Manipular el lenguaje en Bioética para transformar la sociedad (Marí­aValent)

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En prácticamente todos los temas del campo de la bioética se está produciendo un acelerado y generalizado cambio de mentalidad, inducido por engaños y verdades a medias. Con estas confusiones se logra polarizar la opinión pública hacia los intereses de la cultura de la muerte (esto es: la defensa del …

En prácticamente todos los temas del campo de la bioética se está produciendo un acelerado y generalizado cambio de mentalidad, inducido por engaños y verdades a medias. Con estas confusiones se logra polarizar la opinión pública hacia los intereses de la cultura de la muerte (esto es: la defensa del aborto, la eutanasia, la instrumentalización de embriones, etc…) basada en un profundo desprecio hacia la vida humana, que se llega a contemplar como un objeto al servicio de los intereses de terceros (en el caso de la manipulación de embriones) o como un mal a aniquilar (en el caso de la eutanasia y el aborto)

Estos engaños se dan a través de diferentes tipos de argumentaciones:

1- Aquellas que nos hacen creer que la intención de estos actos es defender a las personas y sus derechos fundamentales (por ejemplo: el aborto como medio de preservar la dignidad de la mujer)

2- Las que niegan u ocultan las alternativas que permiten defender más eficaz y lí­citamente esas mismas personas y esos mismos derechos (p.ej: en el campo de la medicina reparadora, ocultar que los resultados obtenidos con células madre de adulto son mucho más alentadores que los obtenidos con células madre procedentes de embriones).

3- Las que ignoran el mal, el dolor y el sufrimiento que tales acciones comportan (p.ej: las secuelas psicopatológicas del aborto en la mujer)

4- Aquellas que intentan negar la naturaleza humana del embrión (p.ej: alegar sin fundamento que el embrión no es vida, no es humano o no es más que un apéndice del cuerpo de la madre).

Para vehiculizar y disimular estas tergiversaciones se ha hecho uso (o abuso), del lenguaje: se han introducido nuevas palabras y expresiones de significados confusos o equí­vocos, que:

– Desví­an la atención de la realidad objetiva y completa a la que se refieren,

– Ocultan las connotaciones que nos recuerdan lo que tienen de inhumano e

– Introducen engañosos matices con los que simular normalidad, inocuidad e incluso caridad.

Un ejemplo muy representativo de este tipo de manipulaciones es la sustitución de la palabra “aborto” por la expresión “interrupción voluntaria del embarazo”: este discreto cambio supone, en primer lugar, omitir la palabra “aborto” que tan dura suena (por ser tan explí­cita); en segundo lugar, aparta la atención del tema principal (la aniquilación del embrión o del feto) para centrarla en las actuaciones y las consecuencias sobre el cuerpo y la fisiologí­a de la mujer que todo aborto supone. Además, incluye el adjetivo “voluntaria”, insistiendo en el hecho de que se trata de una decisión libremente tomada por una mujer, es decir, recalcando que, en realidad (o, mejor dicho, en apariencia), lo que se pretende defender es a la mujer, su dignidad y sus derechos.

Así­, parecen olvidar que el embarazo es cosa de dos (del hijo y de la madre) y no sólo de la mujer; parecen olvidar también que un aborto supone, esencialmente, acabar con una vida humana (la más inocente e indefensa de todas) y no poner fin a un proceso fisiológico de la mujer como podrí­a ser la digestión o el sueño.

Lo mismo sucede con otras tantas expresiones como “pre-embrión” (para referirse al embrión no implantado), “pí­ldora del dí­a después” (en lugar de fármaco abortivo cuyo mecanismo de acción consiste en impedir la implantación), “aborto terapéutico” (para denominar aquellos abortos que se practican por considerar que el embarazo y la maternidad suponen un elevado riesgo para la salud de la madre), “clonación terapéutica”, “eutanasia”, “prevención de la enfermedad” (refiriéndose a la aniquilación de los embriones que supuestamente padecen alguna patologí­a), “salud reproductiva” (en lugar de estrategias para el control de la natalidad incluyendo anticoncepción, esterilización y aborto) y un larguí­simo etcétera.

Muy concisa, sencilla y rigurosamente se ha escrito ya acerca de todos estos temas de ingente actualidad e importancia, de modo que no es intención de este artí­culo reflexionar ampliamente sobre ellos. Tan sólo pretende poner de relieve un sutil cambio de significados que ha llevado a legitimar el aborto y la manipulación de embriones: se trata de la falacia que permite concluir (erróneamente) que la destrucción del embrión no implantado es un tipo de anticoncepción, en lugar de un aborto.

Aclaraciones conceptuales

Antes de analizar las sucesivas confusiones que han permitido difundir esta paradoja, merece la pena aclarar o reafirmar varios conceptos relativos al inicio de la vida humana:

– Concepción: inicio del embarazo; se considera como tal el momento en que el espermatozoide penetra en el óvulo y forma un cigoto viable (acto o proceso de fertilización).

– Fecundación: acto o proceso de fertilización, es decir, fusión de ambos gametos: masculino (espermatozoide) y femenino (óvulo) dando lugar a un cigoto o embrión.

– Embarazo: proceso de gestación que abarca el crecimiento y desarrollo de un nuevo individuo dentro de una mujer, desde el momento de la concepción, a lo largo de los perí­odos embrionario y fetal hasta el nacimiento.

– Gestación: perí­odo de tiempo comprendido entre la fertilización del óvulo y el nacimiento.

– Inicio del embarazo: tal y como se deduce de las definiciones precedentes, el inicio del embarazo se corresponde con el momento de la fecundación o concepción; los tres términos (inicio del embarazo, concepción y fecundación) se refieren a una misma realidad, son, por lo tanto, equivalentes.

– Implantación: proceso por el que el embrión anida en el endometrio uterino de la madre, en cuyo espesor tendrá lugar todo el desarrollo posterior del embrión y del feto. El embrión inicia la implantación hacia el séptimo dí­a desde la fecundación y la completa siete u ocho dí­as después.

– Anticoncepción (o Contracepción): procedimiento o técnica para la “prevención” del embarazo mediante el uso de medicamentos, dispositivos o métodos que bloqueen o alteren uno o más de los procesos de reproducción de tal forma que el coito pueda realizarse sin fecundación. El sentido común y la etimologí­a ya nos permiten deducir que se trata de impedir la concepción (o lo que es lo mismo, la fecundación).

– Aborto: finalización espontánea o inducida del embarazo (que, recordamos, se inicia en el momento de la fecundación) antes de que el feto haya alcanzado el desarrollo suficiente como para poder vivir después de su nacimiento.

– Interrupción del embarazo: el embarazo puede resultar interrumpido básicamente bajo tres circunsatancias:

– Fisiológicamente en el momento del parto

– Patológicamente en caso de aborto “natural”

– De forma provocada en caso de aborto inducido artificialmente: habitualmente se utiliza la expresión “interrupción del embarazo” para referirse a éste último caso. Por lo tanto, “interrupción del embarazo” y “aborto” son equivalentes, tienen el mismo significado.

El origen de una extraña confusión

El hábil, malicioso y erróneo razonamiento que nos conduce a la paradójica conclusión ya mencionada (a saber: el considerar que el embarazo empieza en el momento de la implantación) se inicia con una reflexión acerca de las mujeres que conciben hijos en probetas en las clí­nicas de reproducción asistida. Dado que en estos casos la concepción (o fecundación) tiene lugar fuera del claustro materno, no parece lógico identificarla con el inicio del embarazo en la mujer, puesto que la nueva vida no empezará a gestarse en el vientre de su madre hasta que sea transferida desde el tubo de ensayo al endometrio de la mujer. En base a esta aguda apreciación, se empieza a difundir la idea de que el embarazo, propiamente, no se inicia en el momento de la concepción, sino en el momento de la implantación y esta artificial consideración se hace extensiva a todas las mujeres y a todos los embarazos, independientemente del modo (natural o in vitro) en que tenga lugar la concepción.

A mi juicio, esta conclusión es errónea y, por lo tanto, inaceptable. Pero en lugar de entretenernos en los motivos que justifican este rechazo, vamos a analizar las consecuencias de darla por válida en vez de repudiarla.

Los artí­fices de esta transformación del concepto “embarazo” deberí­an haber aclarado algunas consecuencias lingí¼í­sticas y conceptuales que se desprenden de tal tergiversación. Si consideramos que el embarazo empieza con la implantación, estamos diciendo que no se inicia con la concepción (o fecundación) y, consecuentemente, “anticoncepción” no equivale a “impedir que el embarazo tenga lugar” y “aborto” tampoco se identifica exactamente con “interrumpir el embarazo”. Intentaré aclarar este rompecabezas con algunos esquemas:

Tabla de equivalencias:

Si:
INICIO DEL EMBARAZO = FECUNDACIí“N

Si:
INICIO DEL EMBARAZO = IMPLANTACIí“N

Entonces:
CONCEPCIí“N = INICIO DEL EMBARAZO
ANTICONCEPCIí“N = IMPEDIR EL EMBARAZO
ABORTO = INTERRUMPIR EL EMBARAZO

Entonces:
CONCEPCIí“N#INICIO DEL EMBARAZO
ANTICONCEPCIí“N#IMPEDIR EL EMBARAZO
ABORTO#INTERRUMPIR EL EMBARAZO

 

A continuación, los esquemas 1 y 2 pretenden aclarar las implicaciones de cada consideración:

1) Si: INICIO DEL EMBARAZO = CONCEPCIí“N = FECUNDACIí“N

(en los esquemas, la lí­nea horizontal representa la temporalidad del desarrollo del ser humano a lo largo del perí­odo intrauterino, aunque no es proporcional, ya que entre le fecundación y el inicio de la implantación transcurren siete dí­as mientras que desde la implantación al parto pasan nueve meses; se indican los sucesos implicados en la manipulación semántica que se comenta en el texto: fecundación, concepción, implantación, inicio del embarazo, parto)

2) Si: INICIO DEL EMBARAZO = IMPLANTACION

De modo que hemos llegado a una situación paradójica y muy confusa (y la confusión es el mejor caldo de cultivo para el engaño).

Podemos analizar un caso práctico muy actual que nos permitirá aprehender las consecuencias y la intención de esta confusa situación: se trata de los fármacos que impiden la implantación del embrión en el endometrio uterino (los llamados “contraceptivos de emergencia” o “pí­ldora del dí­a después”):
Estos compuestos, al impedir la anidación del embrión, lo condenan a una muerte segura (es decir: ocasionan un aborto); pero si entendemos que el embarazo empieza con la implantación, deberí­amos decir que, a pesar de ser abortivos, no actuan interrumpiendo un embarazo sino impidiendo que éste llegue a tener lugar.

Es decir: toda interrupción de un embarazo, continuarí­a suponiendo un aborto; pero no todo aborto consistirí­a en interrumpir un embarazo (ya que impedir la implantación serí­a considerado un tipo de aborto con el que evitar que el embarazo se inicie en lugar de ponerle fin).

Paralelamente, todo mecanismo anticonceptivo, supondrí­a impedir que el embarazo empezara; pero habrí­a formas de evitar que el embarazo comenzara que no serí­an anticonceptivas sino abortivas (otra vez, nos encontramos en el caso de los fármacos que no permiten la implantación: impedirí­an que el embarazo se iniciara al provocar la muerte del embrión no implantado, es decir, abortándolo).

Podrí­amos pensar que, al fin y al cabo, el hecho de identificar el inicio del embarazo con el momento de la implantación no es algo tan grave o tan descabellado.

Quizá podrí­amos convencernos de que no es tan descabellado al percibir que, ciertamente, el embarazo en las mujeres sometidas a fertilización in vitro no empieza hasta que tiene lugar la implantación. Pero resulta un poco forzado querer aplicar esta consideración (fruto de una manipulación tan artificial y contranatural) al resto de embarazos.

Quizá podrí­amos convencernos de que no es tan grave si se hubiera aceptado y aclarado las implicaciones que esta consideración conlleva en lugar de promover el uso de la expresión “interrupción del embarazo” para referise al aborto (que han dejado de ser sinónimos).

Pero, por desgracia, resulta evidente que no se trata de una ingenua metedura de pata; resulta evidente que la intención primera (y última) de la nefasta modificación semántica no es aclarar conceptos médicos, sino generar confusión. Así­ se deduce al constatar con qué meticulosidad se ha intentado ocultar esta insignificante contradicción y cómo se ha utilizado para introducir disimuladamente una segunda falacia que sí­ resulta, sin lugar a dudas, malintencionada, ilegí­tima e inadmisible.

Un engaño y tres contradicciones

Esta segunda manipulación semántica a la que me he referido consiste en aceptar que el embarazo comienza con la implantación del embrión pero sin renunciar a las equivalencias que sólo son ciertas si consideramos que se inicia con la fecundación. Es una paradoja que se resuelve mediante un ejercicio de lógica aristotélica: los que promueven el fraudulento cambio de significados parten del segundo presupuesto (inicio del embarazo = implantación) pero dan por válidas las implicaciones que sólo se desprenden de la primera identidad (inicio del embarazo = fecundación).

Es decir, aceptan las siguientes equivalencias (a pesar de ser, la primera, incompatible o incluso excluyente con las otras tres):

INICIO DEL EMBARAZO = IMPLANTACIí“N
CONCEPCIí“N = INICIO DEL EMBARAZO
ANTICONCEPCIí“N = IMPEDIR EL EMBARAZO
ABORTO = INTERRUMPIR EL EMBARAZO

 

Merece la pena destacar que el engaño viene de mezclar ambos sistemas. Resulta muy sutil porque de las cuatro identidades, tres son completamente legí­timas; sólo una es algo imprecisa, pero tampoco tanto como para sospechar que es el origen de graves confusiones.

Esquemáticamente, lo podemos representar del siguiente modo:

De aquí­ que la aniquilación de los embriones no implantados reciba el cualificativo de “anticoncepción” y sólo se hable de “aborto” a partir de la anidación. Y todo ello sin necesidad de negar explí­citamente que la vida humana aparece en el momento de la fecundación (que, dicho sea de paso, es una obviedad biológica).

Si recordamos las definiciones dadas en el segundo apartado (extraí­das del diccionario médico Mosby® , editorial Harcourt) en este sistema hay muchas incorrecciones, puesto que, rigurosamente:

– el embarazo se inicia con la fecundación o concepción (y no con la implantación)

– concepción es sinónimo de fecundación (y no de implantación)

– anticoncepción supone impedir la fecundación (conceptualmente, creo que todos estamos de acuerdo en que se refiere a impedir que una nueva vida humana llegue a existir, ni si quiera en el estadí­o más precoz de desarrollo humano, que es el cigoto u óvulo recién fecundado).

– Aborto supone la muerte del ser humano no nacido mientras se encuentra en el interior de la madre (es decir, desde la fecundación hasta el parto)

Creo que no es necesario hacer más comentarios al respecto para demostrar que se trata de una simple, aunque astuta, tergiversación semántica y conceptual.

Las consecuencias de una “sutil imprecisión”

Como resultado de estas deshonestas maniobras, indirectamente (implí­citamente), se le ha arrebatado al embrión no implantado su condición de ser humano, de modo que su destrucción o manipulación no se contempla como un delito. Esta falta de reconocimiento de la naturaleza del embrión conlleva dos importantes consecuencias:

– legitimar todo tipo de manipulación sobre embriones humanos no implantados: si destruirlos sin más no supone ningún delito, será todaví­a menos punible el aprovecharlos para curar enfermedades o sacar cualquier otro beneficio, ¿no?

– introducir el aborto en una sociedad como una práctica no sólo no punible, sino ni siquiera indeseable. La destrucción del embrión no implantado queda como un método más dentro de las técnicas de regulación de la fertilidad, reducida al ámbito de la intimidad de la mujer o la pareja. De modo que la vida o la muerte del embrión sólo dependa de la decisión personal de la madre (decisión hacia la cual el resto de ciudadanos debemos permanecer indiferentes). Esta situación es de extrema gravedad, puesto que no sólo se promueve el aborto sino que se induce a las mujeres a abortar sin que apenas tengan conciencia de ello.

Evidentemente, este sofisma no es el único ni el más desatinado engaño de todos los que se están usando para promover el aborto y la manipulación de embriones. Pero resulta que es de los pocos que no ha generado convulsas discusiones, pues se ha introducido de un modo silente, discreto, pací­fico; a pesar de ello, ha sido “impuesto” de un modo taxativo (de acuerdo con lo que dictan las instituciones sanitarias pertinentes, hoy por hoy, lo “correcto” es considerar que la concepción y el inicio del embarazo tienen lugar en el momento de la implantación y, de este modo, los fármacos que impiden la implantación (las eufemí­sticamente llamadas “pí­ldoras del dí­a después”), son médica y legalmente considerados como anticonceptivos).

Este cambio semántico ha pasado poco menos que desapercibido; nadie parece haberse dado cuenta (y a los pocos que se han percatado les llaman meticulosos, pedantes y escrupulosos, como si no tuvieran otra cosa más que hacer que buscar las tres patas al gato).

A pesar de esta aparente ignorancia e inconsciencia, lo cierto es que el conjunto de la sociedad va asumiendo los nuevos significados sin reparar en las consecuencias que de ellos se derivan. Ello conduce a una progresiva desensibilización respecto el aborto y la instrumentalización de embriones humanos, y una creciente dificultad para distinguir los lí­mites y las diferencias entre anticoncepción y aborto o entre reprogramar células madre de adulto y transformar un embrión humano en un montón de células. Así­, como consecuencia de este atontamiento general, cuando los medios de comunicación anuncian que ya está disponible la “pí­ldora del dí­a después”, un nuevo fármaco “anticonceptivo”, a nadie le resulta alarmante o escandaloso, porque la gente entiende el término “anticoncepción” en su sentido original y legí­timo (es decir: “que impide la fecundación”); de igual modo, cuando nos informan de los supuestos beneficios terapéuticos que puede proporcionar el investigar con pre-embriones, nadie se rasga las vestiduras, pues se interpreta que no se está jugueteando con auténticos embriones humanos, sino con células dispersas que nada tienen que ver con una nueva vida humana.

La indiferencia social hacia el aborto y la manipulación de embriones afecta a todo tipo de abortos y a todo tipo de manipulaciones. No distingue entre el embrión de siete o diecisiete dí­as de vida porque, el sentido común intuye lo que es una verdad como un templo: que la naturaleza del embrión no depende del tamaño o del grado de desarrollo (igual que la dignidad de las personas ya nacidas no está en función de su peso, su inteligencia o su edad).

Es coherente y justo dar el mismo trato a todos los seres humanos concebidos pero aun no nacidos, independientemente del estadí­o de desarrollo en que se encuentren, puesto que ontológicamente, son lo mismo Pero esa naturaleza común, la comparten también con todas las personas humanas ya nacidas, de modo que lo que merecen de acuerdo a su condición, es que se reconozca la dignidad que poseen, se les respete, se los proteja y sean amados por ellos mismos (especialmente por parte de sus progenitores).

Pero mucho me temo que no van a ir por aquí­ los tiros: sospecho (ojalá que erróneamente) que el reconocer la idéntica naturaleza de embriones y fetos con independencia de si están o no implantados, más bien allanará el camino hacia la completa permisión del aborto, sin ningún tipo de restricción ni sanción. Puestos a darles el mismo trato, dejemos de proteger a los fetos implantados de igual modo que hemos dejado de amparar al embrión no implantado y ampliemos el intervalo de tiempo en que la mujer conserva la libertad de decidir si quiere o no llegar a ser madre. Es posible que hasta llegue a considerarse el aborto como un derecho inalienable de la mujer (del mismo modo que tiene derecho a controlar su fertilidad usando anticonceptivos y, hoy en dí­a, abortivos “de emergencia” que impidan la implantación). Es cuestión de tiempo.

Las contí­nuas tergiversaciones y la perpetua confusión que requiere la promoción del aborto y la manipulación de embriones resulta muy reveladora: no puede ser bueno lo que necesita de la mentira para triunfar. Al constatar esta dependencia del engaño, resulta más fácil tomar conciencia de su verdadera naturaleza (ataque contra la vida y la dignidad humanas) así­ como reafirmar el compromiso de combatir la cultura de la muerte difundiendo la verdad (es decir: lo que las cosas son).

Marí­a Valent

(Publicado en Arbil, n. 53)


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