La ciencia como ética (Porf. Ziman)

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LA CIENCIA COMO ETICA John ZIMAN Profesor de física teórica de la Universidad de Bristol Hace cincuenta años, cuando entré en contacto con la ciencia, raramente se hablaba sobre temas éticos. Pero actualmente, el tema de la ética en la ciencia no sólo ocupa los anuncios y los suplementos dominicales, también …

LA CIENCIA COMO ETICA

 

John ZIMAN
Profesor de física teórica de la Universidad de Bristol

Hace cincuenta años, cuando entré en contacto con la ciencia, raramente se hablaba sobre temas éticos. Pero actualmente, el tema de la ética en la ciencia no sólo ocupa los anuncios y los suplementos dominicales, también lo encontramos en libros, periódicos y conferencias. Lo cual me alegra, ya que he pasado la mayor parte de mi vida instando a mis colegas a ser más “responsables socialmente”. Pero, ¿cómo ha surgido este brusco cambio de actitud? ¿Por qué se espera que los científicos tengan ahora más en cuenta la ética de lo que solían? Algunos verán en ello tan sólo una consecuencia natural de la creciente influencia de la ciencia en la sociedad. Yo lo interpreto como un síntoma de la transformación de la ciencia en un nuevo tipo de institución social.

Hace cincuenta años, el mundo de la ciencia se dividía en dos tipos de instituciones. En las universidades y en organizaciones públicas de investigación se practicaba la “ciencia académica”. En los laboratorios industriales y en los de investigación y desarrollo gubernamentales se practicaba la “ciencia industrial”. Eran dos culturas diferentes, ligadas íntimamente en muchos sentidos, pero en donde los asuntos éticos se planteaban de forma bastante diferente.

La ciencia académica era enormemente individualista. Los nombramientos de la gente se debían a la contribución al conocimiento mediante publicaciones científicas. Las universidades y los institutos de investigación tenían poca influencia directa en las investigaciones. Los académicos decidían por sí mismos los temas a investigar y la forma de hacerlo. Su único límite, enorme en la práctica, era el profundo escrutinio de los resultados de su investigación por parte de otros miembros de alguna de las innumerables comunidades de investigación especializada que forman el mundo científico.

Los científicos académicos formaban parte de una red institucional mundial. La producción de conocimientos fiables estaba tan poco organizada que casi parecía el sueño de un anarquista. Funcionaba gracias a una serie de formas de actuación bien establecidas, tales como la revisión por parte de los colegas, el respeto por la prioridad del descubrimiento, la enumeración exhaustiva de la bibliografía, la selección por méritos según la calidad de investigación, etc. En 1942, Robert Merton argumentó que se cumplían una serie de normas que juntas constituían un “credo” para la ciencia. El análisis de Merton es rechazado por la mayoría de los sociólogos de hoy en día, pero yo creo que todavía proporciona el mejor marco teórico para comprender cómo interactúan estas formas de actuación para producir el tipo de conocimiento que reconocemos específicamente como “científico”.

Paradójicamente, este “credo” no tiene una dimensión ética convencional. Como mucho define una estructura básica para una comunidad liberal perfectamente democrática y universal. Aunque es un requisito previo fundamental en el debate ético, este debate se ve apartado de la propia ciencia académica por la norma de “desinterés” de Merton. Para lograr una objetividad completa, que se supone fundamental, las normas dictan que todos los resultados científicos deben ser conducidos, presentados y discutidos de forma impersonal, como si estuviesen producidos por androides o ángeles.

Pero los temas éticos siempre tienen un interés humano. La ética trata sobre conflictos que surgen al intentar solucionar necesidades y valores humanos reales. El credo oficial de la ciencia académica elimina sistemáticamente estas consideraciones. Lo importante es que este principio de “no ética” no es un módulo obsoleto, sino una parte integral de un complejo marco cultural. Las normas de Merton se combinan de forma diferente para motivar y permitir una gran gama de formas y procesos de actuación. Entre ellas no hay espacio para otras virtudes o valores diferentes a la supuesta verdad objetiva y desinteresada. Los científicos académicos siempre han tenido en cuenta, por supuesto, consideraciones éticas en su trabajo, pero han tenido que rescatarlas a escondidas de la vida privada, de la política, de la religión o de las meras tendencias humanitarias. Incluso ahora, muchos científicos expertos rechazan instintivamente la intrusión de este elemento problemático en su dedicada y ordenada vida.

 

 

Investigaciones sin dueño

 

Ahora vayamos a la “ciencia industrial”. Esencialmente tiene la misma base de conocimientos que la académica, pero sociológicamente es diferente. Sus principios estructurales son normas codificadas, ya que los imponen explícitamente los organismos empresariales que pagan a los científicos por su trabajo, No digo que estos principios sean completamente opuestos a la ética académica, pero ciertamente existen muchos contrastes. Uno es que generalmente los científicos industriales no “son dueños” de sus investigaciones, ya que no eligen sus propios proyectos ni son libres de publicar resultados por propia iniciativa.

La ciencia industrial no es un complemento de la ciencia académica, sino una cultura paralela en la que personas con talento se sirven de la ciencia para producir conocimientos valiosos, Pero no hay un término ético en su lenguaje social. Es cierto que un grupo especializado de científicos industriales puede juntarse para formular un código profesional que cubra varios aspectos de su trabajo, aunque esta forma de actuación no es intrínseca a la investigación y sigue estando sujeta a sus obligaciones contractuales como empleados de una empresa.

La ciencia industrial, desde la agricultura hasta los zoológicos, pasando por la medicina mental o la fabricación de misiles, está íntimamente ligada a la vida diaria, Los valores y necesidades personales de los clientes, pacientes y otros usuarios deben tenerse en cuenta. En teoría, los problemas técnicos incluyen casi siempre aspectos éticos. Es mucho más probable que los científicos industriales se tropiecen con dilemas éticos a que lo hagan sus colegas académicos.

El problema es que los científicos industriales no tienen una influencia directa en la resolución de estos dilemas. La responsabilidad recae legalmente en los directivos de las empresas, que raramente tienen una formación científica. De hecho, para la mayoría de los científicos industriales, una preocupación activa por temas éticos implica meterse en problemas. Como sucede con los científicos académicos, ellos también se sienten más seguros si pueden mantener la ética apartada de su trabajo. Por supuesto, los científicos industriales no deberían trabajar para empresas o gobiernos cuya política sea éticamente inaceptable, Deberían despedirse e incluso hacer saltar la voz de alarma, si se les pide que realicen trabajos poco éticos. Pero estos son dilemas morales que no son específicos de la ciencia o de los científicos.

 

 

Fusión de científicos

 

Esta división de la ciencia en dos tradiciones culturales es muy esquemática, pero muestra cómo la ciencia se ha visto aislada de la ética por dos razones bastante diferentes. Por una parte, se supone que los científicos académicos se muestran indiferentes a las consecuencias potenciales de su trabajo, Por otra, los científicos industriales hacen un trabajo cuyas consecuencias se consideran demasiado serias para dejarlas en sus manos,

En los últimos años, sin embargo, estas dos culturas han comenzado a fusionarse. Este es un proceso complejo, penetrante e irreversible, producido por fuerzas que todavía no son bien conocidas. La cultura de investigación híbrida que está emergiendo ahora ha sido denominada por algunos “Modelo 2”, para diferenciarla del estilo más tradicional del “Modelo 1”. Yo prefiero llamarla “post-académica”, para mostrar que conserva externamente muchas formas de actuación académicas y todavía se localiza parcialmente en círculos académicos,

La ciencia post-académica tiene características que hacen absurdas las barreras tradicionales entre ciencia y ética. Como hemos visto, las dos razones para mantener las consideraciones éticas separadas de las dos diferentes tradiciones científicas son esencialmente inconsistentes. Aplicadas simultáneamente no se apoyan entre sí, sino más bien tienden a anularse.

La investigación post-académica se realiza normalmente por una sucesión de “proyectos”. A medida que se intensifica la competencia por fondos, las propuestas de proyectos se vuelven más específicas en relación a los resultados esperados de la investigación, incluyendo su impacto social y económico más amplio. Esto ya no es algo que deben determinar los investigadores. Ya no se espera que las universidades y las instituciones de investigación se dediquen exclusivamente a la “búsqueda del conocimiento” en sí misma. Se ven impulsadas a buscar patrocinio industrial y a explotar al máximo cualquier descubrimiento patentable hecho por sus académicos, especialmente cuando se sospecha un posible beneficio comercial.

Se ha argumentado que toda investigación del “Modelo 2” procede de problemas que surgen de las aplicaciones científicas. Esto no significa que la ciencia básica vaya a desaparecer. El camino hacia la solución de muchos problemas urgentes, como el hallazgo de una curación para Sida, pasa seguramente por muchos territorios de investigación básica, remotos y aparentemente sin importancia. Pero el mero hecho de que estos caminos provengan de necesidades humanas de¡ pasado y se dirijan al futuro, les da una dimensión ética explícita. Incluso la investigación más básica tiene así potenciales consecuencias humanas, de forma que los investigadores se ven obligados a preguntarse si todos los objetivos de la actividad que realizan se ajustan a sus propios valores.

Para la mayoría de los científicos industriales, la situación no ha cambiado mucho. Pero el típico papel post-académico de empresario científico independiente combina los riesgos morales con los financieros, y no permite que los problemas éticos alcancen a los directivos no científicos. ¿Deben estos científicos permanecer ligados a la ética académica que aceptaron al realizar sus doctorados?

Otra característica de la ciencia post-académica es que es en gran parte producto del trabajo de equipos científicos, a menudo de varias instituciones diferentes. ¿Dónde recaen entonces las responsabilidades éticas? ¿Debe culparse al líder del trabajo deshonesto de uno de los miembros del equipo? ¿Qué código ético debe aplicarse a un equipo que incluye científicos académicos e industriales? Para complicar más el problema, los equipos suelen ser temporales. ¿Cómo funcionan las consideraciones éticas en estos entornos?

Estos son sólo algunos ejemplos de cómo la transición hacia la ciencia post-académica está forzando a los científicos a ser más sensibles frente a temas éticos. Una de las virtudes de la nueva forma de producción de conocimientos es que no puede esconder sus problemas éticos debajo de la alfombra, La ciencia ya no puede volver la espalda a asuntos que muchos de nosotros hemos intentado durante mucho tiempo sacar a luz.

 

(Publicado en El Cultural, Suplemento del periódico El Mundo)

 

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