Para el profesor Del Barco, el hombre no precisa satisfacer exigencias ni cumplir requisitos para ser persona, porque la mayor aportación de la persona es ella misma, un ser con otros seres, no un ser solo. Un ser-con, cuya forma más alta de coexistencia es el amor. El amor, ya lo …
Para el profesor Del Barco, el hombre no precisa satisfacer exigencias ni cumplir requisitos para ser persona, porque la mayor aportación de la persona es ella misma, un ser con otros seres, no un ser solo. Un ser-con, cuya forma más alta de coexistencia es el amor.
El amor, ya lo decía Santo Tomás, es siempre el regalo esencial. Así hay que entender el amor sexual, sin trivializarlo como una condición accidental de nuestro ser y sin magnificarlo, como si fuera lo exclusivo de nuestro vivir.
La sexualidad pertenece a la relación amorosa de la persona con el mundo, a ese modo de estar que llamamos amor, y que es amor actualizado en la esfera de lo corporal. Un amor que puede realizarse ya sea en la actividad sexual, ya en la abstinencia.
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Los diversos modos de este amor, su estrechez o su amplitud, se realizan en la esfera del comportamiento humano, por lo que configura no sólo la esfera de lo corporal sino todas las dimensiones del ser.
La masculinidad existe en tanto que existe la feminidad; la feminidad tiene sentido en la medida en que existe la masculinidad. La masculinidad explica la feminidad; la feminidad explica la masculinidad. No sólo se explican sino que se justifican.
El que se casa, no regala algo, un objeto de más o menos valor: se da a sí mismo. Y no recibe un precio por esa entrega, porque el amor no se vende: recibe un don, otra vida, que sólo puede ser gratuito, y que será para siempre de los dos. Así como al descubrir las leyes de la materia el hombre es capaz de grandes progresos técnicos, del mismo modo, el reconocimiento del espíritu y de las leyes morales, elevan a la persona.
El cuerpo y sus dinamismos tienen un significado moral, no porque la biología se constituya en un principio de la ética, sino porque la persona no se da sin su dimensión corporal. Los cuerpos, en el matrimonio, son dados el uno al otro no como objeto, como algo de lo que disponer, sino como sujeto, con quienes hablar y a los que respetar en su irreductible alteridad subjetiva.
La sexualidad es propia de todas las especies bisexuales en las que el macho, por una atracción biológica invencible, cubre a la hembra, pero entre el hombre y la mujer esta atracción biológica se humaniza, pues no tienen sólo cuerpos que copulan, sino alma, espíritu, capacidad de amar, misterio. La pura atracción sexual puede convertirse en lo más entrañable del ser humano. Precisamente por esto, la consecuencia del amor copulativo puede ser la procreación, pero nunca es su fundamento, aunque la misión vocacional a la paternidad y a la maternidad constituye un aspecto fundamental del camino emprendido.
Los órganos sexuales son los encargados de llevar a cabo el acto que expresa la unión personal, y de abrirla de modo natural a la fecundidad. Son portadores de una doble capacidad: la puramente reproductora, y la que expresa y realiza la unión de intimidades. Son los órganos más íntimos, y con ellos se realiza el ejercicio natural de los impulsos sexuales en su integración paulatina desde las instancias superiores de la personalidad. Es una forma de relacionarse, que se abre a la donación de la vida como una expansión de su dinámica propia; la donación de los amantes se hace fecunda porque en ella participa el cuerpo.
En la intimidad común de los amantes brota una novedad absoluta: una tercera intimidad, algo que desborda a los mismos padres. Entre la unión sexual y la aparición de una nueva persona hay un salto evidente; entramos en el terreno del misterio.
No realiza las exigencias del ser el que los cuerpos se acepten sin más y de modo eventual, como una forma de divertimento las relaciones sexuales, sobre todo en adolescentes, que quizás acaban de conocerse y a los que únicamente les ha dado tiempo a sentir el primer impacto corporal. Convertir esto que está pasando en una especie de norma, es reducir a la persona en un objeto manipulador y manipulable.
En la base de las perturbaciones sexuales hay una restricción del modo amoroso de estar en el mundo, una radical alteración existencial, un empequeñecimiento estructural de las relaciones del hombre consigo mismo y con el mundo; se ha perdido y desdibujado la dimensión simbólica, pero a su vez, se añora, precisamente por ello, siempre hay una puerta abierta a la esperanza, porque el comportamiento sexual de la persona no depende fundamentalmente de su constitución, ni de la estructura social en la que está insertado, sino de ella, y puede educarse y transformarse. Por tanto, lo que cada uno al menos puede y debe hacer para afirmar la vida es vivir agradecidamente con la conciencia de su dignidad.
Ahora que la medicina ha penetrado mejor el secreto de la transmisión de la vida, avancemos también en el mayor respeto a la persona, amemos a cada persona, protejamos su misterio, su corporalidad, su espiritualidad. Sólo así el progreso de la ciencia será, paradójicamente, progreso.