La decisión de legalizar la eutanasia, significaría no sólo tener en cuenta los deseos de autonomía de algunas personas, sino también otras consecuencias para la sociedad de cuya responsabilidad no puede desentenderse un postura pro legalización
Recientemente participé en una reunión internacional organizada con el fin de promover legislaciones que acepten la eutanasia. Uno de los promotores de la ley holandesa estuvo describiendo el camino recorrido en ese país con el fin de mostrar la vía para su legalización en otras naciones. Como es lógico, se deshizo en alabanzas por la bondad de las leyes que habían aprobado, incluida la de eutanasia para niños recién nacidos.
En su discurso contó un hecho que se les había presentado hacía poco tiempo: un señora mayor había solicitado que acabasen con su vida porque habían muerto los dos perros que tenía, y ahora su existencia carecía de sentido. La comisión que tenía que decidir se quedó un poco perpleja, y tardó un mes en adoptar una postura. De todas formas eso ya no importó porque la mujer se había suicidado. El ponente también se sentía desconcertado y no fue capaz de hacer ningún comentario.
Su dificultad, me parece, era debida a la concepción unidimensional de la eutanasia. En efecto, para muchos -y así lo difunden- la eutanasia es ejercicio máximo de la autonomía y libertad del individuo. Parecería que el acto en el que más se ejercita la libertad humana es en la destrucción de la propia vida. Se trata sin duda de una decisión que supone un gran esfuerzo mental, porque el rechazo sicológico a tomar tal medida es muy fuerte, -de hecho se suele pensar que los suicidas lo hicieron en momentos de desequilibrio psíquico-. Lo que ya no parece tan claro es que, por necesitar un esfuerzo tan grande, se trate de un acto de máxima libertad, y no sea más bien una experiencia de máximo fracaso.
Si sólo se tiene en cuenta la referencia a la autonomía del individuo, que hacen los defensores de la eutanasia, y no se tienen en cuenta más aspectos es difícil rechazar la legalización de la eutanasia, aunque nos lleve a situaciones absurdas. Pero además de esta referencia se debe contar también con otros mensajes que, ineludiblemente, los legisladores mandarían a la población si se planteasen legalizarla. No es conveniente olvidar la función pedagógica de la ley, que la convierte en fuente de enseñanza sobre lo que está bien y lo que está mal.
Si sólo se tiene en cuenta la referencia a la autonomía del individuo, que hacen los defensores de la eutanasia, y no se tienen en cuenta más aspectos es difícil rechazar la legalización de la eutanasia, aunque nos lleve a situaciones absurdas. Pero además de esta referencia se debe contar también con otros mensajes que, ineludiblemente, los legisladores mandarían a la población si se planteasen legalizarla. No es conveniente olvidar la función pedagógica de la ley, que la convierte en fuente de enseñanza sobre lo que está bien y lo que está mal.
El primero de estos mensajes sería afirmar que el dolor no tiene ningún sentido. Mientras se pueda compensar con placeres más grandes, sería aceptable. Pero si ello no es posible hay que rendirse y huir desapareciendo. Ciertamente el valor del sufrimiento humano es un misterio, quizá sólo aceptable en un entorno de amor. Pero legalizar la eutanasia es afirmar que no tiene ningún sentido, y dejar a la persona sóla con su sufrimiento, precisamente en los momentos en los que más necesita del acompañamiento y la solidaridad de los demás.
Otro mensaje que se nos lanza es que estamos solos, y por nosotros mismos no valemos nada para los demás. En efecto, mientras podemos producir y aportar recursos nadie duda del valor de nuestra vida, pero si nos encontramos débiles e incapaces, ¿qué valor tiene la vida en su desnudez? Inmediatamente aparece el pensamiento de que pudiendo quitárnosla, sin embargo estamos siendo una carga pesada para familiares o acompañantes, a los que, según parece, no les aportamos nada. Con este planteamiento es fácil comprender el acoso sicológico que cualquier anciano o enfermo grave se vería abocado a sufrir.
Un tercer mensaje es que, una vez admitido que hay vidas que pueden ser inútiles, y cuyo mantenimiento supone gastar fuerzas y recursos que la sociedad “necesitaría” para otras aplicaciones, fácilmente familiares o tutores pueden decidir que se acabe con ellas. Es más, llegado el caso, el mismo Estado podría constituirse en autoridad representante de la sociedad para tomar esas decisiones.
Por último, en una sociedad que cultural y jurídicamente se basa en la igualdad de todos ante la ley y en la defensa de toda vida humana, entrar en planteamientos de legalizar acabar con algunas vidas humanas por los motivos que sean, y aunque sea con su consentimiento, supone una ruptura de los pilares básicos sobre los que se asienta nuestra cultura, y admitir que la sociedad tiene el deber de matar a algunos de sus ciudadanos, por determinados e importantes motivos.
Ante esta situación que aparece por el horizontes, y antes de que avancemos más hacia ella, parece que lo más interesante es poner todo el esfuerzo en buscar soluciones médicas y humanas a los problemas que la enfermedad o la vejez pueden producir, y apartar de nosotros la fácil tentación de acabar con los problemas, acabando con los que los tienen.
Publicado en Canaris7 el 11 de mayo de 2008