Afrontar el final de una vida enferma para lograr una buena muerte requiere de unas necesidades tan genuinamente humanas que la ciencia y la técnica médica resultan insuficientes para satisfacerlas. Pero esta limitación no constituye una negación total de la existencia de elementos positivos en la inevitable tecnificación del proceso de morir que podrían contribuir a su humanización. Tras una revisión analítica de trabajos sobre los cuidados del enfermo que va a morir, concluimos que algunas razones, verdades y aspectos de la muerte, ni la ciencia ni la técnica médica logran entenderlas, y que, por tanto, son insuficientes para abordarla humanamente. En conclusión, proponemos los cuidados paliativos como la mejor alternativa para humanizar la muerte y contrarrestar algunos efectos negativos de su tecnificación actual.
Lo natural de morirse
La mayoría de los mortales sostienen que, junto al nacimiento, lo más natural en el hombre es la muerte. Y, ciertamente, no disponemos de ningún otro hecho que, desde una perspectiva empírica, se haya comprobado tantas veces y de forma tan tozuda como el morir humano. Resultan ser numerosos aquellos que aceptan la muerte como una característica ineludible de la condición humana. Si todos mueren, es humano morirse, y, por tanto, ni es una obscenidad ni un acto inhumano. Como para todo ser vivo, para el hombre, tan natural es nacer como morir, comenzar a vivir como dejar de hacerlo. No es una rareza sino una normalidad, un hecho natural. A la vez, resulta cierto que no es equiparable a la naturalidad de la muerte de otros animales. Nunca podrá ser igual la muerte de una persona humana que la de un animal, aunque en ambos casos se acabe produciendo una descomposición o degradación biológica. De todas formas, aunque morir humanamente sea natural, uno de los riesgos se encuentra en reducir su acto a un dato, a un resultado numérico o una estadística poblacional.
La muerte describe un hecho humano singular, un acontecimiento radical de la vida en el que uno dejar de existir. En cualquier caso, conforma un fenómeno natural normal en los miembros de la familia de los humanos. Laín consideraba que la muerte no es primariamente un evento médico o científico, sino un evento personal, cultural y religioso. La experiencia de la muerte no solo incluye inevitablemente el conocimiento científico o físico del morir sino también el de la persona que muere (el sujeto que conoce) y la misma experiencia vivida (la acción propia de conocer).
Hoy día, algunos se plantean si podemos seguir considerando a la muerte como algo natural y continuar contemplando la naturalidad del morir, porque, de hecho, –por la propia tecnificación y medicalización- apenas aparece ya lo natural como causa de la muerte. Actualmente y con cierto apresuramiento, a toda muerte se le busca y se le asigna una causa objetiva, médica, una enfermedad, una alteración, un cómo y un cuando, un instante del cese. ¿De qué ha muerto exactamente? Se preguntan algunos ante el fallecimiento de un familiar o conocido. En la sociedad, va dejando de oírse esa tradición de que alguien haya muerto simplemente de viejo, por causas naturales. Y esto ocurre precisamente porque la muerte, como asegura Marín, está dejando de ser natural para nosotros. Estamos asistiendo a una suerte de revestimiento artificial y técnico de la muerte que amenaza con desnaturalizarla, deshumanizando al moribundo.
En ámbitos médicos, especialmente cientificistas y empíricos, tratan de atribuir a partes físicas del organismo todas las funciones de unificación e integración del organismo (el encéfalo, el corazón y los pulmones). Pero la vida y la muerte implican mucho más que la existencia o la ausencia de un sistema integrador. Vivir es mucho más que una propiedad del sistema orgánico vivo, y la existencia o ausencia de dicha propiedad no se puede determinar mediante una observación de una parte de dicho sistema. En síntesis, el «ser» de la muerte no es un ser de nadie, sino que exige el «ser» de un sujeto -al que realmente le sobreviene la muerte-, que, de no ser a causa de ésta, seguiría vivo.
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