La incógnita de los alimentos transgénicos (ene-2001)

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¿Son saludables los alimentos transgénicos? Aunque la atención en estos dí­as está centrada en el sí­ndrome de la encefalopatí­a bovina espongiforme, la enfermedad de las «vacas locas», las cosechas de alimentos genéticamente modificados siguen dando que hablar a cientí­ficos, empresas alimentarias y grupos ecologistas. Hasta hace poco, los alimentos de este …

¿Son saludables los alimentos transgénicos? Aunque la atención en estos dí­as está centrada en el sí­ndrome de la encefalopatí­a bovina espongiforme, la enfermedad de las «vacas locas», las cosechas de alimentos genéticamente modificados siguen dando que hablar a cientí­ficos, empresas alimentarias y grupos ecologistas.

Hasta hace poco, los alimentos de este tipo habí­an entrado en los supermercados sin mucha controversia en Estados Unidos, pero a finales del año pasado la retirada de algunos productos indicaba que crecí­an las dudas en América. Mientras tanto, en Europa la opinión pública sigue dominada por grupos activistas que condenan cualquier producto que haya sido modificado genéticamente.

Miedo fabricado

En no pocos casos, los temores a las cosechas transgénicas aumentan como resultado de verdades parciales. El pasado 14 de diciembre, «The Times» de Londres revelaba que la amenaza a las mariposas del maí­z transgénico, ampliamente divulgada, era una exageración. La mariposa «monarch» emigra cada año desde México a las áreas donde se cultiva maí­z en Estados Unidos y Canadá. Algunos grupos denunciaron que un estudio de 1999 demostraba que estas mariposas morí­an a causa del polen de una forma de maí­z alterado por la adición de un gen que le permite producir su propio pesticida.

Según «The Times», esta acusación encendió en Europa la chispa de las protestas contra los alimentos transgénicos. Sin embargo, ahora se sabe que los temores eran injustificados. Pero las rectificaciones ocuparon sólo una pequeña parte de la atención que los medios dedicaron a las primeras noticias sobre los peligros para las mariposas.

Los experimentos que causaron el pánico se realizaron con larvas de mariposas que habí­an sido alimentadas con hojas que tení­an altas concentraciones de polen. Las larvas se vieron obligadas a comer el polen tóxico o no comer. Las dosis de polen eran ocho veces superiores a los niveles que se encuentran en el campo.

Posteriormente, en experimentos separados llevados a cabo en campos de maí­z de Minnesota, Iowa, Maryland, Michigan y Ontario, investigadores de varias universidades no encontraron diferencias significativas, en cuanto a la supervivencia de las mariposas, entre las zonas con maí­z transgénico y las convencionales.

El estudio de Minnesota indicaba que las «monarch» eran más numerosas en los lí­mites de una plantación de maí­z que en una zona boscosa cercana. Y un experimento de la Universidad de Maryland puso de relieve que las mariposas de este tipo estaban mejor en los campos de maí­z transgénico, que no están fumigados con pesticidas, que en los convencionales, rociados con estas sustancias.

Argumentos en favor de los alimentos transgénicos

En el número de enero de la revista norteamericana «Reason», se publicaba un artí­culo, firmado por Ronald Bailey, que indica los beneficios de las nuevas cosechas. Por ejemplo, existe el «golden rice», un tipo de arroz que puede prevenir la ceguera de entre medio millón y tres millones de niños pobres en un año y aliviar la deficiencia de vitamina A de unos 250 millones de personas del mundo en ví­as de desarrollo. Implantando tres genes, dos procedentes de la planta del narciso y uno de una bacteria, cientí­ficos del Instituto Federal de Tecnologí­a suizo crearon una variedad de arroz que produce el nutriente beta-caroteno, el precursor de la vitamina A.

Otro prometedor avance, anunciado por el «Financial Times» (4 noviembre) es un tipo de batata, genéticamente modificada, que comenzará a ser experimentada. Las batatas han sido objeto de ingenierí­a genética por parte de cientí­ficos del Instituto de Investigación Agrí­cola de Kenia, con el apoyo de la empresa Monsanto, fundaciones privadas y el Gobierno norteamericano, para hacerlas resistentes a un virus que puede destruir el 80% de la cosecha. Los estudios indican que este logro puede suponer un beneficio para Africa de 500 millones de dólares al año.

A pesar de estos beneficios, Bailey indica que las campañas contra los alimentos transgénicos han tenido bastante éxito. Varias empresas lí­deres del mercado alimentario, incluí­das «Gerber» y «Frito-Lay», han hecho saber que no usarán cosechas con mejoras genéticas para elaborar sus productos. Desde 1997, la Unión Europea ha prohibido el cultivo y la importación de cosechas y productos de la biotecnologí­a. El pasado mes de mayo, unos sesenta paí­ses firmaron el Protocolo de Bioseguridad, que obliga a colocar etiquetas especiales a los alimentos biotecnológicos y requiere notificación estricta, documentación y trámites de valoración de riesgos para este tipo de productos.

Las campañas contra los alimentos transgénicos han causado un declive en el í­ndice de incremento de este tipo de plantaciones. Estados Unidos es lí­der en la comercialización de nuevos cultivos y, en 1999, las variedades transgénicas alcanzaban el 33% del área dedicada al cultivo del maí­z, el 50% del de soja, y el 55% del de algodón en Estados Unidos. Sin embargo, según el «Financial Times» (21 diciembre), el área dedicada en el mundo a soja, maí­z, colza, algodón y patatas de este tipo aumentó solamente en un 11% en el año 2000, en contraste con el crecimiento del 44% del año anterior y el 150% de 1998.

Respondiendo a quienes dudan de la seguridad de los alimentos transgénicos, Bailey citaba un informe del «National Research Council», del pasado abril, que no habí­a podido encontrar «ninguna evidencia que haga pensar que los alimentos que están hoy en el mercado sean peligrosos debido a su modificación genética». Por su parte, «Transgenic Plants and World Agriculture», un informe publicado en julio que fue preparado bajo los auspicios de siete academias cientí­ficas, en Estados Unidos y otros paí­ses, respaldaba con fuerza la biotecnologí­a aplicada a las cosechas, especialmente en el caso de agricultores pobres del mundo en ví­as de desarrollo.

Otro defensor de las cosechas con tratamiento genético es Norman Borlaug, ganador del premio Nobel de la Paz en 1970 por sus logros en agricultura. En un artí­culo escrito para el «Wall Street Journal» (6 diciembre) Borlaug indicaba que quienes protestan acusan a la ingenierí­a genética de disminuir la biodiversidad y degradar el medio ambiente.

Sin embargo, Borlaug indicaba que los cultivos tratados genéticamente no presentan mayor amenaza a la salud que las cosechas tradicionales. Subrayaba que, aunque los activistas critican la introducción de un gen de otra planta o de una especie dentro de otra, olvidan que los cultivadores tradicionales han estado haciendo lo mismo durante muchos años.

La única diferencia ahora, sigue el artí­culo, es que antes en las plantaciones los cultivadores se veí­an obligados a conservar genes no deseados junto a otros que poseí­an resistencia a los insectos o a las enfermedades, en una nueva variedad de cultivo. Los genes extra a menudo tení­an efectos negativos e hicieron falta años de cruzamientos y selección para eliminarlos.

Borlaug también afirmaba que los cultivos genéticamente modificados proporcionan un buen modo de proteger el hábitat de los espacios naturales, y asegurar que no se sigan roturando tierras adicionales para la agricultura, en un intento de alimentar a toda la población. En 1960, la producción de los 17 cultivadores más importantes de alimentos, piensos y fibra en Estados Unidos fue de 252 millones de toneladas. En 1999, se incrementó en 700 millones de toneladas, pero usando 10 millones de acres menos de los que se cultivaban en 1960.

Aprobación cualificada

Aunque los cultivos biotecnológicos no causen un daño significativo al medio ambiente o a los consumidores, las empresas han sido culpables de tratar de introducirlos sin una adecuada información y sin avisar de su presencia en productos que ya están en venta. Aunque se debe evitar un rechazo irracional de la nueva tecnologí­a, tampoco es deseable la confianza ciega en el progreso cientí­fico.

Y aunque es razonable una legí­tima compensación comercial para las empresas que han desarrollado nuevos cultivos, surge la preocupación de que las patentes de las nuevas semillas conduzcan a un dominio del mercado por parte de un pequeño número de firmas, en detrimento de los productores de los paí­ses del tercer mundo.

Por lo tanto, si bien hay que rechazar las acusaciones alarmistas y pseudo-cientí­ficas sobre los peligros de la biotecnologí­a, es deseable un ulterior debate sobre este tema, de manera que el mundo se pueda beneficiar de una nueva revolución agrí­cola, a la vez que se evitan los inconvenientes.

 

(Publicado en Zenit: http://www.zenit.org )

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