica y ya está. Pero si resulta que el hijo es “no deseado”, pues se acaba con él (6).
3. La FIVET y el valor de la vida humana
La cuestión socio-moral que hay en el fondo de la fecundación in vitro de seres humanos radica en que facilita, quizá inintencionadamente, cierta mentalidad magnificadora del control que mediante la técnica el hombre puede llegar a alcanzar sobre la naturaleza y sobre el propio hombre y, de rechazo, facilita también la mentalidad abortista.
En efecto, si nos acostumbramos a ver con “naturalidad” que un hombre se produce artificialmente, tampoco nos ocasionará escándalo alguno ver que de esa misma forma se destruye (7). Como dice J. Ballesteros, “en el fondo, el problema del aborto se encuentra íntimamente relacionado con el de la paternidad artificial. En ambos casos, aunque de distinto modo, se piensa que la paternidad es un derecho subjetivo, algo de lo que disponemos positiva o negativamente a placer. Es, por el contrario, un derecho moral, una obligación de apertura a la vida, que excluye toda frivolidad o capricho. Tanto más repugnante es la introducción en estos temas de elementos de carácter lucrativo”(8)
No es difícil prever las consecuencias antropológicas y sociales de la situación que se produce cuando se toma como criterio válido el que las pretensiones de una persona -por comprensibles que puedan ser, como es el caso de la paternidad o la maternidad- tengan más valor que la vida de otra. Yo puedo decidir sobre mis gustos, aficiones, vocación, trabajo, pero no es razonable que la vida de un ser humano se encuentre entre los recursos disponibles para satisfacer mis deseos. Naturalmente Hitler o Stalin no estarían muy de acuerdo con este aserto, pero que los individuos adecúen sus pretensiones al valor de la persona es una exigencia irrenunciable de la justicia más elemental. La actitud de quien pretende instrumentalizar valores personales está esencialmente viciada y condicionada, en este caso, además, por la situación de privilegio del adulto frente al no-nacido. De cualquier forma, mandará el deseo de los progenitores, y en nombre de la libertad de quien tiene voz y poder, se acabará negando el derecho más fundamental de quien todavía no puede hacerse escuchar. Sin pretender simplificar la complejidad que pueden revestir determinadas situaciones, habría que estar ciego para no captar la superficialidad con que se ha llegado a admitir sociológicamente que una persona pueda decidir con toda tranquilidad sobre la vida de otra, en la mayoría de los casos atendiendo sólo a criterios económicos, psicológicos, de apetencia o de simple gusto estético.
La magnitud sociológica del fenómeno del aborto -que no es precisamente la causa sino el efecto de las legislaciones que lo facilitan- destaca aún más en una época que se ha propuesto sensibilizarse con el valor de la vida de tantas especies vegetales y animales. El contraste alcanza los límites del esperpento cuando se advierte que, por ejemplo, en Estados Unidos se ha disparado el gasto sanitario en animales domésticos hasta llegar a la nada despreciable cuota de 6.000 millones de dólares facturados por las clínicas veterinarias, según datos referidos al afio 1990. Algunos expertos llaman la atención sobre dicha cifra cuando muchos norteamericanos carecen de una atención sanitaria suficiente. Pero mientras tanto, algunas compañías se han aprestado a sacar provecho del “boom” creando seguros de asistencia sanitaria para animales que cubren amplios espectros de enfermedades y accidentes. Los datos en relación a ese mismo año hablan de más de 100.000 animales beneficiados ya de estas prestaciones.
Lo más curioso del asunto es que, al tiempo que se hacen verdaderos dramas sobre la posible extinción de las focas de la Antártida y el descuido de las colinas, la destrucción de la vida humana naciente se haya trivializado en una cultura que glorifica los derechos humanos hasta el punto de legitimar, con argumentos incluso “éticos”, el poder de los fuertes sobre los débiles. Y así, aceptando que se violen los derechos del más débil, se acepta también que el derecho de la fuerza prevalezca sobre la fuerza del derecho.
Aunque se refieren propiamente al caso de los minusválidos -a quienes los partidarios del aborto llamado “eugenésico” niegan también el derecho a la vida- valen muy bien las palabras de Jean Rostand: “Creo que no hay ninguna vida por muy degradada, deteriorada, rebajada o empobrecida que esté, que no merezca respeto ni que se la defienda con denuedo. Tengo la debilidad de pensar que el honor de una sociedad radica en asumir, en aceptar el oneroso lujo que supone para ella la carga de los incurables, los inútiles, los incapaces; yo mediría su grado de civilización por el esfuerzo y la vigilancia a que se obliga por mero respeto a la vida (… ) Cuando se adquiera la costumbre de eliminar a los monstruos, la menor tara se considerará una forma de monstruosidad. No hay más que un paso entre la destrucción de lo horrible y lo no deseado… No creo que esta sociedad pulcra y sana, esta sociedad en la que la piedad no tendría lugar, esta sociedad sin residuos, sin aristas, en la que los normales se beneficiarían de todos los recursos que hasta ahora absorben los anormales y los débiles, esta sociedad que se identificaría con Esparta y entusiasmaría a los discípulos de Nietzsche, mereciera ser llamada una sociedad humana”(9).
4. La anticoncepción
A la masacre del aborto provocado hay que añadir las “víctimas ocultas” de los anticonceptivos, que en gran parte son abortivos, pues impiden la anidación del óvulo ya fecundado. Sin embargo, muchos piensan que los métodos contraceptivos son justamente el remedio a la plaga del aborto, y que las autoridades deberían informar a la población y facilitárselos, precisamente para que no se tenga que recurrir al aborto.
En unas declaraciones posteriores al Consistorio extraordinario que tuvo lugar en el Vaticano del 4 al 7 de abril de 1991, el cardenal J. Ratzinger afirmaba: “Por lo general, se observa un crecimiento paralelo de las tasas de recurso a la contracepción y de las tasas de abortos. La paradoja es sólo aparente. En efecto, es preciso darse cuenta de que tanto la contracepción como el aborto hunden sus raíces en esa visión despersonalizada y utilitarista de la sexualidad y de la procreación (… ) que se basa, a su vez, en una concepción mutilada del hombre y de su libertad (… ) Se trata de asegurarse un dominio completo del hombre y de la procreación, que rechaza incluso la idea de un hijo no programado. Entendida en estos términos, la contracepción conduce necesariamente al aborto como ‘solución de reserva’. No se puede reforzar la mentalidad anticonceptiva sin reforzar al mismo tiempo la ideología que la sostiene y, por tanto, sin alentar, implícitamente, el aborto”.
El argumento utilizado para dar legitimidad social a los procedimientos anticonceptivos fue determinada interpretación simplificadora de la tesis de Malthus según la cual el crecimiento de la población se verifica según una progresión geométrico, mientras que los recursos alimenticios necesarios para su subsistencia sólo crecen en progresión aritmética. Dicha interpretación no tuvo en cuenta la creatividad del ser humano, irrepetible y siempre inventiva, capaz de generar continuamente nuevos conocimientos y técnicas y, por tanto, de afrontar en cada caso los problemas procurando encontrar para ellos la solución adecuada. Paradójicamente, además, la mentalidad antinatalista fue acogida de modo masivo en aquellas sociedades que, por su desarrollo industrial y desahogo económico, podían mantener un nivel de subsistencia bastante más que decoroso.
Friedrich A. Hayek, Premio Nobel de Economía en 1974, denuncia como carente de todo fundamento científico el “espectro de una explosión demográfica que sembraría por doquier la miseria”(10). Además resulta indignante ver cómo esa especie ha servido para amasar fortunas en los países económicamente mas boyantes a base del comercio de productos anticonceptivos, y muchas veces en busca de otros objetivos no precisamente altruistas (11).
Como hace notar Hayek, llama la atención comprobar que mientras la planificación central de la economía ha caído en descrédito, se mantiene en cambio la idea de que los gobiernos en vías de desarrollo deben planificar su población. Se ha comprobado que es perjudicial que el gobierno decida, en vez de los agricultores, si hay que plantar algodón o cereales, y sin embargo parece que las autoridades saben mejor que las gentes el número de hijos que les conviene tener (12).
Refiriéndose al cambio de mentalidad operado en nuestro tiempo en amplios sectores de las profesiones sanitarias con respecto al valor de la vida en pacientes terminales, el prof.G. Herranz hacía recientemente las siguientes consideraciones: “Una de las ideas más fecundas y positivas, tanto para el progreso de la sociedad como para la educación de cada ser humano, consiste en comprender que los débiles son importantes. De esa idea nació precisamente la medicina. Pero, a pesar de dos milenios de cristianismo, el respeto a los débiles sigue encontrando resistencia en el interior de cada uno de nosotros y en el seno de la sociedad. Hoy el rechazo de la debilidad es aceptado y ejercido en una escala sin precedentes. Ser débil era, en la tradición médica cristiana, título suficiente para hacerse acreedor al respeto y a la protección. Hoy, en ciertos ambientes, la debilidad es un estigma que marca para la destrucción. La medicina no es inmune a esa nueva mentalidad. Aquélla no tendría ya por fin exclusivo curar al enfermo y, si eso no es posible, aliviar sus sufrimientos y consolarle, sino restaurar un nivel exigente, casi perfecto, de calidad de vida. El hospital se convierte así en un taller de reparaciones: o arregla los desperfectos o destina a la chatarra. Así lo dicta la nueva aristocracia del bienestar y del control demográfico. La medicina deviene, en último término, un instrumento de ingeniería social (13).
Notas bibliográficas:
1 Cfr. Inciarte, “Sobre la ética de la responsabilidad y contra el consecuencialismo teológico-moral”, en VV.AA., Etica y teología ante la crisis contemporánea, Pamplona, Eunsa, 1980, p.408. “Para el consecuencialismo cualquier tipo de acción es moralmente neutral. Su calidad moral sólo se da en concreto, en la praxis” (p.406).
2 Me parece interesante la siguiente descripción del fundamentalismo: “Es un fenómeno patológico pararreligioso que se caracteriza por estas dos notas: 1) es una reacción contra el secularismo; 2) infringe el principio de libertad religiosa. A estas dos notas suele unirse una tercera, no exigida necesariamente por el concepto de fundamentalismo, pero que suele ir aneja: la mezcla entre lo político y lo religioso. Es decir, ante el olvido de lo religioso por parte de la sociedad y el apartamiento de los criterios religiosos de las estructuras sociales, el fundamentalismo reacciona intentando implantar en la sociedad los principios y verdades religiosas ‘fundamentales’ (de ahí el término); sin embargo, esto lo hace atentando contra la libertad religiosa de los demás” (cfr. A. Vilarnovo, “¿Qué es el fundamentalismo?”, Nuestro Tiempo, nn.427-428, enero-febrero 1990, p.102).
3 “Aceptar que después de la fecundación un nuevo ser humano ha comenzado a existir no es ya una cuestión de gusto o de opinión (…) No es una hipótesis metafísica, sino una evidencia experimental” (J.Lejéune, citado en L.Ciccone, “Non uccidere”. Questioni di morale della vita fisica, Milán, Ares, 1984, pp.149-150). Un amplio estudio de la cuestión se encuentra en algunos artículos publicados por el genetista A. Serra, especialmente en “Fondamenti biologici del diritto alla vita del neoconcepito”, lus, v.32, 1975, pp,343-365.
4 El Dr. G. Herranz, Presidente de la Comisión Deontológica de la Confederación española de Colegios de Médicos, señala que el proyecto ideológico que subyace a la implantación social del llamado “aborto farmacológico” es efectivamente “acabar con la noción misma de aborto, que no se hable de él, que para nombrarlo se usen palabras nuevas e inocentes, sin resonancias morales (por ejemplo, microaspiración, extracción menstrual, interrupción voluntaria de la gestación, regulación menstrual, píldora mensual, contragestión) Esas palabras habrán desculpabilizado el aborto, lo habrán neutralizado moralmente” (cfr. “Una estrategia para trivializar el aborto”, Aceprensa, servicio 90/91 (1991). El Dr. Baulieu, inventor de la píldora RU 486 reconocía que su propósito era “eliminar la palabra ‘aborto’, porque esa palabra es tan traumática como el hecho mismo del aborto”.
Continúa Herranz: “La apariencia medicamentosa lo convertirá subjetivamente en una acción promotora de la salud. En poco tiempo, el uso de la píldora contragestativa habrá trivializado el aborto, que se convertirá, individual y colectivamente, bajo la acción de la propaganda (de matices orwellianos) en un acto virtuoso de civilidad, de responsabilidad demográfica y sociofamiliar” (ibídem).
5 Cfr. F. Suárez, “La teología de la historia de Donoso Cortés”, en VV.AA., Estudios en homenaje a su Primer Rector y Fundador de la Universidad Hispano-Arnericana Dr. Vicente Rodríguez Casado. Madrid, Asociación de La Rábida, 1988, p.302.
6 A propósito de la profunda contradictoriedad del lema norteamericano ‘pro choice’, aparecía recientemente un comentario en The Human Life Review (invierno, 1991) firmado por M. McFaden. Afirmaba, entre otras cosas, que “el valor de la vida se vuelve cada vez más arbitrario, dependiente de una elección y de quién la hace (… ) La glorificación de la ‘ética de la elección’ ignora el hecho evidente de que la gente a menudo toma decisiones perjudiciales para ellos mismos, para otros, o para la sociedad (… ) No hay partidarios de la libertad de elección para los abusos deshonestos, el incesto, o fumar en los aviones, porque la sociedad considera que esas opciones son malas y dañan a otros. Algunos pensamos que el aborto es malo y hace daño -mata- a otros; sin embargo, se espera que nos manifestemos como’personalmente en contra’, pero públicamente a favor de la libertad de elección”.
7 La técnica de la fecundación in vitro seguida de ’embryo transfer’ (FIVET) implica, de hecho, en varias de sus fases y bajo diversas modalidades, la muerte de embriones humanos. a) La puesta a punto de la técnica FIVET ha requerido, en la práctica, experimentos (cultivo de embriones, etc,) que implican la manipulación y pérdida intencional de embriones humanos. b) La técnica de la “superovulación” -praxis dominante entre los equipos médicos- permite disponer después de varios embriones. Los “sobrantes” son destinados, en parte, a la congelación, por si fuese necesario intentar un segundo ‘transfer’ y, en parte, son destinados a la muerte, después de haber sido utilizados con frecuencia para la experimentación. c) La técnica del transfer múltiple aumenta las posibilidades de éxito (implantación de un embrión), pero comporta intencional y realmente la pérdida de embriones en la fase comprendida entre el transfer y el momento en el que debería tener lugar la implantación del embrión en el útero materno. d) En el período posterior a la implantación, el porcentaje de abortos durante las primeras doce semanas es elevado, y parece originado principalmente por la inducción de aberraciones cromosómicas. Refiriéndose a la totalidad del proceso FIVET, los especialistas que lo ponen en práctica hablan de una probabilidad porcentual de entre el 30 y el 50% de abortos. e) Finalmente, es práctica usual en la FIVET provocar deliberadamente el aborto cuando se advierte, a través de las técnicas de diagnóstico prenatal, que se llegaría al nacimiento de un ser humano con malformaciones. Así se explica que, por un lado, se reconozca que la técnica FIVET favorece la inducción de defectos cromosómicos y la fertilización de óvulos por parte de espermatozoides anormales, y que, por otro lado, los equipos médicos afirmen que a raíz de la FIVET no han nacido niños con anormalidades. Es evidente que se realiza, a lo largo del proceso FIVET, un auténtico “control de calidad” de la producción. (Fuente: A. Rodríguez Luño y R. López Mondéjar, La fecondazione in vitro: aspetti medici ed Roma, Cittá Nuova Editrice, 1986; traducción castellana:La fecundación “in vitro”, Madrid, Ediciones Palabra, 1986. Cfr. pp.106-108).
8 Cfr. Postmodernidad: decadencia o resistencia. Madrid, Tecnos, 1989, pp.154-155.
9 Citado por J. Toulat, Esos “niños especiales”. La respuesta del amor. Madrid, Rialp. 1991. El propio Toulat recoge en su libro un testimonio muy significativo del Dr. J. Lejíªune, autoridad mundial en genética y embriología. Su amigo el profesor Varkani, catedrático de embriología en Cincinnati le contó: “El 20 de abril de 1889 mi padre recibió un aviso nocturno para asistir a dos partos en Braunau (Austría). Uno de ellos era el de un hermoso varón que lloraba con fuerza- el otro, una pobre niñita trisómica. Mi padre siguió de cerca el destino de aquellas criaturas. El chico hizo una carrera extraordinariamente brillante; la niña vivió una sombría existencia. Sin embargo, cuando la madre de esta última sufrió una hemiplejia, la chiquilla, cuyo coeficiente intelectual era muy mediocre, se dedicó a atender la casa con ayuda de los vecinos y procuró a su madre, impedida, cuatro años de vida feliz”. El anciano doctor austríaco no recordaba el nombre de la niña, pero jamás olvidó el del varón:Adolf Hitler.
10 Cfr. F. A Hayek, The Fatal Conceit. The Errors of Socialism, Londres, Routledge, 1988, p.121. (Hay traducción castellana: La fatal arrogancia. Los errores del socialismo, Madrid, Unión Editorial, 1990). “No hay duda de que, en las zonas templadas de todos los continentes excepto Europa, existen amplias regiones que no sólo permiten un aumento de la población, sino cuyos habitantes, con sólo aumentar la densidad de ocupación e intensificar la explotación de sus propios recursos, pueden esperar aproximarse a los niveles de riqueza, confort y civilización alcanzados por Occidente. En estas regiones es preciso que la población aumente si se desea alcanzar los niveles de bienestar a que se aspira. Es su propio interés el que exige su potenciación demográfica. Y sería ciertamente presuntuoso y dificilmente defendible desde el punto de vista ético, inducirles, y más aún forzarles, a contener su expansión” (p.125).
11 “Nada justifica -sigue diciendo Hayek- que desde los países desarrollados se recomiende (como hizo el Club de Roma y posteriormente el libro Global 2000) a los menos desarrollados que’pongan fin’a su crecimiento, o que se intente interferir en sus políticas nacionales, a lo que estos países con razón se resisten. Algunas de las ideas en que se basan tales políticas tendentes a limitar la población son realmente indignantes. Por ejemplo, la de que los países desarrollados deberían de convertir en una especie de parques naturales algunas zonas de los países subdesarrollados. Pura fantasía es la imagen idílica de unos seres primitivos, felices en su pobreza rural, que renuncian al desarrollo económico, única vía que les puede deparar lo que ellos mismos consideran fundamentales logros de la civilización” (pp.125-126).
12 “La población humana aumenta en una especie de reacción en cadena en la que una mayor intensidad de ocupación del territorio tiende a producir nuevas oportunidades de especialización, y de este modo tiende a aumentar la productividad individual, y con ello a un ulterior aumento demográfico” (ibid., p.126).
13 Cfr. G. Herranz, “La medicina paliativa”, Atlántida, n.5, enero-marzo 1991, pp.29-34.
Describe también en ese artículo un curioso experimento pedagógico destinado a estimular en estudiantes de Enfermería actitudes no discriminatorias hacia los enfermos terminales. Se trata de la “prueba de Ruskin”: se pide a los alumnos que expresen su grado de motivación profesional ante un cuadro clínico como el que sigue: “Una paciente que aparenta su edad cronológica. No se comunica verbalmente, ni comprende la palabra hablada. Balbucea de modo incoherente durante horas, parece desorientada en cuanto a su persona, al espacio y al tiempo, aunque da la impresión de que reconoce su propio nombre. No se interesa ni coopera en su propio aseo. Hay que darle de comer comidas blandas, pues no tiene dentadura. Presenta incontinencia de orina y heces, por lo que hay que cambiarla y bañarla a menudo. Babea continuamente y su ropa está siempre manchada. No es capaz de andar. Su patrón de sueño es errático, se despierta frecuentemente por la noche y con sus gritos despierta a los demás. Aunque la mayor parte del tiempo parece tranquila y amable, varias veces al día, y sin causa aparente, se pone muy agitada y estalla en crisis de llanto inmotivado”. Ante el descorazonamiento que los alumnos suelen manifestar, el profesor termina su descripción indicando que “así son los días y las noches… de una preciosa niña de seis meses”.
(Publicado en Cuadernos de Bioética, 22, 2º 95, PP. 196-203)