Hoy día se entiende que la calidad de vida se encuentra gravemente mermada por molestias, dolores, episodios depresivos o malestar general y esto se traduce en el modo en que se autoperciben los ancianos. Esta extendida “presión social” sobre el dolor y quienes lo padecen, coloca indefectiblemente a los ancianos en el punto de mira de una sociedad que no concibe el dolor ni el sufrimiento –ni por tanto la muerte- como parte de nuestra naturaleza corporal limitada, finita y a la vez espiritual.
Tesis de Máster en la Universidad Católica de Murcia