EL grado de coherencia entre lo retórico y lo real facilita un diagnóstico social determinante hoy. De ahí lo decisivo de conocer tanto la realidad como el lenguaje para comunicarla. Bien lubricado, este binomio identifica mejor dos estados tan próximos como deficientes en la opinión pública (ser sin parecer y parecer sin ser) y fomenta el ideal (ser y parecer).
Además, un mayor saber permite sumarse a causas que generan unanimidad o apoyo casi total. Paradójicamente, al amparo de los mismos valores de la justicia y la vida, algunos defienden medidas, como la pena de muerte o la guerra, que otros rechazamos.
¿Cuántas formas de ver y vivir la vida? Tantas como personas. ¿Contrarios a la vida por principio? Difíciles de encontrar. ¿Defender la vida y, de hecho, atacarla? No. ¿Sólo defienden la vida quienes dicen hacerlo? Tampoco. ¿Mejorar sin cambios? Imposible.
Principios dinámicos
Un defensor de la vida en el siglo XXI, probablemente, encarna ciertas actitudes integradas con armonía. Entre otros muchos ejemplos, apoya la ampliación de derechos, sobre todo de los más débiles. Se opone a todo lo que atenta contra la vida, como la guerra, la pena de muerte, la eutanasia, la violencia contra las mujeres, el terrorismo, el aborto y el hambre.
Argumenta que el consenso social de prácticas aberrantes, como la esclavitud durante siglos, no atenúa su perversión. Defiende que cada uno es dueño de su cuerpo, pero no del que tiene al lado ni dentro. Propugna el respeto hacia los animales y condena las barbaridades cometidas contra ellos.
Se implica en la defensa del medio ambiente. Aplaude a su gobierno cuando consigue reducir las muertes por accidentes de tráfico. Recuerda a los fanáticos que no se puede obligar a nadie a hacer el bien, que no hay pecador sin futuro ni santo sin pasado, que difícilmente cree en Dios quien desprecia la libertad.
Escucha más que habla y comprende más que condena. Prefiere el sí al no, el y al pero, el también al tampoco, el premio al castigo, el más al menos. El defensor ideal reconoce que también yerra y, precisamente por eso, si se equivoca, procura que sus errores sean nuevos.
Escucha comprensiva
Solemos hablar demasiado al tratar de atraer a los demás a nuestro modo de pensar, cuando deberían hablar primero ellos, que saben más que nosotros de sus problemas, luchas y sufrimientos. Es preciso crear un clima en el que puedan expresarse sin milimetrar sus palabras y mostrar sus debilidades sin temor a que se les censure.
Paradigmático el caso de Mary, una adolescente desesperada que se había quedado embarazada y sufría fuertes presiones para abortar. Durante semanas buscó ayuda sin saber a quién dirigirse. Al hablar con ella y preguntarle por qué no había acudido a una amiga que colaboraba fervorosamente en una asociación pro vida, respondió: “Imposible. No puedo hablar con ella sobre estos temas. Sería un escándalo para ella. Nuestra amistad acabaría”.
Cuando alguien se halla en las profundidades del dolor, ¿no es precisamente el amigo, la amiga, quien debe luchar por y con esa persona? Sé solidario con los otros, sobre todo, cuando sean culpables, reza un proverbio francés. El comentario mordaz o cínico no ayuda, sino que hunde al otro todavía más en la miseria. En cambio, si nota un verdadero interés, una auténtica preocupación por su persona y situación, puede reaccionar favorablemente. La comprensión surte un efecto sanante.
Apertura mental. Ante la masificación y el anonimato de nuestra época necesitamos lugares cálidos, espacios en los que sentirnos como en casa. Con amigos surge la confianza, la experiencia del hogar. Para muchos, la amistad es su hogar y su patria en medio de una tierra sin patria ni hogar.
Cuánto enriquece tener amigos de otros partidos políticos, otras profesiones, religiones, nacionalidades y culturas. Ser y parecer abierto abre un mar sin orillas. Tratar y querer a la gente más variada amplía la mente y ensancha el corazón. Alguien así recibe mucho y entrega más. Es quien mejor puede orientar a los que parecen encontrarse sin salida.
Ciencia y libertad
Quien defiende la vida siempre quiere saber más, sin miedo, busca la verdad, se oxigena con la libertad propia y ajena. Apuesta por la ciencia, al tiempo que es consciente de realidades tan ciertas como indemostrables científicamente, como el cariño. La coacción puede evitar males (muerte de inocentes), pero es un medio inadecuado para conducir a alguien hacia el bien.
Un cambio violento no suele ser profundo ni duradero. Lo ilustra la fábula del sol y el viento en su discusión acerca de cuál era más fuerte. El viento dijo: “¿Ves aquel chico envuelto en una capa? Te apuesto a que le haré quitar la capa antes que tú”. Comenzó a soplar con enorme fuerza hasta convertirse casi en ciclón. Cuanto más soplaba, más se envolvía el chico en su capa. Por fin, el viento cesó y se declaró vencido. Entonces salió el sol y sonrió al chico, quien, poco después, acalorado, se quitó la capa. La suavidad es más poderosa que la furia.
El corazón supone una vía para llegar a la razón de otra persona. Si nos rechaza, no podemos hacer nada. Si percibe que la queremos de verdad, que es especial e importante para nosotros, y que le deseamos ser plenamente feliz, entonces surge la posibilidad de una relación amistosa, en la que cada uno escucha al otro y todos aprenden mutuamente.
Motivar y decepcionar puede conseguirse con lo que se dice, lo que se hace, lo que no se dice y lo que no se hace. Repetir frases trilladas suele minar la escucha. No deberíamos olvidar que las palabras y hasta los mejores ejemplos se desgastan con el uso excesivo.
Los argumentos a favor de la vida, utilizados con frecuencia y en tantos contextos, pueden acabar desactivados. Necesitamos una fidelidad creativa a principios comunes, de manera que seamos y parezcamos defensores de la vida, de todas las vidas.
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domingo, 07 de marzo de 2010
Jutta Burggraf y Enrique Sueiro