Asistimos a un momento de aumento de la sensibilidad social favorable a la legalización de la Eutanasia. Lo demuestran las recientemente aprobadas leyes despenalizadoras en Holanda y Bélgica y, más en general, los sondeos de la opinión pública, y el debate que se está produciendo en los distintos parlamentos. No …
Asistimos a un momento de aumento de la sensibilidad social favorable a la legalización de la Eutanasia. Lo demuestran las recientemente aprobadas leyes despenalizadoras en Holanda y Bélgica y, más en general, los sondeos de la opinión pública, y el debate que se está produciendo en los distintos parlamentos.
No se trata, por el momento, de legalizar la eutanasia indiscriminadamente; continuaría siendo un delito tipificado en el código penal de estos países. Se trata de contemplar algunos supuestos, despenalizándolos, consiguiendo así que se produzcan en un contexto de máximo control por parte de la administración.
En Holanda se insistió especialmente, durante los debates parlamentarios, en que esta ley daría un marco legal más seguro a prácticas ampliamente realizadas por los médicos del país -la aplicación de la eutanasia a sus pacientes, en determinadas circuntancias, se conoce desde que se hizo obligatoria su declaración en 1990-. También ayudaría a sacar de la clandestinidad muchos de estos casos que, a pesar de ser amparados legal y sanitariamente, tienden a no ser declarados y a permanecer ocultos tras una relación médico-paciente que permanece en el anonimato .
Al debate social y pretensión de reconocimiento legal, están colaborando especialmente las distintas asociaciones a favor de la Eutanasia Voluntaria, que se encuentran en estos momentos más organizadas que nunca, especialmente en Escocia, Holanda (Países Bajos), Alemania, Australia, Japón, Canadá y Estados Unidos, y el paso a los medios de comunicación de algunos casos especialmente dramáticos o reivindicativos que se erigen en interlocutores del debate social, como son los casos de Diane Pretty, Elizabeth Bouvia, Charles E. Hall, Ms Lindsell, Terry Chiavo, etc.
Las asociaciones a favor de la Eutanasia Voluntaria nacieron en Estados Unidos a finales de la década de los ´30, y tuvieron un respaldo muy minoritario hasta que aparecieron los “living will” o documentos de voluntades anticipadas, que han servido durante todos estos años de propaganda para estas asociaciones y sus propósitos. Actualmente la Federación Mundial de Sociedades para el Derecho a Morir, cuenta con 700.000 afiliados pertenecientes a 37 organizaciones repartidas entre 22 países del mundo. Estas asociaciones realizan una tarea constante de influencia sobre la opinión pública, que está teniendo muchos frutos. El ejemplo paradigmático es el del Estado de Oregón, donde la sociedad Helmock ha conseguido concienciar a la población hasta el punto de sacar adelante el referéndum celebrado para la legalización de la Eutanasia en noviembre de 1996, por una amplia mayoría.
Estas asociaciones respaldan campañas de concienciación pública, cuyos protagonistas son en ocasiones los propios enfermos. Los pasos que suelen seguirse en estas campañas de mentalización son los siguientes :
1.- Presentan casos extremos en los que el sufrimiento que padecen los pacientes en su camino hacia una muerte irreversible es insoportable y no hay instrumentos terapéuticos de ningún tipo capaces de paliarlo, convenciendo así de la necesidad de acabar con su vida por compasión. En esta fase se derriba la primera idea fundamental: que la vida sea un bien indisponible.
2.- Se muestran casos no tan dramáticos, en los que lo que se pone en cuestión es la presencia de una “condición de vida digna”. Se pasa de valorar si es lícito o no el acto de quitar la vida, a realizar el cálculo de si es conveniente o no según la lógica de los beneficios o perjuicios que trae la decisión, según las circunstancias.
3.- Se proponen casos en los que, a pesar de no ser solicitada la muerte por el paciente, las personas a su cargo deciden acabar con su vida tras la ponderación de escasa calidad de vida que le tocaría afrontar.
Todos estos aspectos nos introducen en un nuevo contexto: por primera vez se plantea la cuestión en términos prácticos y el debate alcanza la vida política y legislativa del día a día. Hasta este momento, el debate sobre la eutanasia, de había situado en un marco teórico, muy alejado de la posibilidad real de su aplicación verdadera y del debate entre la población general.
Si analizamos en profundidad el debate, la cuestión de fondo sigue siendo, como sucedió en otros momentos, y sucede siempre en los atentados contra la vida, la defensa de la dimensión trascendente de la persona, que hace su vida indisponible y sagrada.
El pasado 28 de enero, el Secretario General de la ONU, Kofi Annan, pronunciaba estas palabras frente a líderes de 30 países, supervivientes de Auschwitz, veteranos de la II Guerra Mundial y miembros de varias casas reales, que rendían homenaje a las víctimas del nacismo, 60 años después de la liberación del citado campo de exterminio: “Este acto debe ser visto como una expresión del compromiso que tiene la ONU para que en el futuro se responda de forma rápida para evitar el genocidio y otras violaciones a los derechos humanos”. En aquellos momentos el programa eutanásico sostenido sobre la noción de “vidas sin valor vital” (“lebensunwerte Leben”) alcanzó su máxima expresión: entre 1939 y 1941 fueron eliminadas más de 70 mil vidas definidas como “existencias carentes de valor vital”.
Sin embargo, la pretensión de la legalización de la Eutanasia se justifica en estos momentos con un razonamiento completamente diverso y nuevo, que exige un análisis moral diferente, y aunque no todo intento de justificación de la Eutanasia ni toda la reflexión moral sobre su alcance puede reducirse a esta reivindicación, la tesis de la autonomía se ha convertido en la actualidad en el “argumento palanca” .
Por esta razón se acuña el término “suicidio asistido”, que se encuentra aparentemente entre la eutanasia voluntaria y el suicidio y que quiere poner la autodeterminación del sujeto como eje de la actuación y justificarla así moralmente.
Para Ignacio Carrasco de Paula el suicidio asistido presenta las siguientes características:
1.- La muerte se presenta como elección del paciente, que, informado sobre su estado patológico irreversible, prefiere no solamente renunciar a terapias inútiles, sino además acelerar un fin que, por otro lado, no puede evitar.
2.- El papel del médico se limita a proporcionar tanto el medio para matarse (con las oportunas instrucciones) como la asistencia para que la muerte ocurra de manera cierta y sin dolor.
3.- El motivo que convertiría en legítima y obligada la intervención del médico no sería ya un sentimiento evanescente como la piedad, sino el deber riguroso de respetar la voluntad y autonomía del paciente.
Una Eutanasia así realizada, goza hoy de un fuerte respaldo social.
Por un lado es apoyada fuertemente por la Bioética. La Bioética que conocemos, que los países europeos han importado casi sin modificaciones de la americana, es casi completamente la Principialista. La Bioética Principalista es una ética meramente procedimental, que busca llegar a un equilibrio entre los valores que entran en conflicto en el actuar biosanitario. Su aportación al ámbito de la clínica es indiscutible y se ha convertido en un referente para una sociedad pluralista. Sus mayores éxitos son el haber servido para introducir el factor “ética” en el debate clínico diario y para proponer un método práctico de actuación que es de gran ayuda en un ámbito sanitario donde cuesta manejar los conflictos de valores o sencillamente se es incapaz de estimarlos y tenerlos en cuenta en las decisiones.
Lamentablemente, la marcada raíz utilitarista de sus posicionamientos, que pretende ser compensada, de manera poco eficaz, con un deontologismo sin fundamentación, no ofrece una posibilidad teórica que no sea la meramente minimalista, que tiene enormes dificultades para luchar contra los intereses pragmáticos de la ciencia y de la industria.
La derivación más frecuente de esta bioética ha convertido uno de sus principios, el de autonomía, no ya en un valor a tener en cuenta frente a la beneficencia médica o, sobre todo, frente a la no maleficencia, considerada habitualmente como un valor superior, sino como el eje desde que el reinterpretar todas las relaciones sanitarias, en definitiva, la medida última de la legitimidad de los actos.
Esta concepción tiene ya su expresión legal, puesto que por primera vez, los expertos en bioética y la bioética como disciplina en general, se están convirtiendo en los inspiradores de la norma. También aquí, como en EEUU, se da ese acercamiento entre ética y ley, que casi las hace indistinguibles, que provoca que la jurisprudencia marque el ritmo de la reflexión bioética y que la bioética, ocupada exclusivamente en los mínimos, se confunda con la ley positiva.
Un buen ejemplo es la ley 41/2002, del 14 de noviembre, “Básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica”. Ésta muestra claramente cómo el eje de las relaciones sanitarias es la autonomía del paciente. La ley procura aquí garantizar derechos fundamentales de todos los pacientes como son la información, la confidencialidad, el consentimiento, y lo hace desde una perspectiva nueva: la autonomía. Se identifica dignidad de la vida con autonomía. Subyace aquí una nueva antropología: lo que define al sujeto es su autodeterminación.
No es de extrañar que sea también la primera ley que regula las llamadas “voluntades anticipadas”, a la vez que anuncia la creación de un Registro Nacional de las mismas que sea de acceso rápido a todos los médicos del territorio español. Los “living will”, que nacieron hipotéticamente con la intención de defender a los pacientes de un esfuerzo terapéutico excesivo en el que, supuestamente, caerían los médicos en un contexto de tecnologización desmedida, se han ido convirtiendo en un documento para hacer valer una idea de relación sanitaria basada en la autodeterminación del paciente. No hay más que ver algunos “testamentos vitales” que circulan actualmente en las asociaciones a favor de la eutanasia voluntaria, que se sitúan claramente fuera de la ley, de cualquier ley, y que crean la sensación de que cada uno puede expresar cualquier voluntad en estos documentos y esperar que vaya a ser cumplida.
El Magisterio de la Iglesia es muy sensible a esta problemática. El Papa Juan Pablo II describe en la Evangelium vitae el núcleo de la “cultura de la muerte” en términos de autonomía: en primer lugar como “falsa autonomía del yo en relación con el otro y en general con el cosmos” . Esta cuestión queda bellísimamente descrita en las reflexiones que realiza el Papa sobre el pasaje del asesinato de Abel a manos de su hermano. En la conversación que Dios mantiene con Caín, se muestran algunas de las actitudes que estarán siempre presentes en los actos que el hombre realiza contra la vida. “¿Soy acaso yo el guardián de mi hermano?” . El primer homicidio descrito en la Sagrada Escritura muestra cómo existe una pendiente diabólica que lleva desde el individuo que se entiende radicalmente independiente de los demás al que justifica el homicidio.
Es especialmente complicado pretender plantear la absoluta autonomía en relación a las demás personas precisamente en los casos en los que habitualmente se plantea el suicidio asistido.
La vida de estos pacientes se caracteriza por su dependencia a muchos diferentes niveles.
El informe anual del Estado de Oregón sobre los pacientes que solicitaron el suicidio asistido en el año 2003, que sigue mostrando la tendencia ascendente tanto en solicitudes como en consecución de la muerte que ha seguido desde su comienzo en 1996, muestra que existe una fuerte asociación entre esta solicitud y el tipo de patología que presenta el paciente, siendo las tres más frecuentes, la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) y las Neoplasias Malignas. De estas tres patologías, el ratio de enfermos totales/enfermos que solicitan entrar en el programa de suicidio asistido es del doble en la ELA que en el SIDA y más de 8 veces mayor en la primera que en las Neoplasias Malignas.
Por tanto, hablar del programa de suicidio asistido en el Estado de Oregón es hablar, en buena proporción, de la situación de los enfermos con Esclerosis Lateral Amiotrófica, de los cuales, casi una cuarta parte del total solicitan ser atendidos por el programa.
Esta enfermedad neurodegenerativa, es selectiva en la afectación de unas neuronas concretas del sistema nervioso, que se denominan motoneuronas, que son las responsables de transmitir la información a los músculos para que se produzca su contracción, y con ella el movimiento. La degeneración de estas neuronas es rápida en el tiempo, y produce una sintomatología de debilidad en todos los músculos del cuerpo, casi sin excepción, que se hace pronto incapacitante y que en un plazo corto de tiempo, lleva a la muerte al paciente, frecuentemente por fracaso respiratorio, precisamente por la debilidad de los músculos de la respiración. Este proceso se produce sin afectación primaria del resto de los sistemas del organismo y sin alteraciones en el resto de poblaciones neuronales del sistema nervioso, lo que supone, por lo tanto la integridad de las funciones superiores.
Este resumen coloquial sobre las bases médicas del cuadro clínico, nos sirve para hacernos una idea de la situación en la que se encuentran estos pacientes que, insisto, representan un porcentaje muy significativo de los solicitantes del programa de suicidio asistido del Estado de Oregón, y centrarnos en el hecho que pretendíamos inicialmente: la dependencia se produce a muchos diferentes niveles.
Por un lado, son atendidos por el sistema sanitario, que pone a su disposición los tratamientos médicos disponibles, que en este caso no resultan curativos pero que atienden muchas facetas de la enfermedad desde una perspectiva paliativa, tanto del dolor, como de otros síntomas que conlleva la enfermedad como la espasticidad, las altercaciones del sueño, la disfagia, la debilidad generalizada, etc., y el personal y los recursos para ser atendidos tanto a nivel hospitalario en las recaídas o procesos intercurrentes, como ambulatorio, durante todo el curso de la enfermedad o, en su caso, domiciliario. A destacar son los aspectos de cuidado de enfermería, que van exigiendo mayor dedicación según avanza la enfermedad, y que son básicos para mantener las condiciones de salud del paciente.
Por otro lado, sus familiares, habitualmente realizan un esfuerzo extraordinario para seguir haciéndose cargo de todas las facetas de la vida del enfermo a pesar de las limitaciones que él va experimentando. Con frecuencia las familias realizan auténticos giros de sus formas y condiciones habituales de vida para adaptarse a la nueva situación.
Desde otra perspectiva, la sociedad entera dispone de subsidios, apoyos para la adaptación de las viviendas, etc., y por otro lado, subvenciona de manera directa, o a través de los laboratorios, la investigación en fármacos no sólo para el tratamiento, sino para mejorar la vida de los pacientes.
Quiero destacar con lo dicho hasta aquí, que el paciente no está del todo solo cuando toma su decisión.
Por otro lado, incluso excluyendo los casos de incapacidad total del paciente, el pretender dar reconocimiento absoluto a una decisión de un paciente en un estado que se define justamente como insoportable desde el punto de vista físico o psicológico, plantea serias dudas, y más si tenemos en cuenta que la decisión que toma es irreversible y pone en juego no cualquier bien sino el más preciado, la vida misma.
Con esta afirmación no quiero plantear que ningún enfermo, por el hecho de serlo sea incapaz como sujeto moral, sino que la autonomía, y en concreto, la capacidad que es premisa de la misma, debe ser evaluada con mucha mayor atención en este contexto.
Siempre queda además la duda de no interpretar adecuadamente su deseo, de que el paciente pudiera cambiar de opinión, de que esté siendo sutilmente inducido, de que no comprenda completamente las consecuencias, etc.
En la práctica es muy dudoso que ningún médico aplique de manera directa y sin más consideraciones la voluntad del paciente. Si se asiste al suicidio es porque al mismo tiempo se emite un juicio sobre el valor de la vida, que en este caso coincide con el del paciente, que la minusvalora. Esto pone en su auténtico lugar el pretendido respeto a la autonomía.
Así se explica también que de los 3700 casos declarados en el año 2001 en Holanda, unos 1000 se produjeran sin la solicitud explícita de los pacientes, aunque casi la mitad de ellos estuviesen en condiciones de entender su situación y de haber prestado o no consentimiento.
Podemos entender desde esta perspectiva, que los tribunales Holandeses no hayan dudado en autorizar los primeros casos de Eutanasia neonatal, por petición de los progenitores, en casos de mielomeningocele, que alcanzan ya los 100 anuales .
En definitiva, el argumento más fuertemente mostrado por los partidarios de la Eutanasia voluntaria que ha sido la importancia de la voluntad expresada reiteradamente por unos pacientes perfectamente capaces, que hizo popular su legalización, se ha convertido, en muy poco tiempo en algo muy distinto, cumpliendo la ley clásica de la pendiente resbaladiza, que tantas veces se comprueba en el campo de la bioética.
Aquí enlazamos con la cuestión, también apuntada por Juan Pablo II: “una autonomía que se expresa en una subjetividad arbitraria que no respeta su vínculo constitutivo con la verdad”, reniega de sí misma y se autodestruye.
De manera sorprendente, la autonomía desaparece si no se ordena a una verdad que es anterior a ella.
Existe también una conexión estrecha entre esta subjetividad arbitraria y una objetividad que se convierte en técnica. La vida pasa a ser simplemente una cosa que el sujeto reivindica como su propiedad exclusiva, totalmente dominable y manipulable. Esta visión materialista de la vida y de sí mismo, le lleva al hombre a preocuparse exclusivamente de hacer y, recurriendo a cualquier tecnología, se afana por programar, controlar y dominar el nacimiento y la muerte. La misma idea de la naturaleza, queda reducida a material disponible a todas las manipulaciones.
Anterior a toda esta mentalidad es la experiencia de vacío del alma. El hombre se encuentra completamente volcado hacia fuera, no como el que se posee y se entrega, sino como el que se encuentra alejado de cualquier forma de interioridad y de autoconocimiento. Los diversos dinamismos que experimenta el hombre en su interior se interpretan de manera completamente fragmentada y las relaciones con los demás se vuelven terriblemente problemáticas y se producen mayoritariamente en términos de hacer y tener, volviéndose, por tanto, manipuladoras. Porque el alma está vacía, sus modelos de pensamiento y acción son mecanicistas.
Trataremos en esta parte final de nuestro comentario, la cuestión desde otra perspectiva: desde el punto de vista del bien común la pretensión de la legalización del suicidio asistido no se sostiene, y de realizarse, sus consecuencias serían muy graves.
Primero para los pacientes que quedan desprotegidos. Como ha quedado reflejado en el caso Holandés, el paso de la despenalización de los supuestos de enfermedad extraordinariamente grave y acompañada de sufrimiento insoportable, en los que el paciente expresa de forma reiterada su deseo de morir, ha llevado en la práctica a realizar la eutanasia a muchos pacientes más, que no lo habían solicitado, o que no se encontraban en situación terminal alguna. Indirectamente la protección de la vida de los pacientes queda difuminada al depender su defensa del juicio subjetivo que sobre ella realizan ellos mismos o sus médicos.
Segundo para los médicos. Son imprevisibles las consecuencias que la extensión de las prácticas eutanásicas pudieran tener sobre la profesión médica y sobre las relaciones de los médicos con sus pacientes. Al menos en el ámbito europeo, la tradición médica está extraordinariamente marcada por la fuerza del “primun non nocere”, que aún se proclama en el Juramento Hipocrático en los actos de licenciatura en la mayor parte de las facultades de medicina europeas: “No me dejaré llevar por la súplica de nadie, cualquiera que fuere, para proporcionar un veneno o dar mi consejo a una contingencia semejante” y por un sentido de beneficencia que, aún habiendo experimentado importante matizaciones por el proceso de emancipación de los pacientes, continúa dando contenido a la vocación en la profesión. Resulta aún muy lejano a la sensibilidad de la mayor parte de los profesionales de la salud un planteamiento que es antagónico a la no maleficencia y que, posiblemente, introduciría un elemento más de sospecha en las ya complicadas relaciones médico-paciente.
Tercero sobre las personas indefensas en general. Si la norma substituye el respeto al valor de la inviolabilidad de la vida de cada ciudadano por el derecho de autodeterminación, ejercido de manera absolutamente subjetiva e independiente, el vínculo social queda severamente afectado y, en general, todas las personas que se encuentren es especial situación de indefensión, quedarán aún más desprotegidas al perder el Estado la fuerza con la que defender su dignidad.
Por encima de estas consideraciones, en el terreno práctico hay otro nivel superior y fundamental del bien común que queda lesionado, pues el derecho deja de ser un pilar del Estado si niega los valores fundamentales de la persona a los que debe servir.
La norma, por supuesto, no es neutral. Se pretende que un Estado no confesional que dé cabida a diferentes posicionamientos culturales y religiosos no tome parte, pero la ley no puede permitírselo. Detrás de cada ley subyace un valor que se pretende respetar. Legalizar el suicidio asistido supone tomar un posicionamiento que asume que hay vidas menos dignas de ser vividas.
Ahora, si la ley toma ese camino, aunque sea proclamando que es en reconocimiento del derecho de autodeterminación, la fuerza del derecho deja paso en la sociedad al derecho de la fuerza. Si la sociedad renuncia a la intención de sustentar las leyes en una referencia común a la verdad, la norma buscaría exclusivamente garantizar el máximo de libertad al máximo número de personas posibles. Este planteamiento deja fuera a las minorías y a aquellos miembros de nuestra sociedad que no sean capaces de hacer valer sus posiciones. Se convierte en una sociedad donde quienes ejercen su derecho a la autodeterminación son aquellos que más fuerza tienen para expresarla. Se rompe en definitiva la cohesión social por la que cada uno somos responsables de los otros.
Dios entrega el hombre al hombre para que lo custodie
Lejos de este planteamiento se encuentra la perspectiva cristiana de la vida y de la sociedad.
Frente a una concepción de la libertad que se reduce a la mera elección entre alternativas, con las mínimas restricciones posibles que, para ser sinceros, en general se plantea en un abanico bastante estrecho, la libertad que muestra el cristianismo es la facultad del hombre que le hace capaz de optar en su vida por el bien. El hombre es capaz de percibir un bien que se le presenta, se encuentra fuera de él, que capta su atención. Esta afectación que experimenta está llamada a realizarse mediante el ejercicio de la libertad que le permite optar en orden a una promesa de una realización plena que se da en una comunión. Por tanto el actuar moral está motivado por un bien, que antecede a cualquier deseo. Ahora, el único bien completamente acorde a la persona es otra persona. El hombre realiza su plenitud, gracias a la libertad, construyendo una comunión.
La incapacidad para percibir la luz que esta experiencia es para la libertad, radica en parte en intentar construir las acciones desde una conciencia que se entiende como originaria de los valores y que se indentifica con la esencia de la persona. Sin embargo, desde todas las perspectivas que tomemos, la persona es siempre algo que supera su autocociencia.
Desde el punto de vista psicológico puede describirse esta dificultad del hombre para entender su vida como esencialmente relacional y en clave de entrega, como un resentimiento, que casi siempre se puede explicar desde su propia biografía. La conciencia previa del dolor experimentado en las relaciones, que, cuando son personales, conllevan un alto grado de vulnerabilidad, hace instalarse a la persona en una actitud de superficialidad en unos casos, o de insensibilidad en otros, en la que se encuentra segura de no volver a ser afectada.
“El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente.”
Frente a esta experiencia que lleva al más profundo escepticismo respecto al amor y que comporta incapacidad para la donación, condenando al hombre a distintas formas de narcisismo, el cristianismo nos anuncia una verdad que marca al hombre, a cada hombre en particular: hay un amor que nos antecede. Toda persona puede afirmar que le precede la presencia de un amor infinito, sobre el que su vida se ha construido. Esta revelación lleva a concebir la propia vida como un misterio y como un don. Como un misterio que mueve hacia una mirada de las cosas que sólo puede ser contemplativa. Como un don, que se realiza plenamente en la donación de sí.
(1) Montero, E. “Hacia una legalización de la eutanasia voluntaria”. La Ley, Revista Jurídica Española de Doctrina, Jurisprudencia y Bibliografía, 4755 (1999), pp 1-69
(2) Herranz, G. “Il dramma dell’eutanasia”. Evangelium Vitae, Encíclica y comentarios. Libreria Editrice Vaticana, Vaticano, 1995, pp 232-236.
(3) Sgreccia, E. “La eutanasia en Holanda incluso para niños menores de doce años”. Reflexiones. Academia Pontificia para la vida. 13 septiembre 2004
(4) Carrasco de Paula, I. “Eutanasia”. Lexicón, términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas. Ediciones Palabra, Madrid, 2004, pp 359-366.
(5) EV, n.18.
(6) Gn. 5,9.
(7) Sixth Annual Report on Oregon´s Death with Dignity Act. Department of human Services. Office of Disease Precention and Epidemiology. March 10, 2004
(8) Ten Have, H. “Eutanasia: la experiencia holandesa”. Morir con Dignidad: Dilemas Éticos en el final de la Vida. Ediciones Doce Calles, S.L., Madrid, 1996, pp.39-53.
(9) Vrakking AM, Van der Heide A, Onwuteaka-Philipsen BD, Keij-Deerenberg IM, Van der Maas PJ, Van der Wal G. “Medical end-of-life decisions made for neonates and infants in the Netherlands, 1995–2001”. Lancet 2005; 365: 1329–31
(10) EV, n. 19.
(11) EV, n. 22.
(12) EV, n. 24.
(13) RH, n. 10.
Publicado en la colección de Jornadas de Área de Doctrina Social de la Iglesia de la Universidad San Pablo-CEU
ISBN: 84- 86117- 20- 8 Bien común y sociedad política (Inst. de Humanidades_serie dsi)