El pasado 31 de marzo falleció de inanición en Florida, Terri Schiavo. En 1990 había sufrido un colapso que privó de oxígeno su cerebro durante unos minutos. A consecuencia de ello, entró en una situación de coma de la que no se ha recuperado. Ocho años más tarde su marido, …
El pasado 31 de marzo falleció de inanición en Florida, Terri Schiavo. En 1990 había sufrido un colapso que privó de oxígeno su cerebro durante unos minutos. A consecuencia de ello, entró en una situación de coma de la que no se ha recuperado. Ocho años más tarde su marido, Michael Schiavo, solicitó a un tribunal que le retirasen las sondas que la alimentaban. Desde ese momento hemos asistido a una batalla legal entre el marido y los padres de Terri, que siempre se han opuesto a esta medida.
El caso ha conmocionado la opinión pública y ha suscitado tomas de postura muchas veces movidas más por el apasionamiento que por las razones. Ha sido fácil que las descalificaciones, o los titulares llamativos hayan sustituido lo que tendría que ser un delicado análisis de la situación.
En primer lugar hay que reconocer que una situación de este tipo supone una serie de molestias para las personas del entorno familiar. Aunque el enfermo no sufra, si lo hace su familia. Esto siempre tiene algo de escándalo para la sensibilidad actual defensora de una vida de alta calidad y de plena posesión de todas las facultades. Siempre cabe la tentación de resolver la situación acabando con el problema.
En segundo lugar está el diagnóstico médico. En este caso se trata de un coma vigil. La enferma tenía reacciones a estímulos ““en las fotografías aparece con los ojos abiertos y sonriendo-, muy posiblemente automáticas, aunque sus padres y otras personas, afirman que eran debidas a su presencia. Los médicos se habían manifestado con pronósticos diversos, unos con esperanzas, y otros afirmando que no podría haber ninguna evolución positiva.
En todo caso, no estábamos ante lo que comúnmente se conoce como muerte cerebral. No se trataba de una persona muerta que se mantiene con vida mecánicamente.
¿Qué tipo de terapia se le estaba aplicando? Se le alimentaba e hidrataba. Muchos médicos defienden que propiamente no se trata de una terapia, sino de unos cuidados mínimos.
En general, todos estamos de acuerdo con que no se apliquen métodos que supongan un ensañamiento, o que sean desproporcionados, o que sean fútiles. Ahora bien, no parece que alimentar a una persona que no puede hacerlo por si misma, sea un ensañamiento. Tampoco parece que sea desproporcionado. Una diálisis, o un marcapasos, que para personas en condiciones normales son proporcionados, en este caso serían claramente desproporcionados. Pero estamos hablando de proporcionar alimento y agua. Tampoco parece que se trate de un cuidado fútil, ya que Terri asimilaba bien lo que se le daba.
De hecho no ha muerto de ninguna enfermedad. Ha muerto de inanición. No era capaz por sí misma de alcanzar el alimento y el agua. Es difícil hurtarse a la impresión de que ha sido una muerte cruel.
Su marido basó su petición de que le quitasen los medios con que se le alimentaba en que le había oído decir que eso era lo que ella hubiera querido. No se ha encontrado nada escrito. Su marido desde hace unos años convive con otra mujer, de la que ya tiene dos hijos. Si se hubiera divorciado de Terri, habría perdido la custodia legal, que habría pasado a los padres, que en todo momento han luchado por su supervivencia. Si se hubiera divorciado no habría heredado el dinero que va a recibir, producto del juicio contra los médicos que actuaron con negligencia en su día.
La última cuestión que se plantea es si una vida humana en esa situación debe ser acompañada hasta su terminación, o si no vale la pena el esfuerzo de cuidarla. Si se opta por esta última opción ¿dónde y quién pone el límite entre qué vida humana compensa ayudar y cuál hay que abandonar?