El Cine, instrumento en la Bioética (Gloria M. Tomás)

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keywords: cine-bioética, enseñanza bioética, valores cine EL CINE DESDE EL ESPECTADOR EL CINE VEHíCULO DE VALORES LA PERSONA A TRAVí‰S DEL CINE: ALGUNOS EJEMPLOS LA INFANCIA LA MADUREZ LA ENFERMEDAD LA VEJEZ EL ROSTRO HUMANO DEL CINE   1. UNA RELACIí“N ENRIQUECEDORA: CINE Y BIOí‰TICA Desde hace varias décadas el valor de la vida …


keywords: cine-bioética, enseñanza bioética, valores cine


 

 

1. UNA RELACIí“N ENRIQUECEDORA: CINE Y BIOí‰TICA

 

Desde hace varias décadas el valor de la vida humana está sufriendo una especie de eclipse. “Nuestras tinieblas son las luces del diablo”, explicitará C.S. Lewis(1), en tanto que la ofuscación nos viene no sólo desde nosotros mismos, sino también desde fuera. Encontrar nuevos modos de respetar y defender nuestra propia vida y la de los demás es un reto importante.

La persona humana, junto con su excedencia de ser y sus posibilidades de infinito, de autorrealización, está atravesada de indigencia, lleva en sí­ su autodestrucción. Los deberes del hombre, en cuanto hombre, para lograr los bienes a los que aspira y luchar contra los males que le acechan son parte del descubrimiento de su propia e irrenunciable realidad y conducen necesariamente a la primací­a del orden moral sobre todos los demás. Las acciones se juzgan como un todo, y no como consecución de fines particulares, cuyos objetivos, libremente elegidos son en cierta medida relativos.

Frente a los fines particulares el fin propio del hombre se halla de antemano en nosotros como aquella suprema aspiración constitutiva que tradicionalmente se ha traducido como felicidad(2). Por ello, la aportación decisiva que el hombre hace a la historia es la realización del bien moral(3), que es la búsqueda y el hallazgo del auténtico y verdadero gozo humano.

El modelo de perfecta felicidad que cada uno lleva dentro de sí­ nos impulsar a un “estar buscando”, un continuo “estar anticipándose”. Existencialmente la persona se dirige hacia ese camino infinito bajo condiciones de finitud: en la vida humana indefectiblemente aparece el dolor, la insatisfacción. Es en este clima donde la ética, como ciencia de los fines y de los medios, orienta el caminar humano.

La naturaleza humana es una instancia moral ““ética- de apelación. Pensar que no podemos hacer más que una descripción del lenguaje moral es antinatural. No es la ética una elaboración de la razón en el vací­o, sino una elaboración de la razón con datos, muchos de los cuales son independientes de nuestro pensar y de nuestro querer, otros los vamos conociendo, pero comprobamos que nunca los conocemos del todo. Por eso, para actuar, necesitamos, además de nuestro razonamiento independiente, contar con modelos humanos. Algunos, como paradigmas del actuar humano, pueden encontrarse en el cine.

Una ética realista es la que admite normas practicables. Las normas no se realizan, lo que se realizan son actos del cumplimiento de las normas; es imposible realizar todas las normas. Las normas cumplibles, no utópicas, son las que tienen en cuenta la naturaleza del hombre(4).

Cuando la í‰tica incide en la corporalidad humana, se concreta en el ámbito bioético. La formación bioética traspasa la posibilidad de actuar honestamente cumpliendo unas normas y se asienta en un horizonte de significado más completo, antropológico. Desde este supuesto, la Bioética crea puentes entre tradición y progreso, teorí­a y práctica, ley y vida, técnica y humanidad, ciencia y ética.

Tal como se viene desarrollando el cine, aunque no de modo continuo ni lineal, sí­ que se vislumbra como un instrumento para preguntarse sobre los porqués del vivir e incluso sobre las respuestas a estos eternos interrogantes. Se exige, por parte del espectador, elegir cine que transmita lo perenne del ser humano. Por ello, interesa centrarse en pelí­culas en las que se aprehende el pensamiento poético, que une lo que parece que no se puede unir ““lo paradójico- y que convierte el arte cinematográfico en una forma adecuada de expresar las ideas y los sentimientos. Obras en las que el espectador experimenta una conmoción profunda, purificadora; como si al contemplarla, se tomase conciencia de los mejores aspectos de nuestro ser, que se explayan, tal como he explicado en trabajos anteriores (cfr. “Un análisis de la vida humana a través del cine”, 2001)

En 1907 Edmond Bení´it-evy, con el pseudónimo de Francis Moir, publicó un sorprendente artí­culo en Phono-Ciné-Gazette al que corresponde el siguiente fragmento: “¿Qué es una pelí­cula? ¿Es sólo una mercancí­a corriente que se puede comprar y usar como uno quiera? No, y a causa de creerlo así­ la industria del cine ha llegado a su crisis actual. Una pelí­cula es un “único bien artí­stico y literario”. Quizás podrí­amos añadir “y ético”.

Se ha dicho que el cine es un producto sí­ntesis: recoge en sus imágenes la tradición pictórica, plástica y teatral del pasado; integra los logros sonoros de la radio, los luminosos de la fotografí­a, los verbales de la literatura y del teatro, y el encanto de la música. Desde esta visión, en lugar del séptimo arte se podrí­a afirmar que es el compendio de todas ellas. Ha sido el arte del siglo XX técnicamente más complejo, más elaborado. El cine puede pretender la profundidad de la poesí­a, lograr la imagen estática de la pintura, simular las tres dimensiones de la escultura, establecer el hábitat de la arquitectura a través de la recreación de escenarios materiales y humanos, mostrar el diálogo de la novela y el movimiento del teatro. Estamos ante una de las modalidades artí­sticas más influyentes. Por todo ello, el cine también parece un vehí­culo adecuado y actualizado para el perfeccionamiento del conocimiento bioético, puede ser un reproductor fiel y fascinante de la vida humana en todas sus facetas.

 

2. EL CINE DESDE EL ESPECTADOR

 

El arte cinematográfico se dirige a todos, con la esperanza de despertar una impresión que sea sentida, de desencadenar una conmoción emocional que sea aceptada. Puede transmitir una energí­a espiritual de la que tan hambrientos estamos; el arte surge y se desarrolla allí­ donde existe el ansia incansable de lo espiritual.

El cine nunca nos podrá contar la verdad completa sobre nosotros mismos, sin embargo, sí­ que le podemos exigir que no nos oculte nada sobre nosotros mismos y por ese trecho se ha metido el último cine europeo.

«Estoy seguro de que mucha gente se mete en los cines con el fin de explorar un poco la Humanidad», explica Harvey Keitel, protagonista de La zona gris (2001), tercer largometraje de Tim Blake Nelson, pelí­cula que analiza la práctica del mal en estado puro. El interés profesional del actor por su personaje coincidió con el interés de la persona y del judí­o que es Harvey Keitel por las tinieblas de Auschwitz.

El mismo planteamiento se hace el veterano Christopher Lee con respecto El señor de los anillos (2001), la pelí­cula de Peter Jackson basada en el clásico de J. R. Tolkien. Dieciocho meses de rodaje, trescientos cuarenta y tres millones de pesetas de presupuesto y un secretismo sin precedentes han convertido la saga (dividida, como el libro, en tres) en un acontecimiento cinematográfico: “La pelí­cula es algo más que la lucha entre el bien y el mal. Es una fantasí­a sobre el amor, la amistad, la lealtad, la fortaleza, la debilidad y la corrupción. Un amplio abanico de cualidades humanas e inhumanas”.

 

3. EL CINE VEHíCULO DE VALORES

 

Quizás desde los años treinta, la normativa del cine se significaba en defenderlo como entretenimiento, lo que aparentemente aparece como un arte menor. Sin embargo, la importancia humana de pasar un cierto tiempo distendido ¡sin otro fin! Es algo universalmente reconocido como válido, incluso como necesario. Se podrí­a afirmar que facilita obtener una visión adecuada de la personalidad de alguien al ponderar y analizar el tipo de distracciones con las que disfruta y a las que se dedica en su tiempo libre, incluso con las que sueña.

Junto a la sencillez de pasar un buen rato, puede ser también el encuentro con las personas, con uno mismo, con las cosas, con el arte; ocasión de admirar, de contrastar, de convivir con ideales y modelos de vida que esculpen el tiempo y a nosotros mismos, por impregnarnos la complejidad de argumentos, de interpretaciones, de la puesta en escena, de tantos aspectos que reflejan la realidad viva que nos atañe.

Incluso puede ocurrir, que supere la realidad que nos impregna, pues si una pelí­cula tiene valor estético, nos atraerá mejor por las interconexiones poéticas que se salen de la realidad; si, además, entraña un modelo ético, nos mostrará unos significados para que en lo ordinario descubramos tantos pequeños extraordinarios que son los que nos humanizan y hermanan. Cine como escuela complementaria de la bondad y de la belleza que anhela toda persona.

Esta afirmación es ratificada por el cineasta Tarkoswki cuando apunta que en el buen cine, se conjugan el arte y la ciencia, como dos de las formas de apropiarse del mundo, en tanto que formas del conocimiento del hombre en camino hacia la verdad absoluta.

En 1997, Abbas Kiarostami (Teherán, 1940) conquistaba la Palma de Oro del Festival de Cannes con El sabor de las cerezas. Fue el primer cineasta iraní­ galardonado con este premio.

La dificultad para recibir a Kiarostami en Occidente es la dificultad para captar que el cine pueda ser un vehí­culo para la poesí­a y la reflexión sobre lo transcendente. En su obra el sonido sustituye a la imagen siempre que es posible, porque el sonido es más evocador que la imagen y aumenta la libertad de espectador.

Kiarostami pretende que el público haga el esfuerzo de encontrar en la repetición de escenas la misma emoción que encuentra en la coordinación o estribillo de un poema. Y utiliza la elipsis, esa dolorosa ausencia narrativa, para que el espectador rellene los huecos con sus deseos. Globalmente trata de llamar la atención sobre dos cuestiones de fondo: la sacralidad del hombre y la poesí­a de lo cotidiano(6). ¿No está en ese meollo la esencia genuina de muchos valores humanos?

Volviendo otra vez a El Señor de los Anillos, Joseph Pearce, convertido al catolicismo y autor de Tolkien: el mito ha hecho un estudio detallado de los valores evangélicos que surgen en esta pelí­cula. En la caracterización del hobbit, el más improbable de los héroes, muestra la exaltación de la humildad. En la figura de Gandalf, encuentra el arquetipo de un patriarca del Antiguo Testamento, su bastón es similar al poder de la vara de Moisés; en su aparente «muerte» y «resurrección», equivale a una figura semejante a Cristo. Su «resurrección» se convierte en su transfiguración. Antes de entregar su vida por su amigos era Gandalf el Gris; después, se convierte en Gandalf el Blanco. El personaje de Gollum es degradado por su apego al Anillo, el sí­mbolo del pecado de orgullo. El poseedor del Anillo es poseí­do por su posesión y, en consecuencia, es desposeí­do de su alma. El portador del Anillo siempre se hace invisible a aquellos que son buenos, pero al mismo tiempo se hace más visible a los ojos del mal. Por último, el hecho de llevar el anillo por parte de Frodo, y su heroica lucha por resistir a la tentación de sucumbir a sus poderes maléficos, es semejante al llevar la Cruz, el supremo acto de olvido de sí­.

 

4. LA PERSONA A TRAVí‰S DEL CINE: ALGUNOS EJEMPLOS

Pelí­culas de siempre y cine futurista; narración lineal, efectos especiales o esperpénticos; arte y técnica. Los soportes cinematográficos facilitan “dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas”, tal como veí­a Aristóteles el significado del arte. A continuación, a través de una selección aleatoria de buenas pelí­culas se confirman las argumentaciones de este estudio, que abren un camino de reflexión.

A) LA INFANCIA[7]

A finales de 1999 brillaron con luz propia tres obras excepcionales en las pantallas españolas: Los niños del Paraí­so, del iraní­ Majid Majidi, que compitió con La vida es bella por el Oscar a la Mejor Pelí­cula Extranjera; Hoy empieza todo, del famoso cineasta Bertrand Tavernier; y La vendedora de rosas, de Victor Gaviria. Las tres giran en torno al fascinante pero tremendo mundo de los niños, concretamente indagando en su dolor.

Sin duda los niños son las grandes ví­ctimas de la historia. Sufren las guerras, el desamor y el hambre como nadie. Y no tienen voz. Su única arma es la mirada, clara y profunda, de la inocencia inteligente, de la pregunta sin fondo, la mirada genuina del corazón humano. Por eso algunos de los mejores planos de la historia del cine son los que están invadidos por esos ojos que llevan dentro todo el dolor y toda la esperanza del mundo.

¿Cómo olvidar el rostro luminoso de Marcelino Pan y Vino (Ladislao Vadja 1954), testimonio de un agradecimiento libre y lleno de afecto, pero también de la nostalgia amorosa de una madre? ¿Y las pupilas mendigas y humildes de El Chico, (Chaplin, 1921) o la mirada melancólica e ilusionada de Giosué, de La vida es bella (Roberto Benigni, 1998)? ¿Y qué decir de la decepción que experimenta Javi, el protagonista de Secretos del corazón (Montxo Armendáriz, 1997), ante el adulto mundo de la mentira? ¿O del nacimiento de la rabia en Moncho, el alumno tí­mido de La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999)? El rigor del moralismo amarga el rostro de Alexander, en Fanny y Alexander (Ingmar Bergman, 1982); y la orfandad urge el gesto de Josué, el chico brutalmente desposeí­do de su madre y de todo en la Estación Central de Brasil (Walter Salles, 1998). También nos conmueven los ojillos vivos y apasionados de los paupérrimos Niños del Paraí­so, y la mirada solidaria y humillada de Bruno, ví­ctima indirecta de El ladrón de bicicletas (Victorio de Sica, 1948), auténtico héroe trágico, de altura ética incontestable. Y el misterio del dolor y de la cruz, que atraviesan sin misericordia las entrañas del niño berlinés de Alemania año cero (Roberto Rosellini, 1947), o la infancia truncada de Antonie Doinel, en Los cuatrocientos golpes (Franí§ois Truffaut, 1959).

íšltimamente el “boon” vino de Harry Potter y la piedra filosofal (Chris Columbus, 2001).

Avalada con una recaudación multimillonaria, la aplaudida adaptación de Harry Potter, el fenómeno de literatura infantil y juvenil más llamativo de los últimos años.

 

Con más de 100 millones de ejemplares vendidos en 46 idiomas, la serie de Harry Potter se ha convertido realmente en un fenómeno literario mundial. Esta pelí­cula de embrujos y magia se encuadra en la tradición más clásica de historias para niños, un mundo de imaginación en el que se libra la eterna lucha entre el Bien y el Mal. Harry Potter quiere ser un grito de liberación. Obviamente la solución a nuestro mundo no es el refugio en la imaginación, ni soñar con poderes que no tenemos.

 

 

B) LA MADUREZ

 

-Solas (Benito Zambrano, 1999)

Esta opera prima de Zambrano logra mostrar con hondura una de las realidades más difí­ciles de recrear en el cine: el heroí­smo de lo cotidiano de tanta gente aparentemente vulgar, casi con más defectos que virtudes, donde se asientan los cimientos éticos de la sociedad. La pelí­cula de un rotundo dramatismo visual ““muy al estilo del nuevo cine europeo- va dando pinceladas y trazos de autenticidad en el que el amor de una esposa, de una madre, de una vecina, de una paciente ““son los distintos prismas de Rosa- superar la sordidez de tantas desgracias auténticas y suaviza tanta soledad del corazón.

 

-Cosas que importan (Carl Franklin, 1998)

El sólido guión se basa en el best seller de Anne Quindlen, premio Pulitzer. La narradora Ellen Gulden- es una joven y agresiva periodista de Nueva York-, cuya vida da un vuelco cuando a su madre, a la que cree en general estúpida y provinciana, le diagnostican un cáncer terminal, y su padre le pide que sea ella quien la cuide; Ellen no está dispuesta a renunciar a esa prometedora carrera, en la que la ambición, el perfeccionismo, y el propio estrés marcan un ritmo trepidante.

Se restañan con su vuelta al hogar las heridas abiertas con respecto a su madre, pero aparecen una nuevas, más profundas, más dolorosas, en relación con su padre, al que admiraba como prestigioso profesor universitario, y en el que descubre unos aspectos oscuros, que le harán pasar del desencanto a la comprensión cuando sabe que su madre los encubre con el auténtico amor de esposa fiel.

La incapacidad del marido para afrontar la realidad, la capacidad de la madre para suavizarla, y el descubrimiento de la madurez en la hija nos acercan a una pelí­cula que critica las apariencias, y en la que vence, de una vez por todas ““con la excepción mencionada del final- el amor humano.

-En La edad de la inocencia (Martí­n Scorsese, 1993), Archer, joven de la alta burguesí­a norteamericana del último tercio del siglo pasado está comprometido con May; aparece una condesa, prima de su prometida, que ha vivido largo tiempo en Europa, pero acaba de divorciarse y vuelve a Nueva York, donde no logra adaptarse a los convencionalismos de esta sociedad.

Archer siente una especial atracción por la condesa y, a su vez, quiere ser leal a su prometida, que es fruto de esa sociedad que cada vez le va aburriendo más. Estos tres personajes crean un juego de amor y de inteligencia. Las dos mujeres son personalidades maduras, prudentes, atractivas y decididas. Mientras que Archer es la duda, la melancolí­a”¦se hace una radiografí­a crí­tica de esta sociedad neoyorquina del final del siglo anterior; lo que hubiera sido una pertinaz critica a la hipocresí­a emerge con una segunda lectura, ante la estética de los gestos humanos, de los silencios, de las miradas”¦estamos ante una pelí­cula que da lecciones de la educación sentimental.

 

-El festí­n de Babette (Gabriel Axel, 1987) En una remota aldea de Dinamarca viven dos hermanas, ancianas ya, envueltas en la nostalgia de una lejana juventud, en la que su educación, profundamente puritana, las obligó a renunciar a toda posibilidad de ser felices. Solteras pues, viven en una digna austeridad, hasta que aparece entre ellas Babette, quien llega huyendo del terror de su natal Parí­s. Al poco tiempo tendrá oportunidad de corresponder a la bondad y al calor con que fue acogida. Un buen premio de loterí­a le permite organizar una opulenta cena con los platillos y vinos de la mejor gastronomí­a francesa. A esta cena son invitados los vecinos, todos fanáticamente puritanos. Aceptan ir, pero entre sí­ pactan no dar ninguna muestra de gozo o disfrute de lo que comen y beben, porque serí­a pecaminoso Sin embargo, es tal la fuerza seductora de las viandas que, poco a poco, en un ceremonial intenso y emotivo, van cediendo a la sensualidad que implica gozar de los prodigios de la cocina francesa. La cena termina en medio de contenida pero muy profunda alegrí­a. Se ha despertado el calor humano que todos llevaban soterrado. Se da el milagro de hacer brotar la bondad humana a través del goce de los sentidos. Es una fina lección de espiritualidad. Babette no tomará nada de esa comida, en la que no sólo ha invertido su dinero, sino también su esfuerzo, y su imaginación, y su personal impronta; les ha dado todo lo que tiene con un espí­ritu libre y generoso, en una donación que es celebración.

C) LA ENFERMEDAD

 

Una mente maravillosa (Ron Howard, 2001): El profesor de la Universidad de Princenton, que en 1994 recibió el Premio Nobel de Economí­a, John Forbes Nash Jr. es uno de los personajes más interesantes del mundo cientí­fico del siglo XX.

Se consigue en la pelí­cula la ambientación de un periodo y de unos personajes muy interesantes que revolucionaron la ciencia moderna por lo que ocurrió en Princenton, donde se creó el Instituto de Estudios Avanzados en 1933, una especie de “hotel intelectual” cuyos miembros fueron reclutados por pensar y crear ciencia puntera. De allí­ salieron catorce premios Nobel: Niels Bhor, Einstein, Dirac, Pauli, Rsabi, Gella Man, Openheeimer, Nash…;. era gente genial, rara, extravagante, fuera de lo común y algunos muy maniáticos y esquizoides, imbuidos de la ambición por el saber total.

Nash, con la atención médica, la fuerza de su intelecto y una voluntad férrea, conquistó la enfermedad y regresó para recibir el premio Nobel. Pero, como se muestra en la pelí­cula es la ayuda de su mujer, con su paciencia y su dedicación heroica, la que lograron la recuperación; la pelí­cula nos sugiere un acercamiento al problema de la enfermedad.

Nos da una visión certera de la antropologí­a de la compañí­a entre las personas, de trato adecuado, algo de lo que estamos tan necesitados, y en donde una dureza curiosa o una blandura torpe rebaja las cotas de felicidad y de autorrealización que podrí­an lograrse.

 

-La habitación de Marvin ( Jerry Zaks, 1997)

Marvin es un hombre mayor, enfermo; obligado a estar postrado, e incapaz de hablar; respira gracias a la botella de oxí­geno. Tiene dos hijas: Bessie, que le dedica su vida y sus cuidados, con todo amor y abnegación; y Lee que se fue de casa, en parte porque le parecí­a inútil esa vida dedicada a un enfermo incurable. Las dos hermanas han ido distanciándose. Bessie no ha tenido tiempo ni para enamorarse, ni formar su hogar.

Lee no ha llegado a triunfar. Al cabo de veinte años de separación de su padre y hermana, a Lee le han detectado leucemia, y la única posibilidad de curación es por un trasplante de médula de un pariente próximo. Por ese motivo, decide acudir a su hermana.

Si la habitación de Marvin sirvió para convocar el amor de una hija, la futura habitación de Bessie debe cumplir la misma función con el resto de la familia.

Bessie en un momento dado, lleno de emoción, reconoce agradecidamente: ” ¡cuanto amor ha dado!” Lee, tras no pocas crisis, descubrirá también cómo se ha dejado atrapar “por anzuelos, espejeando con la realidad, sin aceptarla, sin enfrentarse a ella, sin interperlarla.”

Cada persona en circunstancias adversas puede y debe encontrar la paz consigo misma y con los demás, que puede ser feliz; que estamos dotados -si lo trabajamos, si nos dejamos ayudar- para encontrarnos, a través del dolor, con temple ético, con una realidad que el poeta Hí¶derlin llamó las avenidas del esplendor.

El dolor es dolor; el sufrimiento, sufrimiento. Además, el hombre no sólo sufre en presente; tiene memoria y tiene capacidad de anticipación; es la única criatura que se duele por adelantado; en ese juego del tiempo y del espacio, la libertad del hombre se nos presenta como espada de doble filo: puede cortar con todo, o puede – y ahí­ está el “quid”- convertir el sin-sentido del sufrimiento en algo con sentido; a nivel popular se refleja en la expresión de “no hay mal que por bien no venga”.

D) LA VEJEZ

 

Una historia verdadera (David Lynch, 1999). La trama se desarrolla en la década de los noventa. Alvin Straigh, un anciano de 73 años, vive en Laurens (Iowa), con una hija suya, Rose muy buena, que oculta un doloroso pasado tras un problema de lenguaje y una apariencia fronteriza. Rose ha perdido la custodia de sus hijos tras un incendio doméstico.

Una caí­da, con ruptura de cadera, y otros males propios de la vejez, retienen a Alvin en casa, haciendo una vida más o menos rutinaria.

Tiene un hermano, Lylle, que vive en Wisconsin, con el que no se habla desde hace diez años. Recibe la noticia de que está enfermo, y decide visitarle y hacer las paces antes de que sea demasiado tarde.

Como no tiene dinero, ni tampoco le permiten tener carnet de conducir se anima a realizar el trayecto en un pequeño tractor cortacésped. Así­ recorrerá 560 Km, a una velocidad de 10 Km./hora.

La pelí­cula es la realización de este recorrido, en el que Alvin va adentrándose en diferentes paisajes naturales y humanos, reconociendo lugares y personas, descubriendo otros, solucionando pequeños problemas, y arreglándoselas para solucionar los diversos y pequeños imprevistos de su tractor y de su salud fí­sica.

Llegará a ver a su hermano y, sin necesidad de explicaciones, el uno junto al otro, en la terraza de la casa ponen punto final a esta pelí­cula. Nos quedará la luz y la sensibilidad de una trama, de una historia verdadera.

El protagonista parece olvidar sus años, sus achaques, los problemas familiares, las dificultades naturales de un viaje en solitario, los problemas técnicos de su medio de transporte, su soledad. Y va esencialmente a dónde se ha propuesto.

La figura de Alvin nos recuerda a una frase feliz de Azorí­n “tiene la suave melancolí­a de los pueblos que han vivido mucho y la habilidad de no dejarse defraudar. Alvin no es viejo, tiene el candor de una total humanidad.

E) EL ROSTRO HUMANO DEL CINE

Al director Kieslowski (fallecido 1996), llamado el retratista ético del cine, le preocupaba la falta de comunicación, el distanciamiento entre las personas; se consideraba vinculado al cine “de la inquietud” moral, y en sus pelí­culas, por desgracia para nosotros pocas, apostó por las relaciones humanas, cuajadas de tolerancia, belleza, calma… como susurros estéticos que despliegan humanidad. Su carisma es que no decí­a grandes cosas, sino lo esencial; investigaba los más recónditos aspectos del amor, de la muerte, de los valores universales. Su investigación se realiza en la elegancia; a veces la cámara, como en Rojo (1993) permanece a menudo en el rostro del personaje, porque para el director ese rostro es tan expresivo como una bomba. Hací­a cine no para dar respuesta, sino para hacer preguntas: ¿Qué es lo que se ve? ¿qué pasa con el frí­o, está más cerca de la muerte o de la vida? Respuestas paradójicamente cercanas y lejanas. “Rojo” es una pelí­cula de afectos, elaborada entre los dedos del cine de su director, como un coleccionista de guiños y azares y ahogos de la vida humana que, felizmente, pueden llevarse mejor con los otros.

Recordemos por ejemplo a Capra ““Sucedió una noche (1934), El secreto de vivir(1936), Vive como quieras (1938), Juan Nadie (1941)… ““todas sus pelí­culas están repletas de humanidad.

O a John Ford capaz de hacer creí­ble cualquier historia. Su poética se basaba en el conocimiento de los comportamientos humanos. En la secuencia de Las uvas de la ira (1940) previa la marcha de Tom Joad, éste habla con su madre. No hay gestos. El rostro inquieto y embrujado está encerrado en un plano corto y fijo. Ma Joad escucha emocionada. Es la última vez que va a estar con su hijo. Los ojos de Tom no se apartan de los de su madre que le acaba de preguntar por el camino que va a seguir: “Estaré aquí­, en la oscuridad, estaré en todas partes. Adonde mires; donde haya una lucha, para que la gente hambrienta pueda comer, allí­ estaré. Donde haya un policí­a golpeando a un muchacho, allí­ estaré. Estaré en el modo en que los niños rí­en cuando tienen hambre y saben que la cena está lista, y cuando la gente come lo que ha cultivado y vive en las casas que ha construido; allí­ también estaré…” Nadie fue capaz de llenar una pantalla con tanta verdad y con tanta emoción.

El cine, como todo arte, como la literatura”¦son fuentes para ampliar, profundizar y enriquecer la experiencia fáctica del hombre. Señalaba el realizador Dreyer que entre la obra de arte y el ser humano existe una semejanza muy estrecha porque ambos tienen alma. Y el alma expresa un estilo. Por el estilo, el creador fusiona los diversos elementos de su obra, obligando al público a que vea el argumento con sus propios ojos, pero a su vez crea un puente con el espectador, y éste con los otros espectadores, y con sus amigos. Y pueden establecerse unas relaciones humanas auténticas, ordenadas, que nos llevan a conocernos mejor, que nos perfeccionan. Uno de los honestos objetivos de la bioética, que tan plástica y pedagógicamente se plasman en el cine.

[1] C.S. LEWIS, El diablo propone un brindis, RIALP, 1993, 25

[2] R. SPAEMANN, Felicidad y Benevolencia, Rialp, 1991, 37 y 107

[3] CAFFARRA, C. Vivir en Cristo. EUNSA, 1988,  157 y 177

[4] A. MILLAN PUELLES, La libre afirmación de nuestro ser. RIALP, 1994, en el contexto

[5] J. GRENADIER, Calibán, II-2002

[6] G. VILALLONGA, Aceprensa 93/01

[7] J. ORELLANA, J. (Crí­tico de cine en el Suplemento ABC Alfa y Omega)

 

Murcia, 23-X-02

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