En los últimos meses se ha relanzado con fuerza el debate acerca de qué hacer con los miles de embriones humanos que aguardan congelados en las clínicas de fertilización in vitro.Esta interesante discusión ha sido promovida, en este momento, por todos aquellos que se muestran partidarios a utilizar células madre …
En los últimos meses se ha relanzado con fuerza el debate acerca de qué hacer con los miles de embriones humanos que aguardan congelados en las clínicas de fertilización in vitro. |
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Planteamiento general del problema
Planteado así, parece que lo más razonable sería destinar estos embriones humanos a la investigación biomédica. Si lo único que vemos es que hay, desgraciadamente, miles de embriones que de ningún modo pueden llegar a nacer y miles de personas, desgraciadamente enfermas, cuya única esperanza de curación la constituyen esos embriones… es fácil posicionarse a favor de la utilización de dichos embriones como material de investigación médica. Pero el problema no es tan simple ni las alternativas tan drásticas como a priori nos podría parecer. Debemos tener en cuenta, también, que:
Pero… ¿qué hacer con los embriones humanos congelados? La respuesta a esta pregunta no es nada sencilla. Creo que yo misma, a priori, no sabría responderla. Pero esta incapacidad es debida, en parte, a que el planteamiento de esta pregunta exige, previamente, la respuesta a otra conflictiva cuestión. Primera medida: dejar de generarlos Insisto en que, probablemente, ninguna de las alternativas propuestas para estos embriones es verdaderamente acorde a su dignidad, pero ello no nos permite desentendernos del problema. Finalmente, tendremos que tomar una decisión: quizá aquella que, sin ser ideal, en menor medida atente contra la dignidad de esos seres humanos. Tomar este tipo de decisiones siempre resulta incómodo: pero no hacer nada, también es una decisión: tendremos que estudiar si hay alguna opción mejor al “no hacer nada”. Se podría, en primer lugar, estudiar la viabilidad biológica (que no legal) de estos embriones: es decir, determinar si tienen posibilidades razonables de ser gestados en el útero de una mujer (idealmente su madre o, en su ausencia una madre adoptiva) y llegar a nacer. Si llegáramos a la conclusión de que son razonablemente viables, deberíamos plantearnos en serio el ir implantándolos en la medida de lo posible y darles la oportunidad que merecen de poder desarrollarse y llegar a nacer, crecer, etc. Si llegáramos a la conclusión de que, a consecuencia de su prolongada congelación, han sufrido daños irreparables que hacen imposible su desarrollo prenatal,… deberemos asumir la triste y dolorosa realidad de que, a pesar de estar todavía vivos, estos pobres embriones no tienen ninguna posibilidad (hoy por hoy) de llegar a nacer. Entonces tenemos dos posibles alternativas: dejarlos congelados en espera de que algún día la ciencia avance lo suficiente como para devolverles su original viabilidad o descongelarlos y dejarlos morir. En caso de que asumiéramos esta última determinación, la opción de utilizarlos en investigación biomédica en lugar de dejarlos morir en paz, continúa presentando objeciones considerables: de entrada porque ningún ser humano puede ser objeto de investigaciones científicas que atenten contra su integridad física, psicológica o moral: la investigación con embriones supone siempre la destrucción de ese embrión y sólo tienen sentido si se aplican sobre embriones vivos. En segundo lugar porque el invertir importantes recursos a este tipo de investigación presupone que la fuente de “materia prima” (es decir: de embriones) va a ser continua, ilimitada e ininterrumpida, de lo que se deduce que no se está tratando de encontrar una salida a los embriones congelados sino lograr la permisión de investigar con embriones humanos. Si, a pesar de reconocer la conflictividad del problema y la ausencia de una auténtica solución moralmente aceptable (acorde con la dignidad de esos seres humanos), continuamos generándolos… nos encontraríamos ante una falta de coherencia y un exceso de hipocresía intolerables. Si nuestra casa se estuviera inundando de agua a causa de un grifo abierto que alguien olvidó cerrar (o que alguien dejó abierto sin preocuparse por las consecuencias de su negligencia), podemos plantearnos cuál será la mejor manera de sacar el agua: ¿con calderetas o con una manguera succionadora? Pero, sin duda, la primera medida a tomar es cerrar el grifo: de otro modo, no sería posible resolver el problema. Intentar buscar una salida a los embriones congelados sin considerar la necesidad de dejar de generarlos es cómo discutirse acerca de si es mejor la manguera succionadora o los cubos de agua, pero no estar dispuestos a cerrar el grifo: de este modo asumimos un cierto grado de inundación permanente (siempre vamos a tener embriones almacenados que no podrán ser implantados y a los que habrá que buscar otro destino) y la necesidad también permanente de echar mano de calderetas y mangueras (es decir, de irnos deshaciendo de los embriones denominados “sobrantes“, “caducados” o “legalmente inviables“). No estar dispuesto a cerrar el grifo equivale a no querer si quiera cuestionar la legitimidad de las técnicas de reproducción asistida que impliquen fecundaciones in vitro y la consiguiente producción de un exceso de embriones (entendiendo por exceso la producción de un número de embriones superior al que se implantará en el útero de la madre, de modo que los “sobrantes” quedaran congelados a la espera de la “nada“). Lo cierto es que las técnicas de reproducción asistida ofrecen a las parejas con problemas de infertilidad una esperanza de satisfacer su legítimo deseo de ser padres (también ofrece esta posibilidad a mujeres que, homosexuales o no, deseen ser madres sin la participación del padre, a personas sin problemas de infertilidad pero que han dejada atrás su edad fértil o a parejas que optan por someter a sus futuros hijos a un diagnóstico pre-implantatorio y seleccionarlos en función de su estado de salud, su sexo o cualquier otra característica que pueda ser estudiada en el embrión todavía no implantado). El origen del problema: la Fecundación in vitro Los especialistas en FIV insisten en que es necesario producir este exceso de embriones para garantizar una eficiencia mínimamente aceptable. Bueno: yo no soy especialista en esta materia, así que voy a hacer un acto de fe en esta afirmación (la alternativa sería que no fuera cierto y que el exceso de embriones se estuviera consintiendo o efectuando ex profeso para disponer de embriones con los que investigar). Si realmente es inevitable producir este excedente de embriones… entonces también es inevitable plantear seriamente la licitud ética de la práctica de FIV: la moralidad de la FIV en sí es discutible (es decir: continuaría mereciendo la pena discutir acerca de ella en el supuesto ideal de que todos los embriones generados llegaran a nacer). Pero sin lugar a dudas, el hecho de que su práctica actual implique necesaria e inevitablemente la condena a muerte de miles de seres humanos… la convierte en inaceptable. De hecho, en Alemania es obligatorio producir tan sólo el número de embriones que vaya a ser implantado (con éxito o sin él). Parece ser que esta medida va asociada a una disminución de la rentabilidad de la técnica. Pero un discreto aumento de eficiencia de una técnica, no justifica la creación, congelación y destrucción de seres humanos, por muy incipiente que sea su estadio de desarrollo. La producción de un “exceso” de embriones no es “imprescindible” sino “conveniente” a efectos de incrementar las tasas de éxito de la técnica. Si la FIV pudiera realizarse de modo que sólo se generaran los embriones que fueran implantados a continuación (con unas tasas de éxito razonables), su cuestionabilidad ética sería de muy distinta naturaleza. Algunas de las objeciones que se podrían plantear a la FIV serían:
Que la FIV permita o pueda dar pie a todo esto no significa que necesariamente lo haga; pero somos testigos de que así ha sido en todos los países en los que se practican FIVs, de modo que no tiene mucho sentido tratar de valorar éticamente la FIV al margen de ello. En el Reino Unido, se ha lanzado una encuesta a la población acerca de la elección del sexo de los hijos. Por ahora, en Gran Bretaña (al igual que en España) se practica la selección del sexo por motivos considerados “médicos“: es decir, en caso de que una determinada enfermedad genética pueda trasmitirse únicamente a la descendencia de uno de los dos sexos. Esta encuesta va acompañada de un interesantísimo documento elaborado por la “Human Fertilisation and Embriology Authority” en que se propone como métodos posibles para la elección del sexo tanto técnicas previas a la fecundación, como el estudio pre-implantatorio de embriones obtenidos mediante FIV y la consiguiente selección, como el estudio prenatal y el aborto de los embriones o fetos del sexo no deseado. Como “motivos” para elegir el sexo de los hijos sugiere razones “médicas” (enfermedades que sólo pueda sufrir la descendencia de uno de los sexos) o “no médicas” como “preferencias personales” o razones “sociales“, “culturales” o “económicas” (cuestiones de herencia, transmisión del apellido a la descendencia, evitar el pago de dotes, hijos varones para trabajar el campo o aportar un sueldo, obtener una descendencia donde ambos sexos estén proporcionalmente representados,…). Este documento es muy ilustrativo de cómo la generalización de una determinada conducta que pretende un fin bueno (que los hijos nazcan sanos) pero que resulta inaceptable como medio (impedir el nacimiento de los enfermos) tiene por consecuencia la pérdida de conciencia del mal implícito en esa conducta: “es muy fácil pasar del mal menor a la justificación del mal” pero, naturalmente, “el buen fin no hace bueno al mal medio“. Esta misma idea ha sido brillantemente expresada por Robert Spaeman, de modo que no voy a resistirme a la tentación de introducir una cita más en este artículo:
Pero, sin duda, el problema más grave al que da lugar la FIV es la existencia de seres humanos que han sido creados de forma planificada para nacer y crecer siendo hijos de sus padres y que, injustamente, aguardan congelados ante la indiferencia irresponsable de aquel que los creó y la ignorancia de sus propios progenitores. ¿Porqué no es lícito permitir la investigación con embriones humanos? Para asegurarnos la fuente de células embrionarias tenemos dos opciones: o las técnicas de FIV continúan siendo tan ineficaces como hasta ahora (y no nos esforzamos por lograr que no sea preciso crear embriones en exceso) o creamos embriones con la única intención de investigar con ellos y obtener células madre a partir de los mismos. Si, al investigar con estos embriones humanos “sobrantes“, “legalmente inviables” se llegara a desarrollar posibles tratamientos para tratar a otros seres humanos de sus dolencias (curándolos o mejorando su calidad de vida) podríamos vernos ante la “conveniencia” de crear embriones humanos con el fin exclusivo de investigar con ellos o de favorecer que continúen sobrando embriones humanos de los procesos de FIV (de hecho, ésta sería la forma más “políticamente correcta” de asegurar una fuente continua e inagotable de embriones humanos). Así mismo, nos podríamos ver ante la dolorosa decisión de optar entre un tratamiento que suponga la creación, destrucción y utilización de seres humanos en estadio de embrión o la no curación de un hijo. ¿Sería legítimo plantear a los padres una decisión de esta categoría? ¿Puede el Estado consentir la oferta de este tipo de servicios? La permisión del Aborto como justificación de la destrucción de embriones Es obvio que el debate acerca de qué hacer con los embriones congelados nos retrotrae inevitablemente al debate sobre el aborto. No es coherente prohibir la utilización y destrucción de embriones sin prohibir el aborto. La despenalización del aborto y la permisión de las técnicas de FIV presuponen que el ser humano no nacido no es sujeto de dignidad y derechos que deban ser reconocidos y respetados. De lo contrario, no sería posible legitimar jurídicamente su práctica o dejar de penalizarla. En este contexto ideológico es difícil sostener por mucho tiempo más la prohibición de utilizar embriones humanos para cualquier fin. Es una cuestión de coherencia interna. El negocio del aborto y de la Fecundación in vitro A priori, parece sorprendente (incluso incoherente) que, aquellos que en nombre de la defensa del legítimo deseo de las parejas a tener hijos, practican FIVs, con un ardiente deseo de dar vida y proporcionar hijos, defiendan también la destrucción de los más pequeños. Parece increíble que personas dedicadas a dar vida, estén ideológicamente a favor del aborto. Pero si lo analizamos con un poco más de detalle en lugar de quedarnos en el juicio fácil y superficial, debemos considerar, en primer lugar, que los profesionales de la FIV trabajan cada día creando, manipulando, analizando embriones, sentenciándolos a muerte y destruyéndolos si son diagnosticados de alguna “tara”, perdiendo por el camino a un buen número de ellos debido a imperfecciones de la técnica, congelándolos a bajísimas temperaturas con la intención de detener su espontáneo desarrollo, etc. Si estos profesionales tuvieran conciencia plena de estar trabajando con auténticos seres humanos… dudo que se atrevieran a “juguetear” con ellos del modo en que lo hacen. Pues… ¿qué derecho puede tener cualquier persona a congelar a otra? ¿a arrancarle una parte significativa de su ser para hacer un diagnóstico sin su consentimiento que pueda sentenciarlo a muerte? ¿a exponerlo a riesgos imprevisibles sin ningún miramiento? ¿a condenarlo a muerte o a donante involuntario de células al precio del propio sacrificio? Aquel que practica FIV, movido (en el mejor de los casos) por la tierna intención de satisfacer el legítimo deseo de paternidad y maternidad de parejas estériles, parte de la convicción personal (recogida, además, por el Derecho) de que el embrión humano no es un ser humano. De otro modo, en conciencia, le resultaría imposible llevar a cabo su trabajo. Lo que, indudablemente une a los defensores de la FIV, del aborto y de la utilización de seres humanos en estadio de embrión, es una IDEOLOGíA muy particular y, sobretodo, el DINERO. Me explico: la industria del aborto mueve ingentes cantidades de dinero: en sí, constituye un negocio redondo. Pero, además, es un negocio que alimenta la FIV que, a su vez, da pie a la industria de los embriones como material de investigación biomédica. Seguramente, si las mujeres que abortan decidieran no interrumpir su embarazo, la mayoría de ellas acabaría quedándose felizmente con su bebé. Pero también es cierto que los niños que antaño iban a parar a los centros de adopción, ahora ni tan siquiera llegan a nacer: son abortados durante su vida prenatal (se hace realidad el escalofriante lema: “niño que no es deseado, niño que es abortado“). La consecuencia de este fenómeno (juntamente con una determinada política de adopción) es que resulta bastante difícil lograr adoptar un niño del propio país (y tampoco es sencillo lograr adoptar un bebé de otro país). Esto hace que muchas parejas que hubieran preferido adoptar un niño ya nacido (pero abandonado, necesitado de una familia) no lo puedan hacer y recurran a les técnicas de reproducción asistida como segunda y última esperanza de llegar a ser padres. Así mismo, en las técnicas de FIV se generan (por “necesidad” o por “negligencia“) miles de embriones “sobrantes” cada año. Con el término “sobrantes” tan sólo se quiere decir que jamás podrán ser destinados al fin para el que, oficialmente, fueron creados: llegar a nacer. De modo que serán silentemente congelados hasta que pasen cinco años, devengan “legalmente inviables“, no puedan ser reclamados por sus padres y su único posible destino sea la muerte (y, muy probablemente, la muerte como donantes involuntarios de células). Las clínicas de FIV disponen de la preciada materia prima, fuente de células madre para los científicos dispuestos a investigar y desarrollar tratamientos a partir de estos diminutos seres humanos. Si esto se permitiera tanto los investigadores como las clínicas de FIV saldrían económicamente beneficiados. El beneficio de uno es el beneficio de todos. Además, la despenalización, legalización y generalización de cualquiera de estas actividades contribuye a difundir una ideología que las favorece a las tres. Esto es: arrebatarle al ser humano no nacido todos sus derechos y la consolidación de la cultura del “capricho“: el deseo como fundamento del derecho: tener hijos o no tenerlos como un derecho que el Estado debe garantizar: el aborto y la FIV son los medios que mejor permiten garantizar este derecho y, por tanto, son irrenunciables. ¿Una postura neutral? En nuestros días, parece ser que defender los “derechos de los animales” es políticamente correcto y aquel que lo hace es un héroe, mientras que aquel que solicita el respeto al no nacido es un intolerante que trata de imponer su ideología a todos. Aquellos que tratan de evitar que los animales reciban malos tratos, en primer lugar, no los maltratan, pero, en segundo lugar, tratan de lograr que el resto de personas, aunque quizás no piense como ellos, tampoco les maltraten: no se conforman con el falaz argumento de que aquellos que no comparten su modo de ver las cosas, tienen el derecho de maltratar a los animales. De hecho, tratan insistentemente de impedir que los maltratos a los animales ocurran: y lo hacen tanto instando a los gobiernos a tomar medidas legales para proteger a los animales como tomándose la ley por su mano y boicoteando el trabajo de aquellos que, a su modo de ver, cometen graves e intolerables oprobios contra inocentes e indefensos animalitos. El Estado que permite que los animales sean maltratados asume que los animales no merecen recibir esa protección. El Estado no es neutral. También puede ser que no sea necesario promulgar leyes al respecto porque la población respete la naturaleza de modo espontáneo y no incurra en la perversión de destrozarla y maltratarla gratuitamente y sin sentido. El Estado que tolera, permite y promueve el aborto, asume que el nasciturus (el que va a nacer) no es un ser humano con dignidad y derechos que deban ser reconocidos por el Derecho y protegidos por el Estado. El Estado está muy lejos de ser neutral: asume una ideología muy particular, concreta e identificable. El hecho de que la opción más permisiva permita a cada cuál actuar coherentemente con su modo de pensar no implica neutralidad. Reflexión final ·- ·-· -··· ·· ·-·· Nota: Recomiendo muy especialmente visiten la página web: www.bioeticaweb.com Bibliografía 2. Algunas consideraciones sobre las etapas iniciales de la vida humana (Dr. J. Aznar) 3. El estatuto antropológico del embrión humano (R. Lucas) 4. El embrión humano ¿merece ser protegido por el derecho? (Dr. R. Andorno) 5. ¿Quién es el embrión? (J. Vega y otros) 7. El Estatuto del Embrión (Prof. Ballesteros) 8. Estatuto biológico del embrión humano (Dr. Vega Gutiérrez) 9. Génesis y uso del término “pre-embrión” en la literatura científica actual (M. Ferrer y L.M.Pastor) 10. La contribución de la Biología al estatuto del embrión (A.Serra) 11. Manipular el lenguaje para transformar la sociedad (María Valent) 12. La cuestión de los embriones congelados (Faggioni) 13. Bioética de la manipulación embrionaria humana (Dr. L.M. Pastor) 15. El estudio de la célula madre: el plan comercial oculto (Jeremy Rifkin) 16. Medicina reparadora- distintas posibilidades (Dr. J. Aznar) 17. Aspectos biomédicos de la clonación humana y células madre (Dra. López Moratalla) 18. Células madre de adulto. Aplicación actuales y potenciales (Dr. R. Ojeda) 20. Medicina reparadora: clonación y células madre (María Valent) 21. Células madre de tejidos adultos. Diez razones para su utilización (Dr. Aznar) |