Medicina reparadora: clonación y células madre (Marí­a Valent)

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En los últimos años la medicina y la biologí­a han experimentado varias revoluciones que han ido cambiando de una modo espectacular e inimaginable tanto aspectos conceptuales básicos como el enfoque de las enfermedades y sus distintas opciones terapéuticas.Uno de los recientes campos que está despertando mayor interés y que más …

En los últimos años la medicina y la biologí­a han experimentado varias revoluciones que han ido cambiando de una modo espectacular e inimaginable tanto aspectos conceptuales básicos como el enfoque de las enfermedades y sus distintas opciones terapéuticas.
Uno de los recientes campos que está despertando mayor interés y que más rápidamente está avanzando, es la denominada Medicina Reparadora, basada principalmente en la manipulación de células madre (cuya obtención plantea ineludibles dilemas éticos) con la intención de regenerar tejidos y, de este modo, curar o tratar enfermos.

En un breve pero esclarecedor texto se sintetizan y definen los principales conceptos

1-Introducción: medicina reparadora

Algunos procesos patológicos (como el infarto de miocardio, la enfermedad de Parkinson, el Alzheimer, la diabetes tipo 1,…) son ocasionados por la degeneración, disfunción o muerte (aguda o crónica) de determinados tipos de células (miocardiocitos en el caso del infarto de corazón; neuronas dopaminérgicas en el caso de la enfermedad de Parkinson, células Beta del páncreas productoras de insulina en el caso de la diabetes mellitus tipo 1,…).

La medicina reparadora tiene por objetivo regenerar estas células, de modo que se recupere la función del tejido u órgano pertinente. Para lograrlo, es preciso practicar microtransplantes de células que, de un modo similar al transplante de un órgano entero (hí­gado, corazón, riñón,…) podrí­an suplantar la función de las células alteradas.

La mayor dificultad técnica de la medicina reparadora viene dada por la obtención de los tipos celulares deseados. í‰ste es también el punto que plantea mayores dilemas y discusiones éticas, tanto en la comunidad cientí­fica como entre la población en general.

Se han propuesto distintas ví­as de obtención de estas preciadas células; para simplificar el asunto desde el punto de vista ético, distinguiremos entre las células procedentes de embriones (cuya obtención supone la destrucción del embrión donante) y las células no procedentes de embriones (cuya extracción no supone, en principio, la destrucción de una vida humana ni la violación de sus derechos fundamentales).

2- Conceptos básicos de biologí­a

Antes de continuar reflexionando sobre los aspectos éticos de las distintas ví­as de obtención de células madre, me parece conveniente aclarar algunos conceptos a fin de poder comprender mejor las posibles aplicaciones de las células madre y las diferencias entre las distintas fuentes de obtención de las mismas: en este apartado intentaré explicar brevemente el significado de totipotencialidad, pluripotencialidad, multipotencialidad, célula madre, célula indiferenciada, célula diferenciada y estirpe celular.

– Por totipotencia entendemos la capacidad de una célula de dar lugar a un organismo adulto entero: el paradigma de célula totipotente es el cigoto (óvulo recién fecundado) que, de un modo natural, da lugar al organismo adulto en su totalidad; también son células totipotentes las células del embrión en sus primeras divisiones (de modo que, si estas células se separan, cada una de ellas dará lugar a un embrión, obteniéndose, así­, dos, tres cuatro o más individuos distintos (aunque todos ellos genéticamente idénticos); el mecanismo natural de gemelación ocurre de esta manera: por disyunción espontánea de las células del embrión en un estadio temprano; también se puede provocar artificialmente esta separación in vitro: en este caso hablamos de “paraclonación”).

– La pluripotencia es la capacidad por parte de una célula de transformarse en cualquier tipo celular del organismo al que pertenece; estas células ya no son capaces de generar un organismo entero adecuadamente organizado y estructurado, pero sí­ pueden dar lugar a cualquiera de las células que lo integran. Naturalmente, toda célula totipotente es también pluripotente: es decir, una célula capaz de generar un organismo completo, puede también dar lugar a cualquiera de sus células por separado.

– El tercer tipo de célula es aquella que goza de multipotencia, es decir, de la capacidad de dar lugar a distintos tipos celulares, pero no a todos. Por ejemplo: algunas de las células que nosotros tenemos en la médula ósea se dividen continuamente y su descendencia da lugar a los distintos tipos celulares que circulan por la sangre (glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas); estas células reciben el nombre de células madre hematopoyéticas. Parece ser (por lo menos así­ se ha creí­do hasta ahora) que, en el organismo, estas células no se transforman ni en neuronas, ni en células musculares, ni óseas ni de cualquier otro tipo que no sea las células sanguí­neas antes mencionadas: son, por tanto, células madre multipotentes pero no pluripotentes.

– Las células madre son aquellas que están especializadas en generar otras células: por sucesivas divisiones van dando lugar a células y más células que iniciarán el camino de la diferenciación. Casi por definición, las células madre son células indiferenciadas, aunque están altamente especializadas en realizar su función: generar células. También son células multi o pluripotentes: en principio una célula es tanto más pluripotente como más indiferenciada está y viceversa; del mismo modo, las células van perdiendo la capacidad de transformarse en distintos tipos celulares a medida que se diferencian (se van condenando a permanecer diferenciadas en un único y concreto tipo de célula).

– Las células diferenciadas son aquellas que están especializadas en llevar a cabo una determinada función y no pueden (ni su descendencia, en caso que puedan dividirse, tampoco puede) transformarse en otro tipo celular de diferente estirpe. La mayorí­a de las células diferenciadas tienen mermada en mayor o menor grado la capacidad de dividirse; estas células no se regeneran a partir de ellas mismas sino a partir de células madre indiferenciadas. La mayor parte de las células del organismo son células diferenciadas, por ejemplo: miocitos en los músculos y el corazón, linfocitos, conos y bastones de la retina, enterocitos del intestino, eritrocitos en la sangre,… El proceso de diferenciación es inducido y regulado por factores externos a la célula: el microambiente en que la célula vive le proporciona un conjunto de señales que inducen la transformación de una célula indiferenciada sin ninguna función especial en un determinado y concreto tipo de célula con una función especí­fica.

– En algunas situaciones patológicas, las células se desdiferencian (también es posible inducir esta desdiferenciación en condiciones experimentales): muchas células tumorales malignas presentan esta caracterí­stica: la desdiferenciación. Así­, por ejemplo, entre las células de un tumor originado en el hí­gado, podemos encontrar algunas células tumorales que ya no es posible identificar como hepatocitos (células del hí­gado): han adquirido caracterí­sticas de células más inmaduras, indiferenciadas que, precisamente y como ya hemos comentado, están especializadas en dividirse sin parar (no es una casualidad, por tanto, que estos cambios sean signos de malignidad, pues un tumor es tanto más maligno como más descontroladamente se dividen sus células, es decir, como más desdiferenciado está).

– Cuando hablamos de estirpes celulares nos referimos a los distintos tipos de células que integran el organismo: así­, las células nerviosas, musculares, epidérmicas, óseas, cartilaginosas,… pertenecen cada una de ellas a estirpes celulares distintas. Dentro de cada estirpe, también hay distintos tipos de células; habitualmente, esta diversidad dentro de la misma estirpe se debe a los distintos estadios madurativos por los que una misma célula debe ir pasando o bien a los distintos grados de actividad o activación en que se puede encontrar una célula.

Todas las células somáticas del organismo tienen, en principio, el mismo contenido genético (el mismo genoma, que es la totalidad de genes de un organismo): lo que distingue las células de una estirpe de las células de otra estirpe no es, por tanto, la información genética de que disponen, sino la expresión diferencial de unos u otros genes (la expresión de los genes se traduce en la sí­ntesis de proteí­nas; así­, las células que expresan unos determinados genes, producen unas determinadas proteí­nas).

Nuestras células contienen muchí­simos genes que codifican para otras tantas proteí­nas: algunas de ellas son necesarias para el funcionamiento básico de la célula y son producidas por todas las células del organismo; otras proteí­nas son necesarias para realizar funciones especí­ficas que sólo deben darse en determinados tejidos; por ejemplo: las células de la capa más superficial de la piel (epidermis), producen queratina; esta proteí­na sólo se “fabrica” en este tipo de células y sólo debe hallarse en la piel; los genes que codifican para las distintas queratinas, sólo deben expresarse en las células epidérmicas. De igual modo, la actina y la miosina son proteí­nas implicadas en la contracción muscular: por lo tanto, sólo deben expresarse en grandes cantidades en aquellas células con capacidad contráctil. Paralelamente, las enzimas que se encargan de la producción de lactosa (el principal azúcar de la leche) sólo deben producirse en las células de la glándula mamaria durante la lactancia. Pero todas las células del organismo adulto (a excepción de algunas células de la lí­nea germinal y otros casos especiales como los linfocitos) contienen toda la información genética necesaria para producir estas proteí­nas especí­ficas.

Lo que determina qué genes expresa una célula y qué genes no expresa, no es el contenido genético de la célula sino factores externos al genoma: el microambiente en que vive la célula contiene gran cantidad y diversidad de señales que le indican y le ordenan cuál debe ser su patrón de comportamiento. Estas señales se denominan globalmente factores epigenéticos (que pueden ser factores externos a la célula o bien factores intracelulares).

El estudio de estos factores es crucial en el campo de la medicina reparadora, ya que si conocemos cuáles son las señales que inducen la transformación de una determinada célula en miocardiocito o en neurona, podemos obtener de una forma controlada los tipos celulares que podamos necesitar a partir de otras células.

En este mismo orden de cosas, es interesante recordar cómo la famosa oveja Dolly se desarrolló a partir del núcleo de una célula de la glándula mamaria de una oveja adulta; es decir: esa célula de ubre fue sometida a un entorno muy especial (el proporcionado por el citoplasma de un óvulo) y fue capaz de transformarse, no en cualquier tipo de célula, sino en toda una oveja entera. Es de suponer que si una célula adulta es capaz de dar lugar a un organismo entero, no hay ninguna limitación biológica para poder obtener un determinado tipo celular (cualquiera que sea) a partir de esa misma célula. Sólo es preciso conocer con detalle los factores que determinan esta diferenciación y poderlos reproducir en el laboratorio.

3- Fuentes de células madre

Creo que después de estas aclaraciones, el lector habrá intuido que el fundamento de la medicina reparadora es obtener células diferenciadas concretas (del tipo celular deseado en cada caso) a partir de células madre multi o pluripotentes. La mayor dificultad técnica estriba, por un lado, en la diferenciación de las células madre hacia el tipo celular deseado, y, por otro lado, en la obtención de células madre.

El primer punto (la diferenciación de las células madre) se resolverá a medida que se vaya profundizando en el conocimiento de los factores que inducen la diferenciación de los distintos tejidos. Es tan sólo un problema “técnico” pendiente de perfeccionamiento.

El segundo punto (obtención de células madre) es más delicado: a las dificultades técnicas se le añaden grandes dilemas éticos que merece la pena considerar antes de iniciar o proseguir en determinadas lí­neas de investigación. Como he esbozado al principio, básicamente podemos distinguir entre las células madre procedentes de embriones (y cuya obtención implica necesariamente la manipulación, utilización y destrucción del embrión) y las células madre procedentes de adulto (que no suponen un atentado contra la vida o los derechos fundamentales de un ser humano). Vamos a analizar ahora las diferencias entre las distintas fuentes de células madre:

3.1- Células madre no procedentes de embriones

Básicamente las podemos obtener de dos fuentes: de la sangre del cordón umbilical o bien de tejidos de personas adultas que contengan células madre. Nos referiremos únicamente al último caso, aunque las consideraciones éticas son las mismas para ambos.

Células madre de adulto:

Se obtienen a partir de células madre multipotentes, que se hallan en distintos tejidos (probablemente en casi todos), como piel, médula ósea, tejido adiposo, tejido conjuntivo, bulbo olfatorio, etc.

En un principio se creí­a que las células madre de los organismos adultos sólo eran capaces de generar un número limitado y reducido de estirpes celulares, ya que, en condiciones fisiológicas, son células multipotentes que generan unos pocos tipos celulares. Pero más tarde se comprobó que era posible obtener tipos celulares distintos de los habituales, sometiendo estas células a determinadas condiciones de cultivo.

Lo que hace que una célula madre de médula ósea genere únicamente células sanguí­neas, no es su incapacidad intrí­nseca para generar otros tipos celulares, sino que el microambiente particular de la médula ósea sólo da indicaciones para que las células procedentes de estas células madre, se diferencien hacia eritrocitos, leucocitos o plaquetas. Por lo tanto, es cierto que, en condiciones fisiológicas, las células madre de los organismos adultos son sólo multipotentes; pero también es cierto que, sometidas a determinadas condiciones experimentales in vitro, se las puede desdiferenciar todaví­a más y transformarlas en células pluripotentes. Se está trabajando mucho en este campo y los resultados obtenidos hasta el momento son más que alentadores.

Las ventajas del uso de células madre procedentes de adulto en los tratamientos de medicina reparadora son las siguientes:

– No producirí­an rechazo inmunológico en el receptor: puesto que estas células son genéticamente idénticas a las del donante (que es, a la vez, el paciente a tratar con estas células).
– Su obtención es relativamente sencilla: basta una punción esternal para obtener médula ósea, una biopsia de piel o la extracción de tejido adiposo subcutáneo.
– No se malignizan: es decir, no dan lugar a tumores. Se trata de células más apaciguadas, con menos actividad replicativa, de modo que es más fácil controlar su proliferación que en el caso de las células procedentes de embriones (clonados o no).
– No plantea problemas éticos, pues no se manipula ni se destruye ninguna vida: éste es el punto más decisivo para decantarse por el uso de células madre procedentes de adulto. Las otras ventajas son relativas, porque, es cuestión de tiempo e inversión el poder controlar la mayorí­a de los inconvenientes o dificultades técnicas que hoy por hoy presentan tanto la utilización de embriones (clonados o no) como de células madre procedentes de adulto.

3.2- Células madre procedentes de embriones

En este apartado podemos distinguir dos fuentes, en función de si los embriones son el resultado de una fecundación in vitro o de una clonación:

Células madre procedentes de embriones obtenidos por fecundación in vitro (FIV):

Para obtenerlas es necesario disgregar las células que componen el embrión generado por FIV y someterlas a las condiciones de cultivo adecuadas para lograr que las células se dividan eficazmente y se transformen en el tipo celular deseado: estarí­amos transformando un ser humano en un montón de células (por ejemplo, células pancreáticas productoras de insulina).

Esta técnica supone manipular y destruir un embrión humano (es decir, un ser humano que se encuentra en una etapa muy inicial de su desarrollo biológico). Permitirí­a obtener células para transplantarlas en personas enfermas (por ejemplo: transformarlas en neuronas productoras de dopamina e implantarlas en el encéfalo de un enfermo de Parkinson); en este caso, al ser estas células extrañas al organismo receptor, presentan el inconveniente de un posible rechazo (igual que un transplante de órganos cualquiera).

Además, presentan otro inconveniente: al ser células destinadas a generar de modo natural todos los tipos celulares y un organismo entero adulto, tienen una enorme capacidad de dividirse; tanta, que son de muy difí­cil manejo y, con cierta frecuencia, causan tumores en los pacientes en que se implantan (o en los animales de experimentación utilizados): proliferan descontroladamente.

En la actualidad, se utilizan para este fin embriones congelados “sobrantes” producto de las técnicas de reproducción asistida; sin embargo, en algunos paí­ses ya es legal la producción de embriones in vitro no con la finalidad de implantarlos en el útero de una mujer, sino con la única intención de experimentar con ellos (lo cual supone, naturalmente, un agravante ético añadido).

Células madre procedentes de embriones clonados:

Su aplicación serí­a equivalente al caso anterior, pero presentarí­an la ventaja de evitar el problema del rechazo, puesto que el organismo receptor es genéticamente casi idéntico a las células procedentes del embrión clonado.

4- Clonación

En un sentido amplio, por clonación entendemos la generación de una entidad biológica idéntica a otra entidad: en el caso que nos ocupa nos referimos a la clonación de seres vivos y, más concretamente, de seres humanos: es decir, a la obtención de seres humanos genéticamente idénticos a un ser humano ya existente. Esto se puede lograr básicamente de dos modos:

– Clonación por gemelación (“paraclonación”): la forma más simple de clonar un ser vivo consiste en disgregar las células de la masa interna del blastocisto (es decir, del embrión en un estadio inicial de desarrollo) de modo que cada una de las células dé lugar a un embrión distinto (como ya hemos comentado antes, este es el proceso por el que tiene lugar la gemelación natural).

– Clonación por transferencia de núcleo: el otro modo de clonar seres humanos consiste en tomar el núcleo de una célula de un organismo y transferirlo al interior de un óvulo al que previamente se le ha extraí­do el núcleo; a continuación se estimula el óvulo para que empiece a dividirse como si hubiera sido fecundado, de modo que se organiza y se desarrolla como cualquier otro embrión.

Hoy por hoy, la clonación humana no es técnicamente posible (o no lo es de un modo suficientemente eficaz como para poderla plantear como alternativa terapéutica aplicable en la práctica); en cualquier caso, vuelvo a insistir en que, las barreras técnicas, se superan con tiempo e inversión económica; lo que nunca se podrá eliminar es la barrera ética: la clonación supone, igual que la utilización de embriones humanos producidos por fecundación in vitro, la destrucción de un ser humano; además, en este caso, el embrión humano es generado con la finalidad de ser utilizado y para ser destruido; por último, cabe añadir que la clonación presenta algún agravante ético “extra” en comparación a la destrucción y manipulación de embriones producidos in vitro: en el caso de la clonación se está utilizando un tipo de reproducción que no es el propio de la especie humana: la clonación no implica la fusión de dos gametos procedentes de dos organismos distintos (reproducción sexual) sino la generación de un nuevo ser humano a partir de células adultas de una única persona: se trata de un tipo de reproducción asexual, propia de las bacterias, los protozoos y otros muchos organismos filogenéticamente más primitivos y mucho menos evolucionados (aunque no por ello menos adaptados a su entorno) que los seres humanos. En este sentido, la clonación no sólo es reprobable desde el punto de vista de la defensa de la dignidad de la persona humana, sino también desde la perspectiva ecologista de defender y respetar la naturaleza y el orden natural preestablecido.

Hoy por hoy, la clonación humana se intenta llevar a cabo en plan experimental; el caso es que para lograr una clonación, es necesario disponer y utilizar gran cantidad de óvulos (por una cuestión de imperfección de la técnica) y no es factible disponer del número de óvulos humanos necesario (procedentes de donantes voluntarias que deben someterse a serios procedimientos no exentos de riesgos e incomodidades y que, además, no son recompensados).

Para solventar este problema, se intenta clonar núcleos humanos sobre óvulos murinos (de ratón), de vaca, de cerdo y otros animales. Con estas aberrantes prácticas, no sólo se atenta contra la dignidad del ser humano clonado (es decir, con el nuevo embrión producto de la clonación) sino contra toda la humanidad, al manipular el patrimonio genético de la especie humana; esos productos de la clonación… ¿son humanos? ¿son ratones? ¿son hí­bridos humano-ratón? Amparándose en esta ambigí¼edad, los cientí­ficos que realizan o defienden estas prácticas alegan que no se puede considerar el producto de esta manipulación como algo propiamente humano, de modo que su destrucción no supone un atentado contra la dignidad de la persona. Otra alternativa para intentar solventar el problema de la escasez de óvulos propone extraer los óvulos de los ovarios de las niñas que han sido abortadas: espero que, al imaginar esta inaceptable, irreverente y atroz manipulación, el lector se haya estremecido tanto o más que yo; personalmente, este tipo de cosas causan en mí­ una enorme repugnancia y una profunda tristeza.

5- Conclusión

Por todos estos motivos (éticos, prácticos, técnicos, médicos,…) es infinitamente más recomendable el uso de células madre de adulto como fuente de células pluripotenciales que la manipulación de embriones.

Quizás el lector se pregunte cuales son las ventajas de las células madre procedentes de embriones. Bien: estas células están programadas para dar lugar a organismos completos: por lo tanto, presentan una “inercia” a dividirse y diferenciarse en todos los tipos celulares mucho mayor que las células madre procedentes de adulto. En este sentido, parece ser que resulta más sencillo reprogramar células embrionarias que células madre de adulto. Esta ventaja es relativa, puesto que el reprogramar las células madre de adulto no es imposible ni tampoco mucho más difí­cil que el lograr la diferenciación de las células embrionarias en el tipo celular deseado. A la par, esta discreta ventaja se salda con un grave inconveniente, fruto de esa misma elevada capacidad para dividirse: se trata de la tendencia a acabar generando tumores malignos.

Otra ventaja (que, más que conocer con certeza, intuyo) es de í­ndole económica: imagino que el poder disponer de los embriones congelados o poder generar embriones por fecundación in vitro para este fin proporciona una inagotable y casi gratuita fuente de células madre humanas toti, pluri y multipotenciales con las que investigar sin lí­mite; además, estas células no pertenecen a nadie en particular, ya que el donante fue destruido precisamente al obtenerlas y los padres biológicos de ese embrión, muy probablemente ni siquiera estén al corriente del uso que se está haciendo de sus gametos y de unos hijos que ni tan sólo saben que han procreado. Es obvio que el poder disponer de estas células sin restricciones supone grandes ventajas desde le punto de vista económico.

En resumen: si obviamos los posibles beneficios económicos, el uso de embriones y la práctica de la clonación, no suponen ventajas (respecto las células madre procedentes de adulto) que justifiquen su aplicación en medicina reparadora, ni si quiera desde una perspectiva meramente práctica o utilitarista.

Es innegable que, desde un punto de vista exclusivamente práctico o técnico, tanto el uso de células madre procedentes de embriones como las procedentes de adulto, presentan ventajas e inconvenientes.

Es arriesgado e imprudente hacer predicciones sobre las futuras conquistas de la ciencia, pero a pesar de ello, me atrevo a manifestar mi previsión: creo que tanto las dificultades o inconvenientes que presentan el uso de embriones como la aplicación de células madre de adulto, pueden ser superadas y controladas a medida que avancen los conocimientos cientí­ficos y la tecnologí­a.

Vuelvo a repetir que sólo es cuestión de tiempo y dinero el que tanto una ví­a de obtención de células madre como la otra se perfeccionen lo suficiente como para ser, ambas, una alternativa técnicamente factible y médicamente eficaz y fiable (aunque, por supuesto, nunca exenta de riesgos, efectos secundarios y fracasos) para tratar enfermedades degenerativas.

Lo que debe hacernos decantar por la utilización de uno u otro tipo de células no son cuestiones prácticas sino éticas: es lí­cito utilizar células madre procedentes de adulto; pero, por muy noble que sea el fin perseguido, es inaceptable la producción, manipulación y destrucción de seres humanos.

Pero por ahora, incluso las ventajas médicas y técnicas hablan a favor de las células madre procedentes de adulto. De todos modos, no quiero darle demasiada importancia a este hecho, porque lo que hace preferible el uso de estas células no es su superior eficacia, sino la total ilicitud ética que supone la utilización de los embriones humanos.

Si el único modo de obtener células madre aplicables al campo de la medicina reparadora fuera a partir de embriones, tampoco en ese caso serí­a lí­cita su utilización, a pesar de ser muchí­simos los enfermos que se podrí­an beneficiar de estas estrategias terapéuticas.

En el fondo de estos dilemas subyacen dos cuestiones importantes: la primera es de carácter antropológico: ¿qué se entiende por persona humana?, ¿cuáles son los principios éticos fundamentales que nos permiten establecer los derechos humanos universales?; la segunda, es una cuestión más bien práctica: ¿qué se debe hacer con los miles (o millones) de embriones congelados almacenados en las clí­nicas de fecundación asistida?

Para poder justificar la utilización de embriones y la producción de los mismos para fines distintos de la reproducción, serí­a necesario o bien negar que el embrión sea realmente un ser humano (cosa que resulta bastante difí­cil de justificar a la luz de los conocimientos biológicos actuales), o bien admitir la licitud de someter determinadas personas a la voluntad de otros o ponerlas al servicio de las necesidades de terceros, con las consecuencias que ello conlleva. Pero discutir todas estas cuestiones llevarí­a varios artí­culos y no es el objetivo del presente, de modo que dejo estos planteamientos en el aire para que el lector reflexione por sí­ mismo (si es que no lo ha hecho ya) acerca de ellos, a la luz de los cuatro conceptos de biologí­a que he pretendido aclarar y de la escueta información sobre el estado actual de los conocimientos sobre células madre (espero que, a pesar de no haber aportado muchos detalles, lo expuesto sea suficiente como para guiar o incentivar esta reflexión).

Antes de concluir, plantearé una última cuestión: en el caso de que, dentro de unos años, la medicina reparadora basada en el uso de células madre procedentes de embriones (clonados o no) sea una realidad clí­nicamente aplicable,… ¿cómo oponerse a que el propio hijo, padre, madre, hermano, esposo, esposa o cualquier otro ser querido sea tratado con estos procedimientos de una enfermedad de otro modo incurable e incluso mortal? ¿No estarí­amos ante una situación de chantaje emocional? ¿Serí­a lí­cito ofrecer a los pacientes semejantes opciones terapéuticas?

Este interrogante no es nuevo: basta pensar en el caso de las donaciones de órganos: por muy necesitada que esté una persona, bajo riesgo de muerte inminente, de un transplante de corazón, no serí­a aceptable que ese corazón procediera de un pobre padre de familia de la India que, como única ví­a para salvar a su familia de morir de inanición, no sólo habrí­a renunciado a un puñado de células suyas, sino que habrí­a sacrificado su propia vida a cambio de una mí­sera suma de dinero. Supongo que habrá personas capaces de aceptar un órgano de semejante procedencia aún sabiéndolo; pero ni la Medicina ni la Ley pueden permitir que semejantes situaciones lleguen a ser posibles. En el caso de la utilización de embriones con fines terapéuticos, nos encontramos ante una situación equivalente y el modo de enfocar el tema desde la ética médica y la jurisprudencia, deberí­a ser el mismo.

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Vila Coro, M.D., Desprogramar células somáticas fue el gran acontecimiento cientí­fico, Diario Médico, 22.XI.2000.

(Publicado en ARBIL, n. 54)

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