“El Estado… está obligado a cuidar de que sólo los individuos sanos tengan descendencia. Debe inculcar que existe un oprobio único: engendrar estando enfermo o siendo defectuoso, y debe ser considerado un gran honor el impedir que esto acontezca. El Estado tiene que poner los más modernos recursos médicos …
Estas palabras escritas por Adolf Hitler en su obra programática “Mi Lucha”, continúan poniendo los pelos de punta por la violencia contra la dignidad humana que transmiten. Tanto más cuanto nosotros conocemos cómo fueron llevadas a la práctica en años posteriores.
Sin embargo, la selección de los seres humanos por su condiciones físicas, ha sido una tentación frecuente en la historia de la humanidad y de la que no podemos considerarnos exentos.
En efecto, el texto mencionado tiene dos aspectos que me parece importante distinguir. Por una parte se confiere al Estado el dominio práctico sobre la existencia y el futuro de los individuos. Es el Estado quien dice quién tiene derecho a vivir y quién no lo tiene.
Pero hay otro aspecto en las palabras mencionadas: el que se refiere a la selección de los individuos por sus características biológicas heredadas, la llamada “selección eugenésica”. De hecho, se confiere al Estado el papel de velar para que se lleve a cabo esta selección. A estas alturas de desarrollo de la democracia, parece obsoleto mantener posturas de este tipo, aunque siempre pueda surgir algún grupo ideológico que pretenda esta ingerencia del Estado en la vida de las personas.
Sin embargo la mentalidad de selección eugenésica no es tan ajena a nuestra cultura. Por ejemplo, recientemente hemos conocido que entre los abortos llevados a cabo en el 2004 en el área de Barcelona, se ha acabado con la vida del 86 % de los niños que iban a nacer con síndrome de Down. Acaso un feto con este síndrome, ¿pone en peligro la vida de su madre? Evidentemente no. Pero además, ¿se puede decir que la vida de un niño con estas características sea una vida llena de dolor y sufrimiento? Tampoco. Sin embargo se ha acabo con estas vidas antes de que nacieran porque no cumplían las expectativas de salud que deseaban sus padres.
Quizás habría que añadir como motivo, que sus padres no estaban dispuestos a perder el estatus de vida que llevan en ese momento, o que pensaban llevar con el niño que naciera.
Podría ser que se estuviera difundiendo otro modo de selección eugenésica que ahora quedaría a la libre decisión de los padres, o del personal sanitario. El papel del Estado se reduciría a reconocer esa autonomía de los individuos mediante una legislación adecuada y a poner a su disposición los recursos adecuados para poder ejercitarla.
Sin embargo sea quien sea el que la lleve a cabo no deja de ser una actividad con unas repercusiones éticas importantes. Si la llegada a la vida sólo es posible pasando un control de calidad, irremediablemente ese control acabará cayendo sobre los que ya gozan de la vida, pero cuya calidad no está asegurada y que se puede perder en cualquier momento.
Si el poder vivir está condicionado a unas condiciones biológicas, el que posea la capacidad de fijar esas condiciones se convierte en señor de la vida y la muerte. Importa menos quién sea: estado, sociedad, grupo o los mismos padres. Lo que importa es que queda en manos de otros.
Quizás se está haciendo necesario tomar conciencia del plano inclinado en el que nos estamos deslizando en lo que se refiere a la defensa de la vida humana, para volver a defender el derecho de todo hombre a llegar a la existencia desde el momento en que es concebido, y a recibir los medios adecuados para poder desarrollar su existencia concreta.