“Si uno se pregunta ¿quién mató a Vincent Humbert? Respondo: soy yo, no fue la señora Humbert”, dijo el doctor hospital de Berck-sur-Mer (norte) a la emisora “Europe 1”. Con estas palabras asumía la responsabilidad sobre la muerte de este enfermo. Unos días antes conocíamos la noticia: una mujer, Marie Humbert, …
“Si uno se pregunta ¿quién mató a Vincent Humbert? Respondo: soy yo, no fue la señora Humbert”, dijo el doctor hospital de Berck-sur-Mer (norte) a la emisora “Europe 1”. Con estas palabras asumía la responsabilidad sobre la muerte de este enfermo.
Unos días antes conocíamos la noticia: una mujer, Marie Humbert, había suministrado un barbitúrico tóxico en el suero que alimentaba a su hijo en su lecho del hospital donde yacía desde que hace tres años sufrió un grave accidente de automóvil. La pronta intervención de un facultativo había salvado temporalmente la vida del joven.
El caso ha supuesto para la sociedad francesa una llamada de atención sobre todo por el ejemplo de sus vecinas Holanda y Bélgica donde en algunos casos está despenalizado la eutanasia. En España algún medio de comunicación ha editorializado sobre la necesidad de legislar este matar que podríamos llamar muerte compasiva, con el fin, se afirma, de procurar una muerte digna a los enfermos que están en situación terminal o extrema de existencia.
Aunque el tema de la eutanasia tiene diversos enfoques bajo los que debe ser afrontado, aquí querríamos referirnos hoy a éste de la muerte por compasión.
Nadie puede negar el sufrimiento de una persona joven que queda paralizada en una cama, ni tampoco el de su madre que tiene que contemplarle en esa situación de impotencia. Por eso se comprende que pueda plantearse acabar con su vida, matarle, con el fin de acabar con ese sufrimiento. Esta decisión, sin embargo, tampoco es nada fácil, y menos para una madre, y, sin duda, Marie ha tenido que hacerse una gran violencia para llevar a cabo una acción de ese tipo.
También en el caso del equipo médico tenemos noticias de lo difícil que ha resultado tomar la decisión de cesar las terapias activas, con el fin de dejarlo morir.
Ambas decisiones han sido calificadas de valientes, por atreverse a llevar a cabo algo que es muy difícil hacer. Pero que por el hecho de que sean valientes, deban alabarse como buenas o ejemplares, es el punto que me parece discutible.
Efectivamente hay un cierto tipo de valentía que podríamos llamar de decidir. Pero hay otro tipo de valentía que llamamos de vivir. El primero necesita un gran esfuerzo pero sólo durante un corto tiempo porque después desaparece el problema, porque se acaba con él. Este comportamiento suele ser muy apreciado en nuestra sociedad que valora la eficacia técnica en la resolución de problemas y que tiende a olvidar la responsabilidad posterior de las acciones que se llevan a cabo.
La valentía de vivir, no hace desaparecer los problemas, ni a los seres humanos, pero ayuda a vivir con ellos. Supone paciencia, asumir las situaciones, pero también ayudas médicas y sobre todo humanas.
Las ayudas médicas no hay que suponerlas. Hay personas que desconocen lo que ha avanzado la medicina en la supresión del dolor, y lo que han avanzado los medios técnicos para ayudar a los discapacitados. Es conocido el caso del profesor Stephen Hawking desde su silla de ruedas comunicándose a través de un ordenador que maneja con el movimiento del ojo. En este campo de la ayuda para superar la discapacitación nos queda mucho que recorrer en nuestra sociedad, y sin embargo la autonomía, y la comunicación son dos necesidades vitales para cualquier persona.
Respecto al sufrimiento físico, aquí en Canarias tenemos en la Unidad de Cuidados Paliativos, un ejemplo de cómo se puede conseguir contenerlo. ¿Se están dedicando suficientes recursos personales y materiales para que llegue a todos los enfermos que lo necesitan?
Pero todas las ayudas médicas y técnicas no sirven para nada si falla la solidaridad humana. Nadie puede sobrevivir si no se siente necesario para otros. Tanto más en el caso de una persona que necesita de los demás para sus necesidades más básicas. Es fácil que piense que no aporta nada a la sociedad, que es una carga, e incluso que los demás están deseando que muera.
Hace pocos meses aparecía en televisión el caso del belga Charles Devoit. Tetrapléjico y diabético. Había pedido al equipo médico que le suprimiese la medicación para la diabetes, de tal forma que en poco tiempo muriese. Una de las enfermeras le sugirió que escribiese a través del correo electrónico una carta a sus hijos. La respuesta no se hizo esperar: “Te necesitamos”. Tampoco el cambio de actitud: “al menos hasta que se hagan mayores debo vivir”.
Nuestra sociedad necesita comprender que le son necesarios los más necesitados porque en ellos se ejercita en amar y no en mercadear. Cuando nuestra sociedad valora como bueno y dedica sus recursos para atender a personas que no aportan ningún bien material a la sociedad, entonces está avanzando porque se está haciendo más humana. Está manifestando en la práctica que trata a las personas por lo que son, no por lo que tienen. Y además hay que decírselo así a estas personas: que hacen un gran bien a la sociedad. Que sí que se necesita de ellas.
Por esto me parece que se puede comprender que una persona en su dolor mate a otra por compasión. Pero que al mismo tiempo debe valorarse como negativo un hecho de ese tipo. Además que ocurran estos hechos supone un fuerte aldabonazo de atención sobre la falta de solidaridad, compasión, y acompañamiento del débil, en la que puede estar entrando nuestra sociedad.