Una terapia génica con células madre de la médula permite que cuatro niños “burbuja” hagan vida normal

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Cuatro niños británicos que sufren una inmunodeficiencia genética grave llevan entre dos y tres años haciendo vida normal, fuera de las burbujas a las que estaban condenados. Los niños carecí­an de un gen imprescindible para producir linfocitos (las células encargadas de defender al organismo de infecciones). Los médicos los han … Cuatro niños británicos que sufren una inmunodeficiencia genética grave llevan entre dos y tres años haciendo vida normal, fuera de las burbujas a las que estaban condenados. Los niños carecí­an de un gen imprescindible para producir linfocitos (las células encargadas de defender al organismo de infecciones). Los médicos los han sometido a un autotrasplante de células madre enriquecidas con el gen que les faltaba, y han conseguido, después de tres años, que dos de los pequeños no necesiten ni siquiera tomar medicación para fortalecer su sistema inmunitario.

La inmunodeficiencia grave combinada (SCID por sus siglas en inglés) es una enfermedad que se debe a una mutación en un gen del cromosoma X de los niños. Por eso sólo se da en varones (en las niñas, que tienen dos cromosomas X, cuando uno no funciona bien el otro lo suple). Esta anomalí­a hace que no produzcan células linfocitarias, lo que condena a los niños a vivir completamente aislados en burbujas de plástico para no sufrir infecciones.

Los cuatro niños fueron tratados en julio de 2001, diciembre de 2001, mayo de 2002 y diciembre de 2002, ha explicado desde Londres a EL PAíS Bobby Gaspar, de la Unidad de Inmunologí­a Molecular del University College de Londres, uno de los firmantes del trabajo que ha aparecido en el último número de The Lancet.

Tení­an diez meses los dos primeros, cuatro meses el tercero y casi tres años el último. “En este último se hizo más tarde porque hasta entonces habí­a evolucionado bien”, afirma Gaspar.

Casos adversos
Los cuatro niños hacen actualmente vida normal. Pueden jugar y convivir con otros niños en el colegio sin el temor de contraer una infección grave y dos de ellos ni siquiera necesitan tomar una mediación especial, explican los médicos.

Desde que se conoció la causa de la enfermedad, los médicos han intentado encontrar la manera de introducir una copia correcta de ese gen en la médula ósea de los niños. El método seguido comienza con la extracción de células madre de la médula ósea de los niños. Estas células se cultivan y de ellas se separan las que luego darán lugar a linfocitos. Por otra parte, en el laboratorio se fabrica una copia correcta del gen que los niños necesitan. “Tiene unas mil bases [las letras del código genético con las que el ADN escribe las instrucciones para los procesos vitales], y es bastante fácil de hacer”, explica Gaspar.

El siguiente paso consistió en preparar un virus que sirviera de vector para llevar este gen hasta el núcleo de las células. Los investigadores británicos han escogido un tipo de retrovirus inactivado de gibón. Los retrovirus son un tipo de patógeno que precisamente insertan su material genético en el ADN de las células que infectan, por lo que son muy usados en los ensayos de terapia génica.

A continuación se infectan las células madre con los retrovirus. Este proceso se hace fuera del cuerpo de los niños, con lo que se puede controlar un factor muy importante: el lugar en el que el nuevo gen se inserta. Si al hacerlo produjera algún tipo de daño en la célula, ésta se descarta. Las células buenas se cultivan para conseguir una concentración alta que asegure su funcionamiento.

Por último, las células madre con el gen añadido se reimplantan en el niño. Como se trata de un autotrasplante -el cultivo procede de la propia médula de los pequeños- no hay rechazo. Una vez en la médula, estas células reciben las señales para empezar a trabajar y comienzan a producir linfocitos, con lo que el sistema inmunológico del niño se restablece. “Como son células mejores que las propias del paciente, se imponen a éstas”, explica Gaspar. En total, el proceso dura cuatro dí­as, explica Gaspar. Por eso puede esperarse a que un niño tenga problemas antes de someterlo a un ensayo.

Esta técnica es una versión mejorada de la utilizada en 2002 en Francia con 11 niños. Pero entonces el ensayo tuvo que detenerse porque dos de los pequeños desarrollaron leucemia. Los cientí­ficos confí­an en que esta vez no ocurra lo mismo. “Hemos cambiado el virus que usamos para introducir el gen, y ahora sabemos mucho mejor cómo se produce la leucemia y en qué partes del cromosoma X debemos introducir el nuevo gen”, dice el cientí­fico británico.

Los casos adversos del ensayo francés fracasaron precisamente porque el gen se introdujo cerca de una zona de activación de los oncogenes, lo que disparó la aparición de los tumores en los pequeños. Pero las variaciones desarrolladas en este caso convencen incluso a Marina Cabazzano-Calvo, una de las responsables del experimento del hospital Necker de Parí­s, quien ha escrito en The Lancet un comentario en el que manifiesta su confianza en el éxito del nuevo tratamiento. De todas formas, los médicos mantendrán una rigurosa vigilancia sobre los pequeños.

Publicado en El Paí­s. EMILIO DE BENITO  –  Madrid

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