Estado de la cuestión
Cabe destacar lo común que resulta constatar que quienes se dedican a la salud, a veces por efecto de la rutina y el acostumbramiento que implica, otras veces para evitar que la experiencia del dolor lo afecte a uno, otras por cansancio intenso o aturdimiento ante situaciones que inquietan a la conciencia, etc., acaban por tomarse a la ligera situaciones que en realidad son dramáticas.
De algún modo, por más que lo queramos justificar, se le falta el respeto no sólo a la llaga que nos reclama, sino a la dignidad que la humanidad reflejada en quien estamos atendiendo. Propongo, pues, esta reflexión para alcanzar significados de nuestros tratos con los pacientes, de modo que pueda servir como un aporte a no caer en esta tentación.
Por otro lado, vivimos en una cultura exitista donde no existe margen para el fracaso, a lo que debemos agregar que al médico se lo prepara para salvar vidas; entonces, cuando acontece una muerte o el resultado de una terapia no es el que se esperaba, el neófito queda perplejo y se desazona. Sin embargo, una herida es una invitación a procurar sanarla, y no un desafío provocativo para convertirse en Dios por operar el milagro de la cura.