Peter A. Singer, Solomón R. Benatar Centro de Bioética de la Univ. de Toronto (Canadá). Univ. de Ciudad del Cabo (Sudáfrica) La quinta revisión de la Declaración de Helsinki de 1964, publicada en octubre de 2000, sienta normas internacionales para la investigación médica en humanos. Sin embargo, es poco probable que las …
Peter A. Singer, Solomón R. Benatar
Centro de Bioética de la Univ. de Toronto (Canadá). Univ. de Ciudad del Cabo (Sudáfrica)
La quinta revisión de la Declaración de Helsinki de 1964, publicada en octubre de 2000, sienta normas internacionales para la investigación médica en humanos. Sin embargo, es poco probable que las revisiones de éste o cualquier otro código ético hagan la investigación más ética si no se cuenta con ciertos medios para reforzar, promover e implementar tales normas.
Reforzar la ética de la investigación es una necesidad no sólo en los países occidentales sino especialmente en los países en desarrollo. Un reciente informe publicado en el Washington Post revelaba que los estudios realizados en estos últimos constituyen “un banco de pruebas en expansión, poco y mal regulado, dominado por los intereses de la industria y que, con demasiada frecuencia, abunda en traiciones a las promesas realizadas a pacientes y consumidores”.
La investigación en los países desarrollados fue un punto especialmente delicado de la quinta revisión de la Declaración de Heisinki. pues continúa exigiendo que los nuevos tratamientos se contrasten frente “al mejor de los actuales”. Muchos críticos argumentan que esta norma no permite probar tratamientos de bajo coste -como la aspirina en la enfermedad coronaria- que podrían aportar mejoras sustanciales a los países en desarrollo pero que son inferiores al mejor tratamiento disponible en los países desarrollados. Autores como B.R. Bloom han razonado que la salud global mejoraría sustancialmente si la norma remitiese al “mejor tratamiento al alcance” y nosotros hemos abogado en otras ocasiones por ampliar el concepto de buena praxis en investigación en el sentido de que éste exigiría a los investigadores foráneos un profundo conocimiento del contexto social, económico y político que rodea a los ensayos en los países en desarrollo.
Pero ni siquiera la incorporación de estos puntos en una próxima revisión de la Declaración de Helsinki mejoraría, por sí sola, el panorama. La clave está en la gente, en adaptar las normas internacionales a las circunstancias locales, desarrollar y reforzar los códigos nacionales, impulsar los comités éticos e implantar procesos éticos para la toma de decisiones en investigación.
El Centro Internacional Fogarty, de los Institutos Nacionales de la Salud, lidera un movimiento para mejorar la aplicación de la ética de la investigación al destinar, a lo largo de los próximos cuatro años, 5,6 millones de dólares [algo más de mil millones de pesetas] a un programa de formación en bioética destinado a personal de los países en desarrollo. Estas alianzas norte-sur serán reforzadas por redes regionales exclusivamente del sur (como el Foro de Comités Eticos de Asia y el del Pacífico Occidental) y redes globales, como el Foro Global para la Bioética de la Investigación, que reúne a investigadores de los países en desarrollo, y a las organizaciones que financian los ensayos clínicos.
Formar líderes
El paso crucial que aún no se ha adoptado es impulsar los centros de ética y los programas de formación en los países en desarrollo. Al menos al principio será esencial el apoyo directo de donantes Internacionales. Un modelo interesante es la Red Internacional de Epidemiología Clínica (Inclen), un programa inicialmente financiado por la Fundación Rockefeller que creó una red de unidades de Epidemiología Clínica por todo el mundo: lo que proponemos es un Inclen de ética. Treinta centros de ética que formasen a 12 profesionales cada año -por poner un ejemplo- conseguirían que en diez años hubiese 3.600 preparados para presidir comités y formar en ética a investigadores y a los miembros de esos comités, a estudiantes y a políticos. El coste total seria de unos cien millones de dólares [aproximadamente 18.500 millones de pesetas].
Aún quedan por cerrar interrogantes esenciales en relación con los pilares sobre los que este planteamiento se sustenta en la práctica: cómo encajar esta formación en la carrera profesional de sus destinatarios, qué centros seleccionar, cómo implicar a las comunidades, las organizaciones no gubernamentales y las organizaciones internacionales y cómo evaluar los resultados de¡ programa. Y lo que es más importante: cómo se integra este programa en una visión más amplia de la salud pública y en el proceso de mejorar los sistemas nacionales -investigación clínica incluida- de salud.
Cualquier esfuerzo de esta índole deber partir de cuál es el contexto global de la salud: el 87 por ciento de los 2 billones de dólares del gasto sanitario mundial va destinado al 16 por ciento de la población; el 10 por ciento del peso de las enfermedades concentra el 90 por ciento del gasto mundial en investigación de la salud. En los últimos veinte años los programas de ajuste estructural del Banco Mundial han afectado gravemente a los sistemas de salud y la salud pública.
La creación de una alianza global para la ética sanitaria financiada por la comunidad internacional debería pasar a formar parte de las políticas de las Organizaciones Internacionales. Quienes se formen a su sombra deben ser líderes de opinión en quienes los demás busquen consejo. Así podrían formar una suerte de red global de líderes de opinión en ética que influiría en cuestiones globales como la genética y la biotecnología, la fijación de prioridades en los sistemas sanitarios, la salud femenina, el final de la vida y otros, así como en sectores distintos de la salud.
En 2010, contar con una capacidad ética reforzada haría mucho más por la causa de una investigación correcta en el mundo que otra revisión de la Declaración de Helsinki.
En último término, reforzar la formación y la toma de decisiones en ética facilitará la investigación en la salud y ayudará a afrontar uno de los mayores acontecimientos éticos: las inconcebibles desigualdades en la salud mundial.
(Publicado en Diario Médico, 4.IV.2001)