Creación, procreación y manipulación (J.M. Serrano)

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El Diccionario de la Real Academia Española recoge como primera acepción de creación “el acto de criar o sacar Dios una cosa de la nada”, cómo segunda “mundo, conjunto de todas las cosas creadas”. Como no podí­a ser menos la austera lengua castellana, la lengua para hablar con Dios que …

 

 

El Diccionario de la Real Academia Española recoge como primera acepción de creación “el acto de criar o sacar Dios una cosa de la nada”, cómo segunda “mundo, conjunto de todas las cosas creadas”. Como no podí­a ser menos la austera lengua castellana, la lengua para hablar con Dios que dijera Carlos I, Quinto según los alemanes, esboza una visión plenamente cristiana, en la que, en su sentido estricto, el hombre no crea.

No hay una Madre Naturaleza sino un mundo conjunto de las cosas creadas por Dios de la Nada. Si a través del diccionario penetramos mas allá, hacia el sustrato que da sentido a este idioma como a tantos occidentales, veremos que la Creación es regida de forma providente por Dios a través de la ley eterna. El hombre cristiano contempla un mundo ambivalente, bueno en cuanto creado por Dios, hostil por razón del pecado.

Procreación es según el mismo diccionario “Acción y efecto de procrear” y esto a su vez consiste en “engendrar, multiplicar una especie”. Procrear, y no intento hacer un mero juego de palabras, tiene sentido dentro de la creación, es evidente que no se procrea de la nada sino en un contexto de algo creado y ordenado, es decir sujeto a la ley eterna, que para el hombre es ley natural. Dentro de la creación el hombre ocupa una posición especial, esto no es un conocimiento revelado sino que se puede adquirir por la contemplación de la realidad mediante nuestra razón. El hombre racional y libre ocupa una posición eminente, por su realidad y por su destino, dentro del orden creado.

La vinculación del hombre al creador es especial. La mejor filosofí­a, inscrita en nuestra tradición occidental lo observó a través de Sócrates o Platón; las religiones, me refiero a las humanas, es decir, a las no reveladas directamente por Dios, lo intuyen en el mismo hecho religioso que las da sentido. La Iglesia nos enseña que esta vinculación es tan estricta que el alma espiritual es directamente creada por Dios, no la transmitimos a nuestros hijos. El error del traducianismo se hace evidente en la tentación de dominio que podrí­a surgir respecto al ser que es llamado a la vida. Los que hemos tenido hijos tenemos esta experiencia, son en cierta medida nuestros, carne de nuestra carne, pero frente a nuestras creaciones, estas páginas por ejemplo, gozan de una situación especial. Son libres, se van haciendo adultos, desde pequeños van afirmando su personalidad, superan cualquier creación, uso un sentido derivado, que nosotros pudiéramos hacer.

Aquí­ surge la peculiaridad del acto procreativo humano, acto libre por excelencia que nos convierte en colaboradores de Dios en hacer algo que nos trasciende, traer un hombre al mundo destinado al cielo.

Manipular es algo distinto. En su primer sentido es “operar con las manos o con cualquier instrumento”; nada que ver con la procreación. Incluso la manipulación admite un sentido despectivo, cuando se aplica a áreas que no son especí­ficamente las propias de esta actividad, así­ en nuestra lengua se manipula con cuidado un objeto, pero la manipulación de una persona es siempre nociva. Manipular en este sentido figurado es “intervenir con medios hábiles y a veces arteros en la polí­tica, en la sociedad, en el mercado etc., con frecuencia para servir los intereses propios y ajenos.”

En consecuencia, se manipulan propiamente los objetos a través de las manos y de instrumentos, nunca las personas. Las manos acarician a las personas no las manipulan.

El objeto de esta comunicación es observar cómo la procreación se ha podido convertir en una manipulación, es decir, en que forma hemos podido perder las ní­tidas diferencias que entre nosotros tienen los términos hasta ahora analizados.

Hemos empezado diciendo que la procreación adquiere su pleno sentido en la observación de su similitud por un lado, y radical diferencia por otro, con la creación. Si algo es evidente en nuestros dí­as es que nadie utiliza el termino creación sustituido por una pluralidad de sinónimos destinados a quitar del horizonte la presencia de un Dios personal, origen del Universo. El proceso, sobradamente analizado, coincide con la evolución de la modernidad. Para analizar la realidad la Ciencia moderna la dividió, la separó y la fue privando de sentido propio, reducida al sentido que el mismo hombre quisiese darle. La Ciencia se ocupa de formular las preguntas que preocupan al hombre, la realidad es en cuanto las responde.

El prodigioso avance cientí­fico ha ocultado los problemas del proceso, la perdida del horizonte real, la reducción de los medios de conocimiento a medida que conocí­amos mas a través del único medio de la ciencia positiva. El esquema acabó alcanzando a la propia Divinidad, interrogada en cuanto serví­a al hombre, causa cada vez más remota que se invocaba cada vez menos, eliminada cuando se consideró que esto es requisito indispensable de la liberación. En su último paso alcanzó al hombre.

La ciencia en su intervención práctica crea la tecnologí­a, mito contemporáneo sustituto del cientí­fico. Se conoce para actuar y para mejorar la condición humana. Todo conocimiento se hace manipulador en cuanto se conoce para manipular y no es factible conocer sin manipular. La tecnologí­a crea su mentalidad pareja, la mentalidad tecnológica, plenamente dominadora en estos tiempos y crea su interpretación polí­tica, la tecnocracia, es decir, el FMI.

La mentalidad tecnológica invade todos los ámbitos y proyecta su hacer sobre el propio hombre. El hombre es diseccionado y manipulado. Deja de ser persona y pasa de sujeto a objeto.

Recordemos que la relación procreación-creación, partí­a del especial estatuto del hombre dentro del Universo por razón de su semejanza con el Dios creador. A pesar del aparente proceso de proyección a primer plano de la figura del hombre que se da en la cultura contemporánea, la muerte de Dios implica la perdida de este estatuto. Por otro lado, sin Dios no hay creación sino Universo sobre el que se interviene. La mentalidad tecnológica por las razones arriba apuntadas no puede conocer lo que es la procreación plenamente humana. No entiende el acto de colaboración con Dios que requiere el encuentro de amor de dos personas. No entiende el surgimiento del ser libre sobre el que no se dispone. No comprende la necesidad de un “útero espiritual”, la familia, donde el hombre es recibido cómo se merece. Ignora las exigencias de un acto en el que la acción con las manos, mediante un instrumento técnico, introduce un elemento absolutamente extraño.

Por todo ello, entendemos que el acto en el que se manifiesta con mayor vigor la intervención de la mentalidad tecnocrática en la procreación es lo que con razón se ha denominado la procreación artificial. En el contexto de nuestra cultura occidental procreación y artificial son términos mutuamente excluyentes, no hay artificialidad en la procreación, la artificialidad “Hecho con la mano o arte del hombre’ reconduce necesariamente a la manipulación.

Es por ello que en el tema que tratamos no nos estamos refiriendo a excesos dentro de una práctica correcta, cómo hacen los moderados que rechazan, por ejemplo, la clonación y admiten todo lo demás, donde todo lo demás es congelación, destrucción, cesión, venta o alquiler; nos referimos a una práctica que al reducir al hombre a objeto de manipulación, ignora su estatuto de persona, la despersonaliza para hacerla medible, contable, en fin manipulable; en definitiva, conduce a la abolición del hombre.

(Intervención efectuada en el Congreso de la ACCE en San Petersburgo, publicado en CB 1996)

 

 

 

 

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