Hay ocasiones, como a la hora de tomar decisiones realmente peliagudas desde el punto de vista moral, en las que se demuestra que lo mejor es enemigo de lo bueno. En el caso de las células madre, la posibilidad de curaciones milagrosas se enfrenta a la protección de una vida …
Hay ocasiones, como a la hora de tomar decisiones realmente peliagudas desde el punto de vista moral, en las que se demuestra que lo mejor es enemigo de lo bueno. En el caso de las células madre, la posibilidad de curaciones milagrosas se enfrenta a la protección de una vida en ciernes. El conflicto ha provocado divisiones entre los estadounidenses, incluso en lo más íntimo del ser de cada uno.
La investigación relativa a las células madre se encuentra todavía en sus primeros e inciertos balbuceos, aunque las esperanzas que suscita sean extraordinarias: células humanas adaptables hasta el infinito con las que reemplazar tejidos dañados o defectuosos y tratar una gran diversidad de enfermedades. Sin embargo, lo que no es adaptable hasta el infinito es la ética médica. Como mínimo, existe una línea muy clara: no vamos a acabar con unas vidas en beneficio médico de otras.
En mi caso, se trata de un asunto de principios: la convicción de que la vida, incluso en sus más primitivos estadios, es vida humana desde un punto de vista biológico, genéticamente diferenciada y con un valor en sí misma. Aún más, ni siquiera hace falta ser un militante pro vida para sentir preocupación ante las posibilidades de producción de fetos en serie o de clonación con las que suministrar piezas humanas de recambio. Casi todos los estadounidenses comparten la convicción de que la vida humana no debería reducirse a ser una herramienta o un medio material.
Existen, no obstante, dos vías a través de las cuales el Gobierno federal puede promover de manera activa la investigación relativa a las células madre sin que ello implique una invitación a incurrir en comportamientos inmorales. En primer lugar, tenemos la posibilidad de estimular la investigación de células madre obtenidas a partir de fuentes que no sean embriones: células adultas, cordones umbilicales y placentas humanas. Muchos investigadores consideran que existe un enorme potencial en estas células y, de hecho, ya se han utilizado para desarrollar varias
terapias novedosas.
En segundo lugar, tenemos la posibilidad de estimular las líneas de células madre de origen embrional ya existentes. Dichas células son capaces de reproducirse a sí mismas en laboratorio, quizás de forma indefinida. En la Universidad de Wisconsin, determinadas series de células madre han estado produciendo células durante más de dos años. En todo el mundo, son ya más de 60 las series que existen de estas células. Según los National Institutes of Health (institutos nacionales de salud), estas series son diferentes, en términos genéticos, y suficientes en número como para continuar adelante con la investigación.
Mi Gobierno ha adoptado, por tanto, la siguiente decisión política: se mantendrán los presupuestos federales para la financiación de la investigación con series de células madre ya existentes; no se mantendrán los presupuestos federales que se utilicen para destruir nuevos embriones o para fomentar su destrucción. Así como en la investigación médica resulta inmoral acabar con la vida, es perfectamente moral sacar partido de esas investigaciones allí donde las cuestiones de vida o muerte ya se han decidido previamente.
Existe un precedente. La única vacuna autorizada contra la varicela, de uso en Estados Unidos, se desarrolló parcialmente a partir de células derivadas de investigaciones en las que se utilizaron embriones humanos. En primera instancia, los investigadores cultivaron el virus en células embriónicas pulmonares que, posteriormente, fueron clonadas y cultivadas en dos series de células previamente existentes. Muchas personalidades de los ámbitos de la moral y la religión están de acuerdo en que, aunque la historia de esta vacuna plantee dudas de carácter ético, su utilización no las suscita en estos momentos.
La investigación sobre células madre tiene lugar en un área particularmente resbaladiza en lo que se refiere a las cuestiones de tipo moral, un ámbito en el que se desarrolla una parte considerable de las investigaciones biomédicas y así lo será también en el futuro. Debemos mantener nuestro compromiso moral. El Gobierno tiene el deber inequívoco de promover los descubrimientos científicos y de definir determinadas fronteras.
De acuerdo con mi política, las series ya existentes de células madre que hayan de ser utilizadas en las investigaciones financiadas con fondos públicos deben obtenerse, primero, con el consentimiento de los donantes adecuadamente informados; segundo, a partir de los embriones sobrantes creados exclusivamente con propósitos reproductivos; y tercero, sin ninguna clase de incentivos remuneradores para los donantes.
He dado instrucciones a los National Institutes of Health para que establezcan un registro nacional de células madre de embriones humanos. Con ello quedará garantizado que sean observadas unas determinadas normas éticas de investigación por todos los receptores de financiación federal.
En breve, procederé a designar un Consejo Presidencial de Bioética, bajo la presidencia del doctor Leon Kass, que se encargará de asesorar a mi Gobierno sobre las cuestiones morales y científicas que suscite la investigación biomédica. Mi Gobierno apoya las intenciones del Legislativo de prohibir la clonación de seres humanos cualquiera que sea su propósito, así como las de prohibir la producción de embriones humanos exclusivamente para su destrucción en el curso de la investigación médica.
A medida que nos internamos en los nuevos territorios de la ciencia moderna, las alternativas van a ser cada vez más complicadas. Las nuevas tecnologías que desarrollamos, con sus posibilidades de curación de enfermedades y de alivio del sufrimiento, muy bien podrían constituir la característica definitoria de nuestra época. No obstante, la consideración que merezcamos en el futuro dependerá también de la atención y del sentido de autocontrol y responsabilidad que apliquemos al empleo de estos poderes recién adquiridos.
El poder, incluso el poder tecnológico, se valora siempre en función de sus fines y de sus medios. La búsqueda de unos fines nobles por cualquier medio resultainaceptable cuando lo que está en juego es la vida misma.
Bienvenido sea el progreso biomédico, estimúlese y finánciese, pero con las debidas
condiciones de humanización. Hace falta prudencia porque luego quizás sea demasiado tarde para rectificar. Al mismo tiempo que nos esforzamos en prolongar nuestras vidas, estamos obligados a hacerlo de modo que preservemos a la humanidad.
George W. Bush es presidente de Estados Unidos.
El Mundo 12-agosto-2001. The New York Times Op-Ed