Las sorprendentes posibilidades de las células madre adultas

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Hace poco se cumplía el cincuentenario del primer trasplante de riñón, realizado con éxito por Joseph Murray, que solía hablar de “las cuatro erres” como otros tantos objetivos que la medicina se había planteado secuencialmente para tratar un órgano o miembro dañado: retirar, reparar, reemplazar, regenerar. El trabajo de este …  Hace poco se cumplía el cincuentenario del primer trasplante de riñón, realizado con éxito por Joseph Murray, que solía hablar de “las cuatro erres” como otros tantos objetivos que la medicina se había planteado secuencialmente para tratar un órgano o miembro dañado: retirar, reparar, reemplazar, regenerar. El trabajo de este médico norteamericano, que recibió el premio Nobel en 1990 por su decisiva contribución a los trasplantes de órganos, sirvió precisamente para pasar a la tercera “erre”, y tuvo la intuición de predecir la cuarta, lo que hoy se llama medicina regenerativa. En ella, se intenta que un órgano dañado recupere su función si sus células se regeneran a partir de células madre.

Hasta hace algunos años, pocas personas no especialistas habían oído hablar de las células madre, unas células dotadas de una propiedad, la plasticidad, que las hace capaces de diferenciarse, es decir, de convertirse en células características de diversos tejidos. Últimamente, sin embargo, en todos los medios de comunicación aparecen con recurrente periodicidad noticias sobre ellas: se habla de investigadores que pretenden diferenciar células madre embrionarias para dar lugar a células productoras de insulina, para regenerar neuronas dañadas, etc. Se difunden igualmente noticias sobre las posibilidades de la obtención de embriones clónicos con finalidades terapéuticas. Se abren así unas expectativas que, si no se matizan adecuadamente, pueden dar la falsa impresión de que el final de muchas patologías, como la diabetes o las enfermedades neurodegenerativas, está a la vuelta de la esquina.

Por otro lado, se alzan voces señalando que el empleo de esas células madre implica la destrucción de embriones y se pone de manifiesto la contradicción de una práctica que, para intentar salvar a unos seres humanos, exige el sacrificio de otros en su etapa embrionaria. No faltan quienes, sin aportar razones científicas, descalifican a quienes defendemos el valor de la vida humana desde su comienzo, ni tampoco los que, en un intento de acallar aquellas voces, alegan que sería contrario a la ética dejar de investigar con embriones por las potencialidades terapéuticas de esta investigación.

Ciertamente, la ética obliga a poner todos los medios lícitos a nuestro alcance para tratar de aliviar las enfermedades humanas. Pero también obliga a no ocultar datos ni contar verdades a medias y a no utilizar las necesidades de los demás para nuestro propio provecho. Por ejemplo, se dice que la obtención de embriones clónicos —auténticas copias del paciente— evitaría el rechazo inmunológico a las células procedentes de otros embriones, pero se oculta con frecuencia el hecho de que las células madre embrionarias, por su gran capacidad de proliferación, cuando se implantan en adultos dan lugar a teratomas —un tipo de tumores— en un porcentaje superior al 60% de los casos. Y, quizá, no se da el suficiente relieve al hecho, conocido desde hace más de 10 años, de que en prácticamente todos los órganos adultos existen células madre que, aunque tengan menor capacidad de diferenciación que las embrionarias, aventajan a estas en muchos e importantes aspectos. En primer lugar, pueden obtenerse a partir de tejidos sanos del propio paciente, con lo que el riesgo de rechazo desaparece. Pero, además, una larga experimentación permite asegurar que no se producen teratomas al implantar células madre adultas.

Efectivamente, es mucho lo que se está investigando con células madre adultas, no sólo en el terreno de la ciencia básica, sino que, desde hace años, se ha pasado a la experimentación clínica con pacientes humanos. Por ceñirnos a los ensayos que se están realizando en nuestro país, en pacientes que han sufrido infarto de miocardio el implante de células madre obtenidas fácilmente de su propio músculo o de su médula ósea da lugar a una clara mejoría en la vascularización del tejido infartado que, además, recupera parcialmente su funcionalidad. Con células madre de médula ósea se está regenerando hueso en hospitales españoles. Las células madre adultas del tejido adiposo, que se obtienen con enorme facilidad, poseen una sorprendente plasticidad y se están empleando ya para mejorar la cicatrización en determinadas cirugías, para la reconstrucción de hueso y, aunque aún en fase experimental con animales, para la generación de “neopáncreas” que suplan la función pancreática en diabéticos.

Frente a las realidades que las células madre adultas están ofreciendo en la medicina regenerativa, las células embrionarias no han dado resultados prácticos positivos y la mayoría de las investigaciones que se realizan con ellas tienen sólo una finalidad básica, de remota aplicación. Es indudable que hay que seguir investigando con las células madre adultas, pero somos muchos los que tenemos confianza en el poder de la inteligencia humana y de la ciencia actual para abordar los problemas que la medicina regenerativa se plantea por un camino seguro que, al no contravenir en absoluto el respeto a la vida humana, harán que el servicio a la vida de los profesionales de la salud no caiga en la tremenda contradicción de destruir unas vidas por intentar salvar otras.

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