EL escándalo causado por el fraude científico y la transgresión de normas éticas en experiencias de clonación humana llevadas a cabo en Corea, demanda una reflexión sobre el progreso científico y la forma de comunicarlo. Es preciso que la comunidad investigadora -incluidos los responsables de las publicaciones- lleve a cabo …
Podríamos preguntarnos qué hubiera ocurrido si otros grandes avances se hubieran falseado. Gracias a una observación fortuita de sir Alexander Fleming, debida a la contaminación accidental de una placa de cultivo bacteriano con un hongo, se puso de manifiesto la existencia de los antibióticos, algo que con seguridad otros microbiólogos tuvieron a mano y no supieron ver. Pero si el resultado en cuestión hubiera sido falso, o consecuencia de un artefacto experimental, el trabajo hubiera avanzado en cualquier caso. Porque el progreso del conocimiento y de la técnica, junto con la competencia y dedicación de numerosos expertos, desde químicos a patólogos, farmacólogos y clínicos, es lo que finalmente dio lugar a la «era de los antibióticos», con sus impresionantes logros para bien de la salud humana y la prolongación de la expectativa de vida. Es por tanto el hallazgo bien interpretado y comunicado, en un contexto general propicio, el que de verdad consolida el conocimiento y sus aplicaciones prácticas.
Es erróneo creer que las revelaciones sobre este falseamiento de resultados de clonación, que va siendo reconocido sucesivamente por varios de los integrantes del equipo coreano, incluso por el investigador norteamericano que aceptó firmar el trabajo como uno de los principales responsables -nada menos- constituye un salto atrás de años para la Medicina Regenerativa. Todo ello por varias razones, pero fundamentalmente porque a los resultados que ahora se revelan falsos se les atribuyó un valor que no tenían. Los responsables del engaño han sido descubiertos, como no podía ser de otra forma. Pero, igualmente importante es analizar cómo un ambiente acrítico puede favorecer que ocurran hechos de esta naturaleza, incluso que se marginen las reservas que razonablemente fueron expuestas en su momento.
La revista que dio acogida a los resultados fue, en este caso mucho menos exigente de lo habitual, seguramente atraída por la posibilidad de alcanzar la portada de los medios de comunicación en todo el mundo. Igualmente erróneo ha sido aceptar el término «clonación terapéutica» para esta línea de trabajo. La propia Academia de Ciencias norteamericana, sin cuestionar por razones éticas el fondo de la investigación, rechazaba el que se denominara terapéutico a lo que simplemente es una investigación exploratoria. Con ese término se puede hacer creer que el verdadero, y único, camino para la Medicina Regenerativa -la que permita reparar la degeneración patológica con células madre- está en clonar embriones a partir de células del enfermo. De esta forma, las notables reservas éticas de lo que suscitaría un futuro de creación y destrucción de embriones humanos, el riesgo de que se abriera la puerta a la clonación reproductiva, así como la difícilmente admisible perspectiva social, de que la mujer fértil se viera sometida a una demanda continua de sus gametos para tratamientos, parecían carecer de importancia, en aras de la (casi)certeza de abordar enfermedades incurables.
El avance de la Medicina Regenerativa, su progreso hacia la posible solución de algunas enfermedades poco abordables en estos momentos, no depende exclusivamente de una línea de trabajo como puede ser la clonación humana. Semana a semana tenemos noticias de hallazgos esperanzadores. Puede ser el descubrimiento de pautas de crecimiento de las células de animales o humanas, de los genes que regulan su diferenciación, de las señales que pueden estimularla en diferentes direcciones, así como de transiciones entre tipos de células que resultan sugerentes para plantear esas posibles terapias regeneradoras a las que aspiramos. La noticia de tratamientos experimentales con células madre adultas también resulta importante. Son ya cientos los enfermos tratados de cardiopatías que emplean, entre otras, las células madre de la reserva presente en su médula ósea. Por el contrario, hay que recordar que aún está por demostrar que las células derivadas de embriones, aunque sean personalizadas por proceder de embriones clónicos, puedan aplicarse en clínica humana. Hay algo de pretensión milagrosa -nada que ver con la racionalidad científica- en el empeño a la hora de proponer la clonación como el único y auténtico camino para las terapias regeneradoras.
Finalmente, es pertinente señalar que lo sucedido tiene una notable relevancia para la política científica. Hoy trabajaban en el mundo más investigadores que los que han existido a lo largo de toda la historia de la humanidad. Sin embargo, la presión por colocar en primer plano los logros de cada cual puede oscurecer gravemente el panorama. Hoy, como en el pasado, sólo el ambiente que favorezca la libre creación científica, sólo un marco en el que se estimule la creatividad de quienes llevan a cabo la investigación en libertad, sometiéndose a la crítica, pero abriendo las puertas a las nuevas ideas, es lo que puede propiciar el verdadero progreso. Los gestores de la política científica tienen sin duda una notable responsabilidad, sus capacidades de decisión han de basarse en el criterio de los expertos fiables, de integridad reconocida, y de acuerdo con los sistemas de evaluación más avanzados, que se van perfeccionando continuamente. La apuesta basada en modas, la que prescinde del rigor en los planteamientos investigadores, favorece situaciones fraudulentas como la que ahora lamentamos.