Max Scheler. Sobre el pudor y el sentimiento de vergüenza

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Max Scheler. Sobre el pudor y el sentimiento de vergüenza. Sí­gueme. Salamanca (2004). 157 págs.

En este estudio de 1913, que por primera vez se edita en español, asistimos a un prodigio de aplicación de los principios de la fenomenologí­a, entendidos como la descripción pormenorizada de la experiencia que acompaña al ser humano en cualquier asunto que le incumba.

Llama la atención la capacidad de Scheler para analizar y dar cuenta de lo que nos pasa cada vez que vivimos la experiencias del pudor o de la vergüenza. Sus reflexiones sobre las diferencias entre estos dos sentimientos y otros como humildad, arrepentimiento y honor, vanidad y afán de gloria, asco y aversión, etc., resultan magistrales y verdaderamente ayudan al conocimiento propio.

Por otro lado es muy interesante ver cómo desbanca la interpretación psicoanalí­tica del pudor entendido como represión, interpretación en la que tanto pudor como vergí¼enza eran valorados negativamente y se buscaba una desinhibición “liberadora” (Scheler parece casi un profeta que se adelanta a las consecuencias deshumanizadoras de la revolución sexual del 68). La tesis del autor es justamente la contraria: la pérdida del sentido del pudor supone siempre una degradación del ser humano en la medida en que se desacraliza el cuerpo, la sexualidad y -en el fondo, y eso es lo grave- a la persona misma. El pudor no es originado por la educación (sí­ lo son en cambio las diversas manifestaciones de lo pudoroso): es un valor que acompaña al núcleo del ser humano, en la medida en que éste no acepta ser reducido a la generalidad, sino que desde el principio es consciente de su condición de ser alguien único.

De ese modo Scheler entiende que la vergí¼enza es uno de los medios más necesarios para descubrir qué es el amor, el ser personal o una vida sexual plena de significado humano. Su defensa de lo espiritual le lleva a un descubrimiento entusiasmado del valor del cuerpo y de la dimensión sexual. Llamará sin duda la atención del lector que Scheler aplique estos dos valores como vehí­culo de una eugenesia natural (los seres humanos pudorosos engendrarán hijos mejores, justamente porque saben guardar su capacidad reproductiva para las mejores personas), como si los valores morales estuvieran determinados genéticamente, en un pensamiento muy de acuerdo con las teorí­as de “raza” que en 1913 estaban de moda en Alemania.

También me parece parcial su lectura de la moral cristiana, mucho más negativa de lo que hoy se presenta en el Magisterio.

Por último, quizás haya centrado excesivamente su atención en el campo de la sexualidad, cuando el pudor y la vergí¼enza pueden ser secundariamente aplicados a muchos otros terrenos de las relaciones humanas. Y un aviso: el método usado (la fenomenologí­a) hace que la obra resulte difí­cil, siendo necesario estar acostumbrado a la lectura de obras filosóficas exigentes. De todos modos, la presentación que Scheler hace del asunto es magistral y no resulta extraño que este autor haya sido de tanta utilidad para las reflexiones sobre el amor y la responsabilidad que realizara Karol Wojtyla.

 Javier Aranguren. Aceprensa

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